Romper las cadenas El último film del realizador inglés Wash Westmoreland, Colette: Liberación y Deseo (Colette, 2018), sobre la vida de la extraordinaria escritora francesa Gabrielle Colette, viene signado por el fallecimiento tras una larga enfermedad del esposo y colaborador del director, Richard Glatzer, quien había escrito la historia y coescrito el guión junto al director y Rebecca Lenkiewicz, quien a su vez venía de coescribir junto al chileno Sebastián Lelio Disobedience (2017) e Ida (2014), en este caso junto a Pawel Pawlikowski. Westmoreland y Glatzer asimismo habían dirigido conjuntamente Siempre Alice (Still Alice, 2014), un gran drama sobre una profesora universitaria que es diagnosticada con Alzheimer. La película recrea la juventud de Gabrielle Colette (Keira Knightley), una prolífica escritora que logró un extraordinario reconocimiento en Francia a partir de una prosa precisa que combinaba delicadez con una voluptuosidad descarnada y un ojo muy agudo en cuanto a la descripción de personajes y situaciones. Desde su casamiento con el vulgar empresario Henry Gauthier-Villars (Dominic West), conocido como Willy, hasta la publicación de su novela La Vagabunda (La Vagabonde, 1910), donde narra gran parte de la historia del film, Colette: Liberación y Deseo relata el proceso de emancipación de una mujer de las imposiciones de su tiempo. Debido a las complicaciones económicas de su esposo, Colette comienza a escribir sobre su adolescencia en Saint-Sauveur-en-Puisaye, un pueblo situado en la región de Borgoña. La urgencia lleva a Gauthier-Villars a decidir publicar la novela resultante bajo su seudónimo literario Willy, a pesar de no estar del todo convencido sobre su valor ya que no cuadraba con el estilo pedestre de sus obras dedicadas a un público mundano. Colette se suma así al ejército de escritores fantasmas que el empresario utilizaba para redactar sus novelas, práctica muy extendida en el mundo literario de la época y aún en la actualidad, que ha suscitado más de una polémica en los círculos literarios sobre la autoría de muchas obras. Las novelas de Colette son un éxito y el personaje de Claudine, la protagonista, se convierte en un icono de la femineidad. El revuelo que generan sus obras coloca a la pareja en un lugar privilegiado dentro de los círculos literarios y libertinos de principios del Siglo XX, causando Colette gran sensación por su carácter y su vivaz y atractiva personalidad. El descubrimiento de su bisexualidad, la liberación de la sombra de su esposo y su interés por el teatro y el music-hall le abren las puertas a una sensación de libertad que le permite atreverse más tarde a disputar la autoría de sus primeras obras, lo que engrandece su figura como escritora, artista, espíritu libre y libertina. Colette: Liberación y Deseo es una gran semblanza de una escritora que logró destacarse por su calidad literaria y su ampulosa personalidad en una época de gran ebullición. El guión trabaja muy bien el temperamento de la escritora, su proceso de independencia de las imposiciones maritales y su vida en general, poniendo mucho énfasis en las relaciones que más influyeron en su obra y en el divorcio de su esposo. El diseño de producción a cargo de Michael Carlin, responsable de films como La Duquesa (The Dutchess, 2008) y Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008), recrea el ambiente de la época con gran realismo mientras que la fotografía de Giles Nuttgens, responsable de Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016), consigue un gran contraste entre la apacible vida rural y la vertiginosidad de París y las idiosincrasias que se ponen en juego en el film. Con un sentido de veneración Westmoreland homenajea a la protagonista al igual que Keira Knightley, componiendo una autora que se debate entre su rol de esposa, sus inclinaciones literarias y su necesidad libertaria de escapar a los estereotipos de una época en la que de a poco las mujeres se atrevían a expresarse y luchar por un lugar en el mundo cuestionando la cultura machista. El punto más cuestionable del film es la elección del idioma inglés para la recreación de una escritora francesa lo que atenta contra innumerables cuestiones de idiosincrasia en la adaptación del personaje, pero esto queda en un lugar secundario debido al gran trabajo de todo el elenco y en especial de Knightley. Al igual que la autora, el film logra cautivar con su franqueza, su espíritu de denuncia de la doble moral machista y el estilo inigualable de una escritora que tuvo su consagración literaria con su novela Gigi (1944).
C de coraje El film gira en torno a la historia de Sidonie-Gabrielle Colette (Keira Knightley), autora de las polémicas novelas que causaron gran revuelo en el París de los años 20 “Claudine” y “Gigi”, desde su infancia en el campo hasta su consagración en la sociedad parisina junto a su marido, también autor Henry Gautheir-Villas “Willy” (Dominic West), que en un principio fuera mentor de Colette. La historia transcurre en París, ciudad que estaba en plena ebullición a finales del siglo XIX y principios del XX. En esta época de gran efervescencia cultural, nos adentramos específicamente en el mundo de la literatura y del arte dramático. Los creadores llamados a liderar las vanguardias de una época prodigiosa se daban cita en reuniones y fiestas. Dentro de semejante ola de talentos, Colette supo entusiasmar a las masas, con sus historias de Claudine y su despertar a la vida y a los placeres. Este film está planteado desde una óptica patriarcal y machista, que predominaban en la Europa de aquellos años, en donde la mayor parte de las actividades estaban vinculadas a esta cosmovisión. La sensibilidad y la inteligencia de la mujer no eran tomadas en cuenta. La cuidada y excelente ambientación complementa en materia escénica la fuerza del relato en el que es posible imaginar la inquietud amorosa de Colette; condenada a esconder su relación lésbica con la Marquesa de Belbeuf o “Missy” (Denise Gough), a quien esa sociedad le permite vestir pantalones porque tiene poder al igual que el hombre; y enjaulada en un matrimonio donde su esposo explota su talento natural para su propio lucro. Keira Knightley en su rol de Sidonie-Gabrielle Colette nos regala una brillante interpretación y logramos identificarnos rápidamente con el personaje que transmuta de niña de campo de espíritu puro, como los animales y fácil de manipular y moldear por su marido, a una autora exitosa de Europa. Logra transformarse gracias a su rebeldía, valentía, coraje y confianza en sí misma que va adquiriendo con el tiempo. (Willy) Dominic West encarna con soltura a un personaje que es una mentira, ambicioso, arrogante, impone reglas y subestima a los demás creyéndose superior. Ambos exigen las interpretaciones de sus personajes con un continuo ejercicio de dramatización, excesiva, aspecto que favorece a la trama. Los diálogos de la pareja nos remiten a una competencia desigual en donde sin importar la capacidad, el género masculino tratará, en la piel de Willy, imponerse a toda costa, con prepotencia, violencia y hostigamiento. Prácticas aceptadas y muy comunes para la época. La velocidad con la que transcurren los hechos, quizás resulta poco acertada para la construcción de una trama que nos relate una personalidad tan vibrante y enérgica como la de Colette, minimizando la crítica social que está implícita en el film.
“Colette” es una de esas películas necesarias, que sí o sí invitan a comentarla a la salida del cine en un café; sea la hora que sea, porque Colette es un personaje que para hombres y mujeres resulta apasionante. Allá por 1892, Colette no era Colette a secas sino la joven Gabrielle Colette, en edad de casarse pero sin dote. Teniendo en cuenta esa circunstancia, su padre la presenta a jóvenes prometedores tratando de asegurarle un buen futuro como esposa. Es así como Gabrielle Colette cruza su camino con un escritor mediocre que usa escritores fantasmas a los que publica con su nombre. Aún así es visto por la alta sociedad como un dandy codiciado con fama de un escritor que no era, que invita con generosidad a todo el mundo a lo que París brinda: cenas, entradas a las carreras de caballos, teatro… Cuando presenta en sociedad a su joven esposa, casi una campesina, esa sociedad la menosprecia. Una de las damas la increpa: “no sé como has hecho para cazar a una anguila resbaladiza- y mirándolo a él le dice- tus días salvajes han terminado”. Pero, lejos de amedrentarse, la joven Colette interrumpe y dice: “a lo mejor han empezado”. La futura Colette estuvo allí presente. La actriz que la interpreta es Keira Knightley, quien tiene el carisma suficiente para calzarse semejante papel y salir airosa. En cuanto a los aspectos técnicos, la música está elegida acertadamente para acompañar a la historia, pero sin eclipsar la fuerza del guión. Lo mismo ocurre con la brillante fotografía, que sabe captar las mañanas campestres, acentuando sus años de juventud. Colette, la escritora, nace de las heridas de un amor egoista e infiel que la moldea a su capricho hasta que descubre su bisexualidad. Cuando se asume públicamente como tal, aunque París siempre fue una fiesta para los artistas del mundo entero, donde la bisexualidad y la homosexualidad no asustaban a nadie, se escandalizan con ella; porque esa mujer con talento, y trasgresora nunca intentó ocultarse. Quizas, sin saberlo, abrió camino para tantas que la sucedieron. En una segunda lectura, la película, más allá de la anécdota, habla sobre que el talento no tiene género, solo exige hacerse cargo del propio deseo. Una mujer que se desangra en letras pagando el precio de decir lo que piensa y siente, es necesaria en todos los siglos, aún en éste donde parece estar todo descubierto. Por eso el drama biográfico de Wash Westmoreland, a partir de un guión propio y en colaboración con Richard Glatzer, es tan apasionado y vigente.
