Obra fílmica fundamental, emotiva hasta las lágrimas”
El día de los muertos es, en México, una de las celebraciones más coloridas y alegres a las que se puede asistir en el mundo, y sin embargo también tiene una agridulce impronta en el hecho de visitar los cementerios para dejar flores y ofrendas de todo tipo a aquellos parientes que ya no están. El ritual persigue una mística de preciosa concepción y virtuosismo humano: no es la muerte el momento de la desaparición, sino el olvido.
Hace apenas poco más de tres años la brillante realización animada “El libro de la vida” (Jorge R. Gutierrez, 2014) ponía esta temática de manifiesto cuando, un grupo de chicos de colegio asistía a un museo y se encontraban con una particular guía que les contaba esta leyenda desde el punto de vista de las deidades involucradas en los universos antagónicos: el recuerdo y el olvido.
Tres años después, los estudios Pixar rescatan el mismo tema. Extraña coincidencia porque no parecía haber mucho más para contar. Pero estamos frente a los hacedores de verdaderas obras maestras del cine como para andar dudando del estreno de “Coco”. Y sí. Es otra genialidad.
Coco es una casi centenaria mujer con la cual su bisnieto Miguel siente una conexión especial. Como sucedía en “Up, una aventura de altura” (Pete Docter y Bob Peterson, 2009) los primeros cinco minutos son un corto en sí mismo de una inusitada potencia narrativa y poder de síntesis para presentarnos un divertido árbol genealógico que nos lleva hasta el niño protagonista. El origen del conflicto es, aparentemente, la música. Esta forma de arte, según sus padres y parientes, es la causante de los males de la familia que luego de una tremenda decepción, provocada por un ancestro que perseguía su sueño de cantar, se dedicó a fabricar zapatos firmes y duraderos, lo cual parece ser también el destino de las generaciones venideras. Sin embargo, el llamado espiritual de Miguel no es hacer calzados sino la música.
Ese día de los muertos hay un concurso de cantantes en la plaza y el chico hará lo posible por participar. Pero algo sale mal, la abuela lo descubre y rompe su guitarra por lo cual habrá de conseguir una a como dé lugar. No tiene mejor idea que entrar en el mausoleo del más grande músico de ese lugar para “tomar prestado” el instrumento. Un acorde es suficiente para conectarlo con el mundo de los muertos y ver como hace para salir de allí antes que sea demasiado tarde. Es imperativo no revelar más que esto de la trama porque al ser uno de los guiones mejor escritos en este género lo mejor está por descubrirse.
De pie para aplaudir a Adrian Molina y Matthew Aldrich quienes, luego de cinco años de viajes por todo México investigando; recolectando historias, imágenes y sonidos, han logrado captar a la perfección la esencia misma de una mitología única que ante todo, rescata el valor inestimable del recuerdo generacional para mantener vivos a los muertos que, a su vez, es servil a la construcción de la verdadera fortaleza de mantener vigente la memoria.
Como sucedía (salvando alguna distancia) en el libreto escrito por Bob Gale y Robert Zemeckis de “Volver al futuro” (Robert Zemeckis, 1985), cada elemento en la imagen, cada palabra dicha en el mundo de los de carne y hueso, tiene su réplica en universo de los (llamémoslos) no olvidados y por esta razón es menester prestar atención porque en los detalles está el secreto. Y si nos ponemos exigentes, la bisabuela Coco, tiene una implicancia parecida a la famosa palabra “Rosebud” que cerraba el guión perfecto de “El ciudadano” (Orson Welles, 1941). Es más, queda a deliberar si la referencia al clásico es por Coco misma o por la canción “Recuérdame” (ya sabrán por qué).
Hay gags para tirar para arriba (imperdible momento entre un aduanero y el personaje de Héctor vestido de Frida Khalo), otras claras referencias a la cultura mexicana, canciones inolvidables más allá de la citada, un diseño de arte que hace culto del color y sus combinaciones, pero también a la arquitectura (ver como se parecen los puentes de un mundo al otro con los centenarios acueductos). Todos estos factores hacen de “Coco” una obra fenomenal, emotiva hasta las lágrimas por la enorme cantidad de referencias a los “personajes” que cada una de nuestras familias tiene (y que también son leyendas a rememorar en cada reunión), pero sobre todo por abrazarse de forma genuina a la virtud de contar una historia en forma de cine.
Se puede cerrar de muchas maneras el comentario de una película. A veces no hace falta pensarlo mucho. Es bastante simple si uno se aferra a la placentera sensación que deja un viaje emocionante: ¡Gracias!