Pocas veces tengo la oportunidad de ir al cine por la mañana. Generalmente en algún festival de cine, donde la programación abunda y los horarios también. Creo que el cine matutino debería ser una opción siempre. La experiencia de despertar, tomar un café y arrancar el día entrando a una sala de cine puede ser completamente transformadora. Así lo fue para mi, tras poder asistir a una función temprana de la película “C’mon C’mon”.
Esta película dirigida por Mike Mills fue el tesoro de una mañana que me dejó flotando por el resto del día. Salí del cine agradecido, con ganas de jugar, bailar, llorar, reír, conectar con mi niño interior. Y es que las infancias son para mi las protagonistas de este film.
En “C’mon C’mon” Johnny (Joaquín Phoenix) es un hombre adulto y soltero, periodista radial, que se encuentra entrevistando a niños y niñas de todo tipo, en distintas ciudades de los Estados Unidos. En paralelo, Johnny retoma el vínculo con su hermana, la cual le pide a modo de favor que cuide a su hijo por unos días, mientras ella resuelve un asunto familiar en el que se ve envuelta. Es que el padre del niño en cuestión se encuentra en un estado demencial, y requiere de toda su atención y contención. Jesse, interpretado por el niño actor Woddy Norman, no es un niño cualquiera, y hará que su tío descubra lo difícil y a la vez encantadora que puede ser la paternidad.
Las actuaciones del film son todas encantadoras. Principalmente las más jóvenes que demuestran un profesionalismo y un compromiso envidiable para cualquier actor experimentado. Y eso envuelve la actuación de un Joaquín Phoenix, en esta oportunidad, un Joaquín sumamente empático, tierno y vulnerable.
La fotografía es claramente otra protagonista, y se lleva todos los galardones. Una preciosura por donde se la mire. El blanco y negro otorga una fineza y una sencillez que reflejan la propuesta de esta historia. Una trama simple, pero profundamente conmovedora, donde el miedo al futuro, la salud mental, la incomprensión y el amor se entremezclan para dejarnos con el sonido de las voces de las infancias, casi como una luz de guía hacia donde poner nuestra atención para tratar de salir de la constante tormenta que resulta ser a veces la encrucijada vida adulta.