La vida de la más grande novelista de la literatura francesa de comienzos del siglo XX es llevada a la pantalla grande en un film que a simple vista puede llegar a pasar bastante desapercibido. Pero son las vivencias narradas de Sidonie-Gabrielle Colette (Keira Knightley) las que brindan una mirada acerca de la mujer detrás de su obra. La historia toma como punto de partida el momento en el cual Colette contrae matrimonio con Willy (Dominic West), un experto en arte que se jacta de sus conocimientos y contactos dentro del ambiente artístico parisino. Colette incursionará de apoco en el arte literario a medida que vaya descubriendo la clase de persona que su marido es, alguien que peca a través de su vanidad y sus actos de infidelidad escudándose detrás de justificaciones tales como que los hombres son así, que pertenece al sexo débil. De esta manera, lo que comienza como una colaboración entre marido y mujer, donde queda en evidencia que es ella quien deposita su vida en los relatos que escribe, dará a luz a al exitoso personaje literario Claudine. Colette y Claudine son prácticamente la misma persona, siendo que las historias del personaje de ficción funcionan como reflejo de la experiencia de vida de su autora. Si bien el mundo que rodea a su esposo se encuentra cargado de la vanagloria y superficialidad, es a través de la mirada personal de la autora sobre ese mundo y de las personas afines a ese ambiente, que Colette forja su personalidad y gustos siendo fiel a sí misma y en contraposición con la mirada condenatoria del contexto de la época. El personaje se empieza a descubrir como mujer y con ese descubrimiento el film desarrolla paulatinamente temas de sumo interés que surgen como concatenación de su experiencia de vida. Como bien figura en el título, la liberación y deseo de Colette se refiere a la exploración sexual femenina y en como ello se antepone a la homofobia y el machismo tan propio de la época, pero que tampoco se aleja demasiado de la actualidad. Así como Claudine es un reflejo de Colette, los temas tocados se mantienen aún vigentes en nuestros tiempos. En una de las primeras escenas del film, Willy realiza una crítica negativa respecto a una obra teatral, acusándola por el exceso melodramático que posee. Como si se tratase de un metamensaje, el film sufre de algo similar. Los conflictos padecidos por Colette, como el hecho de vivir a la sombra de su esposo y de una obra que le fue robada intelectualmente por él (algo que ya se pudo ver también en Big Eyes de Tim Burton), sufren variantes dentro de los distintos hechos pero llegado un punto comienzan a sentirse como una reiteración de lo mismo, lo cual hace que los mismos resulten de una extensión por momentos agotadora. A pesar de ello, y gracias al nivel interpretativo de Keira Knightley, la fortaleza de una mujer como Colette y la forma en que vivió su vida y su arte funcionan de manera inspiradora —como mujer y como artista. En sus últimos años, Colette rememora su vida con una frase célebre de la autora: “¡Qué vida maravillosa he tenido!, ojalá me hubiera dado cuenta antes”. El film de Wash Westmoreland encuentra su importancia y lugar en la cinematografía justamente haciendo que el espectador moderno pueda llegar a conocer y entender a una mujer que, fuera del contexto literario y la cultura francesa, no es muy reconocida. Por mucho tiempo, su personaje Claudine estuvo ligado a la falsa autoría de Willy. En cambio, Colette es un film que lleva por título el nombre de la verdadera autora y, por ende, le otorga el reconocimiento que dicha mujer merece. La misión de uno como espectador es prestarle la debida atención a esta película y evitar que se pierda entre un sin fin de otros nombres que pululan en la cartelera.
"Una mujer que piensa que es inteligente exige los mismos derechos que el hombre. Una mujer inteligente se da por vencido." Colette
Esta película no podría ser menos actual. No solamente porque tiene a una mujer como protagonista, sino porque ese personaje se abre, crece y logra vivir alcanzando lo que busca, sacándose de encima el yugo o la mirada patriarcal, y jugándose por lo que siente, el amor hacia otra mujer. Porque tiene, claro que sí, con qué. Y porque transcurre a fines del siglo XIX y comienzos del XIX. Las lectoras de la época, entonces, seguían una a una las novelas que protagonizaba Claudine, porque sentían que se veían reflejadas en los que les acontecía puertas adentro de sus casas. Pero la verdad es que quien escribía esos relatos no era el abusador y oportunista Willy, sino su esposa, Sidonie-Gabrielle Colette. La película está basada en la vida real de Colette, desde su juventud, cuando vivía con su familia en un ambiente rural, y rutinario, y conoce a Willy, con quien traba una relación que la llevará al altar y a París. Allí, ante los lujos que afrontan, un tren de vida del que ella ahora tampoco querrá bajarse, aunque bien podría, él la incita a narrar algo así como la ficcionalización de algunos recuerdos de su vida. Publicación exitosa va, publicación más exitosa viene, el embrollo se hace cada vez más grande y para evitar poner en evidencia el engaño a las lectoras, Colette transa. Hasta que no transa más. El inglés Wash Westmoreland, codirector de Siempre Alice, con Julianne Moore, refleja con extremo cuidado tanto el ambiente de la bohemia parisina como los encontronazos entre la pareja protagónica (y de ella con una aristócrata rusa). El esplendor visual, y sonoro, porque la música compuesta por Thomas Adès es bellísima, tiene su correlato en los diálogos. Filosos, con vueltas cuando uno u otro personaje necesita esconder intenciones para no ser descubierto en su afán por imponer sus ideas. Decir que Keira Knightley y Dominic West componen con soltura a sus personajes es poco. Ella, vibrante, tratando de entrecerrar sus ojos cada vez que siente ira, construye un papel que podría ser más voluptuoso. Pero la medición en la actuación es, aquí, más que bienvenida. En síntesis, es un filme -como El asesinato de la familia Borden, estrenado hace una semana- que aborda un hecho real, acontecido hace mucho tiempo, pero con una mirada reformada, restablecida o modernizada. Y, en este caso, bien actualizada.
La revolucionaria No existe en la cartelera mundial actual una película con más tino y timming que Colette: Liberación y deseo (Colette, 2018): Feminismo, literatura transgresora, provocación, reivindicación de derechos de igualdad entre el hombre y la mujer, entre otros, hacen de la propuesta una potente carta de bienvenida a la temporada de premios y una oportunidad para seguir pensando en algunos temas asociados a la producción y consumos culturales y cómo desde la propia industria se los representa. En Colette: Liberación y deseo, de Wash Westmoreland (Siempre Alice), la protagonista (Keira Knightley) se casa con Willy (Dominic West) un hombre catorce años más grande que ella, y que ha sabido hacerse un nombre en la literatura popular del momento. Cuando a Colette se le despierta el interés por la literatura (lectura y escritura), nada haría suponer que su esposo la convencería para que sea ella quien escriba algunas obras a su nombre y así beneficiarse ambos. Con las de perder la película logra superar aquellos primeros escollos iniciales para comenzar a constituir una semblanza emotiva y estereotipada sobre la célebre escritora y poeta francesa, una mujer que tuvo que romper esquemas, sacar a la sociedad francesa de su zona de confort e imponer, hasta donde pudo, un estilo que fue muchas veces emulado pero nunca igualado. Esta biopic, o película biográfica de época, con una cuidada producción, vestuario, reconstrucción y más, es tan aséptica que aburre, porque aun cuando supuestamente quiere innovar desde lineamientos asociados a la sexualidad de Colette no trasciende ese punto. Hay también una exageración en cuestiones de representación asociadas al feminismo, que lamentablemente se pierde en los propios mecanismos de anulación de recuerdos sobre el personaje disparador narrativo, una obra que necesita, inevitablemente, dialogar con la época actual, perdiendo una vez más, su sentido al volverse tan políticamente correcta que irrita. Keira Knightley hace lo que puede con los lineamientos torpes y básicos del personaje, una semblanza de bronce que además, por la falta de honestidad, termina por naufragar a pesar de todos los esfuerzos que el elenco hace. Los dos temas vectores, la pasión por la escritura y la pasión por los cuerpos, se disuelven en una serie de escenas tediosas. Colette: Liberación y deseo habla del momento más importante de una escritora transgresora, y también de la persecución por su condición sexual en tiempos revueltos, de los deseos y de cómo es inevitable entregarse a ellos.
Colette fue una de las artistas más fascinantes y provocativas de las letras y los escenarios de la Francia de la primera mitad del siglo XX y, por lo tanto, el eje de numerosas biografías y películas. En este caso, es el inglés Wash Westmoreland (director con Richard Glatzer de elogiados films como Siempre Alice y Quinceañera) quien reconstruye parte de la vida de esta mujer que cautivó y escandalizó por igual a varias generaciones y se constituyó en un ícono, una referencia en la moda, la liberación sexual y el empoderamiento femenino. Por eso -vencido el prejuicio de ver una historia tan francesa hablada en inglés- hay que analizar a Colette: liberación y deseo como una película que sintoniza a la perfección con estos tiempos de Ni una menos y #Me Too. Lejos de la solemnidad del cine académico y del preciosismo del cine de qualité (tiene algunos pasajes que remiten a la filmografía de James Ivory pero luego está más cerca del espíritu de Carol, de Todd Haynes), la historia fluye con ligereza, humor, encanto y, al mismo tiempo, con furia a la hora de exponer los efectos del patriarcado, que tuvo a Colette primero como víctima y luego como implacable cuestionadora. Aunque los subtítulos que suelen agregarse para su estreno local suelen ser innecesarios o hasta ridículos, en este caso hay mucho de deseo (en principio reprimido) y de liberación en el viaje de esta heroína protofeminista. El film de Westmoreland se concentra en los primeros años de la autora (interpretada por Keira Knightley), desde que es una inocente adolescente de un pueblo de provincia hasta que se casa con Henry Gauthier-Villars, más conocido como Willy (Dominic West), un magnético y seductor empresario que se ganaba la vida firmando libros que en verdad escribían autores fantasmas por él contratados. Es Willy quien descubre el talento de Colette y la convierte poco menos que en su esclava (la encierra bajo llave en una habitación hasta que termine una de las novelas de la escandalosa serie autobiográfica de Claudine), quedándose con el prestigio y el rédito de sus creaciones. Aunque uno de los ejes de la película es la forma que encuentra Colette para liberarse del yugo machista, descubrir y practicar su bisexualidad y desarrollar sus múltiples inquietudes artísticas, el principal hallazgo pasa por desarrollar la intensa relación entre ella y Willy, al que West convierte en un villano encantador. Es precisamente el trabajo sobre los distintos aspectos (tanto los seductores como los manipuladores) el que le da espesor, múltiples matices y le permite escapar de las limitaciones de la mera denuncia sobre la injusticias y los abusos. La declaración de principios está, pero Westmoreland no la hace apoyándose en el discurso aleccionador sino apelando a los mejores recursos del cine.
Adelantada a la época “Colette: Liberación y Deseo” (Colette, 2018) es un drama biográfico dirigido por Wash Westmoreland (Still Alice), el cual también escribió el guión junto a Richard Glatzer y Rebecca Lenkiewicz. Coproducido entre Reino Unido, Estados Unidos y Hungría, el reparto está compuesto por Keira Knightley, Dominic West (Mona Lisa Smile, Tomb Raider), Denise Gough, Aiysha Hart, Fiona Shaw, Eleanor Tomlinson (Isabelle en “Jack el Cazagigantes”), Shannon Tarbet, Ray Panthaki, entre otros. Borgoña, 1892. Sidonie-Gabrielle Colette (Keira Knightley) es una chica de campo que mantiene una relación a escondidas con Willy (Dominic West), empresario literario mucho mayor que ella. Al año siguiente, Willy presenta en la sociedad de París a Gabrielle, que ya es su esposa. Por más que lo ama, Colette se da cuenta de las reiteradas mentiras de su marido así como de los exuberantes gastos en las fiestas, alcohol o apuestas. Al estar en una complicada situación económica, a Willy se le ocurre una idea: que Colette escriba para él novelas de Claudine, personaje que la joven utilizó para narrar su vida cuando iba a la escuela. Los libros se convierten en un éxito repentino y todo el crédito se lo lleva Willy, que al estar tan fascinado por la fama obligará a Colette a escribir más historias de Claudine cueste lo que cueste. Por su trama puede parecer que este relato ya lo vimos en otras producciones como “Ojos Grandes” (Big Eyes, 2014), “Mary Shelley” (2017) o “La Esposa” (The Wife, 2017), que en nuestro país se estrenó hace unas semanas. Aunque “Colette: Liberación y Deseo” parece ir hacia ese mismo camino en donde el hombre toma autoría de obras que no le corresponden, el filme va mucho más allá, logrando distinguirse por sobre las demás películas de época. Y si pensamos en este estilo de filmes, qué mejor que tener a Keira Knightley como protagonista. Después de verla en “Orgullo y Prejuicio” (Pride & Prejudice, 2005), “Expiación, Deseo y Pecado” (Atonement, 2007), “Anna Karenina” (2012), entre otras, aquí se pone en la piel de la reconocida novelista y artista francesa. Su trabajo resulta notable gracias a la evolución que tiene a medida que pasan los minutos. Colette desarrolla un carácter y manera de pensar que en ese tiempo era inimaginable. No se queda de brazos cruzados ante los variados engaños de su esposo, sino que lo confronta cada vez que puede, otorgando peleas que constituyen algunas de las mejores escenas de la película. Dominic West también se destaca al encarnar a un hombre que más que el amor le interesaba el negocio y usaba a la mujer para su conveniencia. Da bronca ver cómo Willy desprestigiaba a su mujer, haciéndola sentir que sus textos no valían nada por tener muchos adjetivos o ser muy femeninos, a la vez que justificaba sus affaires expresando que los impulsos están en la naturaleza del hombre y no pueden frenarse. Por otro lado, la cinta toca temas como la bisexualidad y la posibilidad de que una mujer pueda ser independiente al trabajar y ganarse su propio dinero, hecho que para la época era extraño así como que el sexo femenino se vista de traje y no siempre utilice vestidos o tenga el pelo largo. Con un buen ritmo, música acorde y hermosa fotografía, “Colette: Liberación y Deseo” le hace justicia a la maravillosa vida de Gabrielle, una persona llena de valentía, audacia e inteligencia.
Una joven escritora es explotada por su esposo, hasta que logra independizarse y, al mismo tiempo, afirmarse en el lesbianismo. Dicho así, podría suponerse que ésta es la película #MeToo de la semana. Pero es algo más. Se trata de un primer acercamiento a la vida de la notable Sidonie-Gabrielle Colette, mujer de refinado estilo, mucho don de observación y amplio gusto sexual, símbolo del savoir-vivre de la Belle Époque en su juventud,y miembro de la famosa Academia Goncourt, que llegó a presidir, en su madurez, cuando ya la impudicia de sus primeros libros había sido plenamente aceptada en todo el mundo como típica (y envidiada) muestra de la cultura francesa. “Colette” se restringe a esa primera y muy atractiva etapa, y lo hace con la debida exquisitez e inteligencia, incluso con algo de la chispeante y engañosa liviandad de la autora. Es la etapa de “Claudine en la escuela”, “Claudine en París”, “Claudine casada”, ese personaje un tanto autobiográfico que más tarde habría de culminar en la melancólica viudez de “El refugio de Claudine”. Pero ahí ya empieza otra etapa y debería empezar otra película, si es posible francesa. Esta de ahora es entera y pulcramente inglesa. Luce, eso sí, los méritos de Keira Knightley, actriz, Wash Westmoreland, director, Thomas Ades, música, y Gilles Nuttgens, fotografía (ambos con abundantes referencias al precioso arte de entresiglos).
Colette presenta una historia muy interesante que tenía el potencial de brindar una gran producción y terminó convertida en la típica biografía hollywoodense que aparece en esta época del año con la intención de pescar alguna nominación al Oscar. Keira Knightley, una abonada al cine de época, interpreta a Gabriel Colette, una de las escritoras más importantes del siglo 20, quien llegó a ser nominada al premio Nobel de literatura en 1948 y tuvo una vida de película. La autora fue famosa por haber creado en 1900 la saga literaria de Claudine, un coming-of-age femenino que tuvo un enorme suceso comercial y fue pionera en retratar relaciones sentimentales y sexuales entre mujeres. La particularidad de este caso es que los libros se publicaron con el nombre del marido de la escritora, Willy Gauthier Villars, un Luisito Rey (el padre del Luis Miguel) de la era victoriana que explotó y se apropió como editor del arte de su esposa, ya que entendía que las obras firmadas por hombres vendían mejor. Buena parte del conflicto del film gira en torno a la emancipación de Colette de esta relación asfixiante que le impedía expresarse como artista y mujer. La producción del director Wash Westomoreland aborda algunos temas que son muy atractivos y estuvieron bien trabajados dentro del contexto histórico de la trama. Sobresale especialmente todo el submundo de los autores fantasmas que eran contratados por los editores sin tener ninguna posibilidad de reconocimiento. Westomoreland en su película apunta a rescatar la figura de Colette como heroína feminista que desafió los roles de género en la sociedad de 1900, pero nunca convierte al marido de la autora en un villano de caricatura. Por el contrario, el personaje tiene matices muy ricos en su personalidad que se potencian con la sólida interpretación de Dominic West (The Wire). Willy Gauthier Villars no podía escribir la lista de compras del supermercado, pero era un genio del marketing que sabía vender como nadie una buena obra o idea artística. Por un lado explotaba de un modo terrible a su mujer, pero al mismo tiempo ella también aprovechaba los beneficios económicos que generaban las estrategias comerciales de su marido. Si bien Colette luego se rebela y lucha por conseguir su reconocimiento, la película nunca la retrata como una víctima. Otro aspecto de este film que sobresale en la trama se relaciona con la bisexualidad de la artista, que además era consentida por su marido. El director aborda muy bien el tema de la homosexualidad dentro de la conservadora sociedad victoriana en la que estas personas tenían una apertura mental adelantada a su época. Es ese sentido Westomoreland desarrolla con tacto la relación de Colette con Mathilde "Missy"de Morny, quien fue uno de los primeros hombres transgénero reconocidos de la historia. Por supuesto, en ese momento ese término no existía y Missy escandalizaba a la sociedad por ser considerara una lesbiana que se vestía con ropas masculinas. El tema con la película de Colette es que explora conflictos de identidad sexual y de género, más la supresión de los derechos de la mujer, pero nunca se juega a fondo con ninguna de estas cuestiones. Estos conflictos si bien están presentes se retratan de un modo liviano para darle más lugar al melodrama. Por consiguiente, la curiosidad que despierta la vida de la artista termina convertida en una biografía genérica que estaba para más. Desde los aspectos técnicos el film es impecable y sobresale la puesta en escena de la época y los vestuarios. Keira Knightley ofrece una buena interpretación de la escritora pero por el modo en que se desarrolló la historia su labor tampoco se convierte en uno de los grandes trabajos de su carrera. No obstante, para quienes les interesen estos temas o las historias ambientadas en este período histórico, Colette es una buena propuesta para tener en cuenta.
En una época tan importante en materia de cambios sociales que traen aparejado el empoderamiento femenino y el movimiento #MeToo, es preciso recordar que, a lo largo de la historia, hubo varias pioneras versadas en el tema, y ninguna como Sidonie-Gabrielle Colette, más conocida como Colette, una singular mujer que tomó a París por sorpresa en los albores del siglo XX. Con ecos de Big Eyes y la reciente The Wife, Colette trae a colación la historia de una mujer imparable que se cansó de vivir bajo la sombra patriarcal y enfrentó a una sociedad mojigata con la frente en alto.
El director Wash Westmoreland ( “Siempre Alice”) se mueve seguro y encantador, mostrando la historia de una escritora que se adelantó a su tiempo, que tuvo un éxito arrasador con la serie de novelas con su personaje Claudine, pero debió soportar ser la “escritora fantasma” de su ambicioso e inmoral marido que figuraba como autor y la explotaba. Pero además se marca especialmente todo el proceso de “empoderamiento” que le permitió liberarse de ese yugo machista e hipócrita. Según el guión de Richard Glazer y Rebeca Lenkiewicz, más el aporte del director, esa Colette puede lograr su independencia cuando es conciente de su talento y de su deseo, se atreve a enamorarse de una mujer, transformarse en actriz y sacudir con una fuerza poderosa la doble moral de la “Belle Epoque” donde reinó con su y audacia. Es sin duda una visión muy de esta época aplicada a una personalidad atrayente y única. Un papel que a Keira Knightley le cae perfecto para toda su gama de matices y espesores de una mujer trasgresora y provocativa. Ella despliega toda su encantadora capacidad para los personajes de época. Parece haber nacido para ellos. Dominic West encarna con seguridad a su esposo, escritor también, pero más un empresario editorial que nunca escribe y usa a otros. como lo hizo luego exclusivamente con su mujer. La ambientación fastuosa y decadente de ese tiempo es perfecta y todo el film resuma ironías y verdades muy a tono con nuestra época donde el mundo femenino hace notar sus derechos y reclamos con tanta contundencia. El resultado es un entretenimiento que tiene mucho de refinado, de buena factura técnica, esas grandes actuaciones y una historia siempre atractiva.
Sidonie-Gabrielle Colette nació en 1873 en Francia (Saint-Sauveur, Bourgogne) y falleció cuando ya había superado los ochenta años de edad. Colette: Liberación y deseo es una típica biopic aunque en verdad solo cubre la primera mitad de su vida, dada la multiplicidad y la riqueza de los eventos que marcaron su existencia. Sorprende que no haya sido la cinematografía francesa quien se ocupara de la vida de una de las más populares escritoras de dicha nacionalidad. Y en verdad, entre los escasos reparos que se le pueden hacer al film está el hecho de que se vea a la protagonista escribiendo en su idioma, aunque hablando en inglés. Se puede entender la concesión al haber recaído el rol en la muy inglesa Keira Knightley. No es, por otra parte, la primera vez que ella debe interpretar a un personaje de otra época. Ya lo había hecho con figuras reales (La duquesa; Ana Karenina) y de ficción (Orgullo y prejuicio; Expiación, deseo y pecado). La Keira Knightley que ahora vemos en pantalla es una actriz que ha madurado, no tanto física como interpretativamente. Y es que el personaje real de la célebre escritora de las cuatro novelas con un mismo personaje (Claudine) desbordó por su carácter y personalidad en la primera mitad del siglo pasado, cuando aún la liberación de la mujer era fuertemente rechazada por las sociedades machistas de la época. Su temprano casamiento con Willy (un Dominic West virtualmente irreconocible tras su espesa barba) se produjo cuando ella todavía no conocía los detalles de la vida mundana y extraconyugal de su marido. Pero incluso más grave y difícil de soportar le resultaba tener que actuar de ghost writer en las novelas fuertemente autobiográficas que se publicaban bajo el nombre del esposo. Cuando uno investiga la personalidad del que en verdad fue “más un empresario literario que un escritor”, en palabras de un amigo de la infortunada joven, descubre que era un personaje vil, algo suavizado en la versión fílmica que entrega el director Wash Westmoreland (codirector con Richard Glatzer de Siempre Alice, aquí coguionista). Lo que en cambio parece ser fiel a la verdad es la actitud que Willy adoptó frente a la bisexualidad de su cónyuge. En realidad solo era celoso cuando algún hombre la merodeaba, pero en cambio toleraba -casi podría decirse que alentaba- los vínculos femeninos de Colette. Los personajes de Missy, marquesa de Belboeuf, y de Georgie Raoul-Duval efectivamente existieron y las escenas lésbicas están filmadas sin ningún tipo de concesión, encontrándose entre los logros mayores de la obra. Otro aspecto que sobresale es la reconstrucción de la vie parisienne en la primera década del siglo pasado, plena Belle Époque. El célebre y más que centenario Moulin Rouge luce al tono de como seguramente se mostraban en dicha época los espectáculos de music hall, de los que la protagonista era adicta. El mimo Georges Wague efectivamente fue su coach, destacándose una escena en que ella representa una obra ambientada en el antiguo Egipto. La música fue compuesta por Thomas Ades y en la banda sonora se escucha una pieza de Erik Satie muy utilizada en el cine (“Gnosiennes N° 1”). Menos interesantes resultan las secuencias en la casa de campo. Mientras vivía allí, Colette aún creía en la generosidad de su marido, quien se la pasaba con amantes. Pero como bien le advierte Missy cuando le dice que “Willy te da mucha libertad pero en verdad te pone una correa larga”, luego se confirmará que nada era lo que parecía. El divorcio llevó varios años y de ello y muchas cuestiones más el espectador se entera por los títulos finales. Lo que no está en la película son los últimos cuarenta años de vida de la escritora, que decidió abandonar a Claudine y escribir La vagabunda, primera obra que lleva su firma y donde se describe su época de vaudeville. Seguramente se refirió en esa novela a la situación que vivió cuando en una representación teatral (que sí está en la película) protagonizó una escena subida de tono para la época. La misma terminó con un público airado que la increpó con palabras como “degenerada” y “homosexual”. Para quienes se interesen en detalles de los últimos años de Colette vale señalar que se casó dos veces más y que su obra más famosa, no mencionada, es Gigi, que tuvo una primera versión francesa en cine. Luego pasó al teatro con una actriz aún poco conocida que ella seleccionó (una tal Audrey Hepburn) para finalmente convertirse en un film ganador de nueve Oscars, dirigido por Vincente Minnelli con Leslie Caron y Louis Jourdan en 1958. Colette había muerto tres años antes…
Colette (2018) ,biopic basada en la vida de la artista literaria y teatral, Sidonie-Gabrielle Collete, es uno de mis estrenos recomendados. El relato se centra en la etapa media de su vida y sobretodo en su periodo de "liberación" es decir de afirmación de su propia identidad tanto como escritora como también su exploración de la sexualidad, rompiendo con toda clase de normativas sociales de la época. Siendo sin dudas una mujer adelantada para su contexto, el filme está ambientado a fines de 1800 y principios de 1900 evidenciando los ideales machistas y pacatos de le época. En un periodo en los que muchos deseos se tenían pero puertas adentro y cuando estos eran representados surgía la polémica, mientras que varios los practicaban. Colette trata no solo de la interesante vida de esta mujer que supo expandir los límites canónicos del género tanto en el sentido social de los roles y hábitos que se supone corresponden a una mujer, sino también desde la expresión de su bisexualidad. El filme a sí mismo expone las hipocresías del contexto social de aquel entonces, la desigualdad entre géneros y que cuestiones como la bisexualidad, el travestismo y el "poliamor" son más antiguos de lo que se cree. Es un testimonio más de tantos otros de mujeres cuyo crédito artístico o creativo fue robado por su pareja obligándola a mantenerse relegada al anonimato. Colette pone en escena y vuelve a darle voz a una de las primeras escritoras de la historia a quienes, una vez más la historia oficial patriarcal, dejo relegada sin otorgarle mérito suficiente y por eso este relato vuelve a reivindicarla. Al respecto de la vida real, un dato interesante es que su novela "Gigi" fue llevada al cine en la transposición dirigida por Vicente Minelli en 1958.
Historia de sometimiento y enmancipación. El film británico aborda la biopic de la autora francesa, que se resignifica a la luz de la lucha por la igualdad de género. Gracias a la perspectiva que da la Historia, la escritora francesa Colette se ha convertido en un emblema de las luchas por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Un caso paradigmático que al retratar el abismo que separaba a unas y otros hace apenas un siglo atrás, también da cuenta de todo lo que aún falta avanzar en un territorio que hoy es mucho más complejo y que excede largamente el clásico modelo binario nene/nena. A tal punto es así, que la enciclopedia online de cine imdb.com señala que la película Colette: Liberación y deseo, biopic que marca el debut en solitario del director británico Wash Westmoreland, recibió en España una declaración ministerial que la recomienda como material “para fomentar la igualdad de género”. De más está decir que este tipo de blasones no necesariamente coinciden con la valoración que pueda hacerse desde el punto de vista cinematográfico, pero hablan a las claras no solo de lo que representa la figura de Colette sino del lugar en el que se encuentran hoy las luchas de género. “Has recorrido un largo camino, muchacha.” Así, parafraseando el viejo slogan de una conocida marca de cigarrillos “para mujeres” (categoría que en los albores del siglo XXI resulta toda una antigüedad), podría resumirse esta película que recorre la vida de la escritora. Un viaje que comienza en 1892, cuando siendo todavía una adolescente conoce a quien sería su marido, Henry Gauthier-Villars, reconocido por su nombre artístico Willy, con el cual usufructuó como propias las primeras obras de Colette, hasta el divorcio en 1906, que debe ser visto como un auténtico acto de emancipación. Es ese vínculo con Willy el que ocupa el centro de la película y lo que permite leerla dentro del marco de las corrientes modernas del feminismo, que no serían lo que son sin esta historia como antecedente ejemplar. Sin embargo, si algo entorpece el disfrute de la película es justamente ese carácter didáctico. No porque no sea posible abordar la biografía de Colette a partir del vínculo de sometimiento apenas disfrazado de acuerdo que la unía a su marido, que es central tanto en la construcción de su obra como en el hallazgo de su propia identidad, sino porque esa insistencia genera la redundancia de la metáfora. El momento en que la escritora asiste a uno de los salones de París y se siente tan ajena que solo puede reconocerse en una tortuga adornada con brillantitos, presa en una bandeja de plata. La charla con su madre, tras descubrir las infidelidades de Willy, a quien le pregunta si nunca sintió que los papeles de esposa y madre no eran más que una impostura. O aquella otra donde admite que su marido la somete en muchos aspectos pero también le da mucha libertad, a lo que su amiga y amante Missy responde que hay cadenas que no pesan pero siguen siendo cadenas. Por supuesto que se trata de una objeción que no arruina la experiencia, porque es cierto que la historia está llena de personajes ricos, y el film maneja esos recursos con elegancia. Y tampoco comete el error de condenar a Willy, entendiéndolo en sus contradicciones como un arquetipo de su clase y de su época: un dandy bon vivant (y vividor) que puede ser visto como un precursor del marketing moderno y al mismo tiempo como un buen editor. Un modelo que Colette ayudo a romper, comenzando a firmar sus obras y recuperando judicialmente la autoría de aquellas que Willy había publicado con su nombre. Aún así, más allá de sus aciertos, la película termina regresando al círculo didáctico, poniendo en boca de su protagonista una declaración de principios que vuelve a evidenciar el color de época (aquella y esta): “Me hallaste cuando no sabía nada de la vida y me amoldaste a tus designios y deseos, creyendo que nunca podría liberarme. Pero te equivocaste”.
Colette: Liberación y deseo. “La ausencia total de humor hace la vida imposible.” Sidonie-Gabrielle Colette Transgredir no es norma, ¿se nos permitirá el absurdo si intentamos explicarlo? Porque procuramos razonar que nadie obra en su vida buscando hacerlo, la misma, la indisciplina, se da más por incomodidad de la persona en su contexto, creemos, más que por pura intención. Sidonie-Gabrielle Colette jamás fue una rebelde por opción, sino que por contexto. Su historia es un aprendizaje de sí misma y su entorno. La lectura irónica, la mirada cínica hacia los de su generación fueron parte de ese proceso de crecimiento que tuvo junto al que fue su esposo, Henry Gauthier-Villars, el bon vivant conocido como Willy, que la utilizó como escritor fantasma, y una de sus amantes, Sophie de Morny, que retratan en el film, aunque hubo otras claro. De alguna manera el contexto fue, redondeamos, el que creó la magnifica personalidad publica de la escritora francesa; ese liberalismo hipócrita de la sociedad parisina, la búsqueda de la pertenencia en un mundo que de a poco mostraba no ajustarse a sus expectativas, y por fin la construcción de sus anhelos a pesar de los otros. En cierta manera Richard Glatzer, Wash Westmoreland y Rebecca Lenkiewicz, guionistas del film, saben captar el contexto que tanto señalamos, adornado claro, no solo con una bonita producción, sino que también con un amplio y esforzado vocabulario, con impecable acento británico, que ejemplifica el acartonamiento del snob de los salones y soirée. Hasta allí estamos de acuerdo, es la generalidad de la trama donde por momentos se verá aburrida. El film dirigido por Wash Westmoreland cae indefectiblemente en el obvio biopic de origen que ciertamente rescata una deslumbrante Keira Knightley, que junto a Dominic West, son lo más real y fresco del retrato. La historia no carece, por supuesto, de una mirada actual (irónicamente) sobre la situación de la mujer en la sociedad, lo que se espera de ella, lo que el varón permite y no en su desarrollo personal, lo que narrado desde esa perspectiva es interesante de ver. El contexto, aún siendo final de siglo XIX (y justamente por eso) empuja al espectador a comprender que las acciones y decisiones de la protagonista fueron las consecuencias del contexto, que su rebeldía era una respuesta al ataque mojigato de su tiempo. Acierto es el acento con que narran la historia de los escritos de Claudine, que Willy firmaba, porque allí se retrata la joven que fue y la mujer que los escribe, ya madurando su relación con el resto. En definitiva, Colette es una impecable película biográfica que nos da un dorado destello sobre los inicios de tan descomunal escritora de las tierras galas, única en la historia de Francia que recibió un funeral de estado, elegante en su producción y exquisita en sus interpretaciones. Es solo que no pasa de ello, de una correcta biopic, como tantas otras, ciertamente esa ausencia de humor que aburría tanto a la autora.
Detrás de cada gran mujer... Desde hace algunos años, la industria del cine, adaptándose a los tiempos que corren, creció exponencialmente en su intención de visibilizar a mujeres que a veces la misma historia, la real, u oficial, se dedicó a relegar o directamente ocultar. Con filmes de pura ficción, pero también en el terreno biográfico, aparecieron muchas producciones que se encargan de reivindicar a mujeres destacadas en el ámbito de la política, la cultura, o el activismo por la libertad. Es el caso de Sidonie Gabrielle Colette, quien cambió las reglas de juego imperante en la Europa de 1900, desterrando para siempre aquel oxidado refrán que rezaba: “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”. De esa vertiente llega “Colette: Liberación y deseo”, que narra la historia de Sidonie Gabrielle Colette (Keira Knightley), famosa novelista de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que tuvo su reconocimiento mucho tiempo después del inicio de su carrera en el arte. Es que antes, había vivido bajo la sombra de su marido Willy (Dominic West), un escritor adinerado que usaba a otros artistas más talentosos para alquilar sus dotes y firmar con su nombre las obras ajenas. El hombre descubre el don de su mujer, y para cumplir su sueño de escribir, Gabrielle acepta su pedido de hacerlo por él. Pero cuando la primera novela editada se convierta en un éxito, y luego la saga “Claudine” repercuta en la sociedad y las obras sean cada vez más populares, las cosas comenzarán a cambiar. Keira Knightley, ganadora de decenas de premios y nominadas a muchos más, es una de las actrices británicas más prolíferas de los últimos tiempos, y con particular encanto por las ficciones de época. Por ello, parecería ser una obviedad que Knightley participe en un filme de estas características, y mucho más, tratándose de una obra de empoderamiento femenino, una lucha que la inglesa lleva adelante junto a otras artistas de su generación. Más allá de lo evidente, por perfil intelectual y physique du rol, Keira aparece en una excelente actuación que por momentos hasta resalta por sobre la historia.
Hay un gran problema a la hora de analizar un filme que tiene como estandarte a una mujer que lucho contra la opresión de una sociedad machista, patriarcal, englobada en una mentalidad victoriana. En contraposición a una excelente puesta en escena. Actuaciones memorables, pero instalando desde algunas de las acciones de los personajes, y desde el discurso en tanto diálogos, de manera constante lo inverosímil como otro bandera, más cercana a las ideas desplegadas en el siglo XXI. La historia transcurre entre finales de siglo XIX y principios del XX. En ese momento histórico hace su aparición Sidonie-Gabrielle Colette (Keira Knightley), primero como esposa sumisa de Henry Gautheir-Villas (Dominic West), alias “Willy”, un mediocre escritor y editor de novelas baratas, pero de mediano éxito comercial. Tenía bajo su tutela y poder a un grupo de escritores fantasmas, política de practicidad usada antes, ahora, y posiblemente continúe en un futuro en una sociedad capitalista, hasta llegar a someter a su esposa en el mismo lugar. Nunca previniendo que había despertado al dragón que terminaría por fagocitarlo, el filme muestra desde un principio un carácter rebelde del personaje, al mismo tiempo que lo intenta instalar a partir de la velocidad en que se muestran los acontecimientos, lo desplaza por falta de construcción, desarrollo y modificación del mismo. Sólo presentación y cambio en la personalidad y si esto se sostiene se debe a la brillante actuación de Keira Knightley. También cae la responsabilidad en Dominic West, aunque en su imagen parece estar incómodo con la propuesta estética planteada para su personaje. Ambientada en el París, ciudad que estaba en plena ebullición a finales del siglo XIX. Desde la Belle Epoque, y con el germen de lo que se conocería como “Los locos años 20” de gran efervescencia cultural, nos adentramos específicamente en el mundo de las artes, la literatura, la pintura, la música. El devenir de la liberación de Colette de la opresión de su marido, el discurrir abiertamente sobre aspectos en aquellos años condenatorios, hasta por momento de actitud de complicidad por parte de Willy es lo que le resta peso al texto, se torna poco creíble Tiene en su haber, además de la perfecta recreación de época, y a partir de la dirección de arte, el vestuario, una magnifica fotografía, dándole el adecuado contraste a los espacios físicos donde se desarrolla la historia. Entre la vida rural clara, refulgente y el gris del Paris diurno, en contraposición a la luminosidad cultural de la noche parisina. El diseño de la banda sonora que comienza de parabienes, de manera empática con el relato, las acciones y las imágenes para a partir del segundo acto tornarse manipuladora de las sensaciones que debe sentir el espectador de manera totalmente innecesaria y hasta el cansancio. La película desde su personaje central pierde contundencia sensual a manos de la intelectualidad impuesta por el texto, hasta en los momento de máxima rebeldía la heroína da aspecto de mucha frialdad, es más importante desde lo intelectual que la sensualidad que le intenta poner la actriz al personaje. El otro punto por debajo de lo esperable en este tipo de producción, y sabiendo que los responsables del guión son Wash Westmoreland, Richard Glatzer y Rebecca Lenkiewicz estableciendo diálogos fuera de tiempo y espacio Por lo que se traduce que la vida de la escritora y luchadora por la igualdad de géneros sólo es usada para la instalación de pareceres e ideas actuales. El biopic queda desdibujado en cierta manera. En la vida real Colette, escribió la novela "Gigi", que sirvió como base para la producción teatral y la película del mismo nombre en 1958, pero esta producción finaliza antes que eso ocurra. Hay un gran problema a la hora de ponerme a analizar el filme, esperaba al menos sorprenderme, ir al encuentro de mucho más que lo que ofrece.
LIBERTAD, LO DEMÁS NO IMPORTA NADA Sin dudas que Colette: liberación y deseo es una película que cae de manera oportuna en este presente de debate de géneros, revalorización de la figura de la mujer en la sociedad y cuestionamiento a las instituciones patriarcales. Colette, la escritora, fue un símbolo allá por comienzos del Siglo XX de cómo la mujer debía optar por la libertad como modo de vida, aunque también operaban cuestiones sexuales debido a una bisexualidad asordinada que prontamente explotó públicamente y generó sus controversias. Por tanto, la película de Wash Westmoreland abarca un amplio abanico de temas contextuales que podrían anclarla en la mediocridad de las circunstancias y volverla absolutamente perecedera. Sin embargo, y más allá de algunas remarcaciones y subrayados, hay algo lúdico en la forma en que el director aborda los temas que convierten a Colette: liberación y deseo en una película mucho más atractiva de lo que sus modos algo apolillados daban a suponer a priori. Colette: liberación y deseo es un film que se mueve cómodamente en ese molde cinematográfico que tiene como etiqueta más cercana al cine de James Ivory: impecabilidad en rubros técnicos para representar una época pasada, una cámara que busca construir cada plano en una pieza de arte, seducción por rituales de alta sociedad y una aproximación a eso que transita por debajo de la superficie. Digamos, eso que el cine británico ha explotado hasta el hartazgo y que le ha ganado el mote de qualité. Lo fundamental en el trabajo de Westmoreland, entonces, es cómo logra sacarse el peso del maquillaje, el vestuario y la dirección de arte, y hace que la película cobre vida a partir de construir un vínculo sumamente atractivo entre sus personajes principales: Colette (Keira Knightley) y su esposo Wally (Dominic West). Hay algo de vodevil en la manera en que esa relación atraviesa diversos estadios, desde la fascinación primigenia de ella hasta un vínculo que se vuelve meramente profesional y hasta liberal en la forma de entender la sexualidad. La película es explícita respecto a cómo sólo la relación de pareja sirve para sintetizar todos sus temas: comienza con la visita de Wally al hogar de Colette, todavía una joven campesina, y culmina cuando la pareja termina por quebrarse. En el medio, hay todo un compendio de emociones que se construyen siempre desde el punto de vista de ella: va de la fascinación ingenua del comienzo, hasta la desilusión por la traición última de un tipo que la ha sometido y hasta esclavizado en post de la buena literatura. La suspensión del punto de vista a partir de la mirada de Colette es clave en la película para observar el crecimiento del personaje (el ficcional y el real): cómo el entorno y especialmente el vividor Wally se van modificando a los ojos de la mujer es una decisión muy inteligente por parte de Westmoreland. La película entonces aborda desde ahí no sólo las obvias cuestiones relacionadas con lo sexual y lo genérico, sino también el arte, el valor de lo falso y lo real, y un interesante juego de dobleces a partir del emblemático personaje de Claudine, aquella heroína literaria creada por Colette pero a la que Wally le ponía la firma. El “Yo soy Claudine” que en determinado momento Colette le espeta a Wally trasciende la mera declaración de autoría para reafirmar una posición del personaje respecto de su vida personal. Y si bien todo esto está más que bien, también es cierto que Westmoreland podría haber expresado lo mismo desde una narrativa anticuada y que busque exclusivamente lo académico. Por el contrario, y hasta asimilando precisamente el universo de sus personajes (que también se vieron seducidos por el vodevil y el cabaret), hay un refinamiento justo que no impide lo juguetón del asunto, incluso una comicidad veloz y amable, especialmente en una notable secuencia que en montaje paralelo muestra cómo Colette y Wally llegaron a compartir una amante. Son esos pasajes los que distancian a Colette: liberación y deseo del cine acartonado al que parece refrendar. La vibración en la que se mueve la pareja, que le otorga cierta fricción al relato, es lo que hace válido este retrato justo y preciso sobre reafirmación femenina. Vibración a la que Knightley le otorga su habitual intensidad moderada y en la que West brilla con la construcción de un personaje entre patético, caricaturesco y villanesco, pero siempre complejo en su manera de manejar sus obsesiones.
Keira Knightley es Sidonie-Gabrielle Colette en el nuevo film Colette: liberación y deseo de Wash Westmoreland, basado en la vida de la escritora y artista de variedades que vivió a principios del siglo XX y dio vida a una saga de novelas alrededor del personaje de Claudine. Colette es una chica de campo que se casa con Willy, un egocéntrico hombre de letras mucho mayor que ella. Ambos se mudan a París donde la joven conoce el mundo del arte y la cómoda vida que lleva la clase alta. Aunque a la par descubre la excentricidad de los artistas. A medida que pasan los años, e incentivada por su marido en busca de algún rédito económico, comienza a escribir las historias de Claudine, basada en parte en algunos eventos que ella había vivido cuando era chica. Pero las mismas son publicadas con el nombre de Willy. Las infidelidades de su marido junto a sus nuevos gustos por otras mujeres irán distanciando cada vez más el matrimonio. Colette: liberación y deseo es un verídico y detallado trabajo por recrear la vida de la famosa escritora pero a la par hace una construcción de la puesta en escena y las costumbres que rodeaban a la Europa de principios del siglo XX. Keira Knightley hace una interpretación muy correcta de Colette, a veces un poco forzada especialmente en los momentos en que se siente más un monólogo que una conversación, pero se nota que se siente cómoda interpretando este tipo de personajes de época. Por otro lado, Willy (Dominic West) tampoco es un ejemplo de villano en la película, tan solo era más hombre de negocios que un marido, en una relación donde lo único que los mantenía juntos era la saga de novelas sobre Claudine.
Pensaba mientras estaba en la sala viendo "Colette", que podría ser una película ideal para los tiempos que corren. El debate global y local sobre el rol de la mujer, está en los medios y brinda un universo rico para contrastar posiciones, realidad, e historia. "Colette" de Wash Westmoreland (cuyo gran antecedente profesional es "Still Alice") llega para actualizar la bio de una tremenda escritora y performer, Sidonie-Gabrielle Colette, de la Francia de principios del siglo pasado. Keira Knightley es la elegida por el cineasta par llevar adelante un papel complejo, lleno de matices, que la actriz resuelve con suerte dispar. El tramo de la vida de la escritora que se desarrollará en "Colette", va desde los meses previos a su unión matrimonial con Herny Gaulthier-Villars (Dominic West) hasta la primera década del siglo pasado. Lo que Westmoreland está interesado en mostrar, en este segmento de la vida de la escritora, es su proceso de transformación de ser una campesina sencilla en una artista de ruptura y total relevancia para la escena cultura parisina de ese período. Conocemos a Colette (Knightley) como una jóven mujer de la pequeña villa de Borgoña, preparada por su familia, para contraer enlace con un sujeto que la impulse social y económicamente. Sus padres fomentan la relación de su hija con un escritor bastante histriónico, que derrocha simpatía y promesas de progreso para Colette. Ellos ya se conocen -a pesar de que esto no parece estar en la superficie- (en el film no sabemos cómo sucedió), y la pasión entre los enamorados da lugar al establecimiento de una pareja parisina de clase en poco tiempo. "Willy" (Henry), es agente literario y su trabajo es captar y promover escritores, esforzándose por sostener su prestigio en el medio y sostenerse económicamente. Es cierto que le cuesta mantener cierto nivel de vida, tal vez, por encima de sus posibilidades. Fuerza a sus contactos y empleados para que produzcan textos, libros y cuentos, que él comercializa, mientras se dedica a disfrutar la vida social a pleno. Su esposa, mira y aprende en silencio a través de los años. Ella tiene condiciones innatas para la alta literatura, pero sólo se analizará esta condición en detalle, cuando Willy esté en la quiebra y ya no tenga más ideas de donde tomar. Colette entonces, aprovechará esta circunstancia, para lograr que su libro, "Claudine" basado en sus experiencias sexuales y sensoriales de la adolescencia, vea la luz y se transforme en un hit de ventas. El único problema es que la autoría de la obra, será firmada por Willy, quien se arrogará frente a los medios, ser el único responsable de esa pieza literaria. Si bien la relación con Colette se estaba volviendo inestable (ya comenzaba ella a experimentar su costado bisexual), lo cierto es que este antecedente inicia un período de discusiones fuertes en la pareja. Colette era un espíritu libre y transgresor y cree que tiene derecho a disfrutar del éxito de su obra pero...su marido opina lo contrario. Aquí vemos la premisa fundacional del film, el director (y guionista) desarrolla con paciencia la aparición de rasgos e ideas únicas que tenía la talentosa vanguardista, hasta llevarla al punto en que tanto se siente afectada, que comienza a explorar la escena teatral, con espectáculos no convencionales que la pondrán en el centro de la escena cultural parisina. Y se permitirá tener amantes, también. Si debemos decir que, Westmoreland simplifca demasiado todo lo que sucede puertas adentro en el matrimonio. Quienes conocemos la historia, sabemos que había mucho material para avanzar con propuestas más radicales. Pero no, se elige el tono descriptivo y el ritmo lento y pausado... Este cuidado por las formas y la perspectiva de mostrar lo transgresor casi como exótico, quitandole el corazón de la pulsión, es lo que hace al film, plano y sin demasiados matices. Colette era incendiarias en términos de ir contra lo establecido, y aquí la vemos medida, paciente, controlada y amable. Esto seguro que esta era una gran oportunidad para ir más allá y explorar la intimidad de lo que Colette sentía y pensaba sobre las relaciones y el género. Y nada de eso está presente, excepto una relación estable con Sophie de Morny, marquesa de Belboeuf (Missy, jugada por Denise Gough), que se apoya mucho en el costado creativo y treatral, antes que el pasional. Y no demasiado más. En definitiva, una biopic demasiado "correcta" para una mujer excepcionalmente incorrecta. Si quieren una primera aproximación a Colette, puede servir. De lo contrario, pueden sumar la versión de 1992, ("Becoming Colette") que siento muy superior a esta realización.
"Hay que acostumbrarse al matrimonio", dirá alguna vez Colette y alguien le contesta: "Es mejor que el matrimonio se acostumbre a ti". Ella no pensaba lo mismo cuando tenía diecisiete y, criada en la campiña francesa y educada por una madre liberal, moría de amor por Henry Gauthier VIllars, habitante del centro de París, catorce años mayor y bastante atractivo. El le haría conocer las bellezas y no tanto de una ciudad cosmopolita donde él mismo reinaba con sus más de 35 "negros" y numerosas amantes. Es que Colette se había casado con alguien que vivía del oficio de escribir, pero a través de los llamados "negros", jóvenes aspirantes a escritores o medianos novelistas de pocos francos la carilla. Gauthier Villars, conocido por Willy, era un astuto mercader de palabras, que a falta de extenso vocabulario sabía muy bien qué quería leer la gente y cómo diagramar bocetos a los que incorporaba escritores desconocidos o aspirantes aventajados que escribían bajo sus lineamientos por una paga y sin firma. Vividor atractivo, dueño de olfato comercial, detectó el talento literario de su joven esposa y la alentó a escribir. Así surgió la inicial "Claudina en la escuela" y la serie de novelas que le siguieron con el éxito popular de esa protagonista joven (Claudina) con la que se identificaron jóvenes y no tan jóvenes, y durante décadas no sólo compraron sus libros sino las cremas Claudina, los jabones del mismo nombre, o lucieron la moda que de ella surgía. Los éxitos literarios eran firmados por Willy y fomentaron la destrucción de un matrimonio que ya se bifurcaba en relaciones, como las de los políticos, multilaterales. Es que Colette disfrutaba de las experiencias sexuales sin distinción de género o moralidad. Sus parejas serían desde descendientes femeninas del zar Nicolás I (Missy) hasta editores de diarios famosos, pasando por algún hijastro adolescente cuando ella bordeaba los cuarenta o aristócratas casadas que también Willy festejaba. BOHEMIA PARISIEN Wash Westmoreland, un personaje de la bohemia inglesa, director con Richard Glatzer -su pareja- de la recordada "Siempre Alice" (Joanne Moore) elige una dupla como protagonista y pinta un fresco de la "Gozosa París" de 1912 a 1920, momentos en que el teatro se atrevía a todo, en que Helena Rubinstein comenzaba a transformar a las mujeres con sus cremas y Les Ballets Russes asombraban a la ciudad con su exotismo y audacia encarnada en un tal Nijinsky, que revolucionaría la danza. Entre ellos, la guerra que estallaba y la prepotencia de una mujer que se aventuraba a demandar su derecho a firmar sus obras literarias y vivir la vida que sentía. Filme sobre la libertad, más allá de cualquier paternalismo disfrazado de protección, con elegante reconstrucción de época, donde brillan la moda y París con su bohemia intelectual. Poder disfrutar de una época en la intimidad de sus fiestas de literatura y escándalo, o de esas extrañas representaciones teatrales donde los recientes descubrimientos de la tumba de Tutankamon (1922) las poblaban de momias y sarcófagos, es una curiosidad y un placer. EL ESTALLIDO El espectador disfruta de conocer una Francia distinta, donde la Torre Eiffel era joven y el Arco de Triunfo no era vandalizado, aunque ya se percibía que las relaciones podían tener estallidos y que aquello de "París era una fiesta" podía entrar en crisis. Nunca tan bien elegida Keira Knightly con el encanto, la picardía y la reserva de esa dama atípica que fue la autora de las Claudinas y "Gigi", la primera mujer en entrar a la Academia Goncourt y que quizás por haberse confundido de época no pudo incorporar a sus tres matrimonios, un cuarto igualitario con la escultora Missy, de quien se decía era la hija ilegítima del zar Nicolas I.
Impacto 24 Inicio Cinefilos Los estrenos de cine de la semana CINEFILOS Los estrenos de cine de la semana Por Susana Salerno - 9 diciembre, 2018 36 0 “CADÁVER” (2018). Dirección: Diederik Van Rooijen, Actores: Shay Mitchell, Grey Damon, Kirby Johnson, Género: Terror. Origen: Estados Unidos. Duración: 85 minutos. Versiones: Subtitulada / Doblada. Apta para mayores de 13 años con reservas. Cuando un policía que acaba de terminar la rehabilitación toma el turno de noche en un depósito de cadáveres de un hospital de la ciudad, se enfrenta a una serie de eventos extraños y violentos causados por una entidad malvada en uno de los cadáveres. Mi Opinión: El director holandés Diederik van Rooijen debuta en Hollywood, con esta película de terror. Comienza con un prólogo donde a la joven Hannah Grace (interpretada por la actriz, modelo, gimnasta y contorsionista, Kirby Johnson. Casualmente Ella es una admiradora de la película “El exorcista”) dos sacerdotes y el padre de la víctima, le están haciendo un exorcismo pero el mismo se sale de control. Tres meses después, la joven Megan Reed (canadiense Shay Mitchell) una ex policía que viene de vivir situaciones traumáticas, decide volver a sus actividades elige realizar tareas en un lugar tan lúgubre como es la morgue y a través de algunos flashbacks conocemos su pasado. Cuando el llega el cuerpo Hannah Grace, la mayoría de los espectadores sabemos que vamos a vivir situaciones sobrenaturales. La actriz Shay Mitchell es más conocida por su papeles en televisión, este es su debut cinematográfico como protagonista, está bien pero el pánico no te lo transmite, el caso Kirby Johnson se luce únicamente en su expresión corporal ya tiene dotes naturales. Dentro de los roles secundarios: Stana Katic, Grey Damon, Louis Herthum, Nick Thune, Jacob Ming-Trent y Maximillian McNamara no logran destacarse no tienen grandes roles. Si bien cuenta con una buena locación, con una iluminación apropiada, te ofrece una buena paleta de colores, se van generando buenos climas, tiene el trabajo de un buen equipo de maquillaje por Adrien Morot para posesiones demoniacas y generar tensión. Pero su contenido termina siendo mediocre, predecible y a sus personajes podemos saber que les va a pasar. Tiene algún punto similar al film “La morgue” (2016) de André Øvredal. Buena. “COLETTE – LIBERACIÓN Y DESEO” (2018). Dirección: Wash Westmoreland, Actores: Keira Knightley, Eleanor Tomlinson, Denise Gough, Dominic West, Género: Drama. Origen: Reino Unido / Estados Unidos. Duración: 111 minutos. Apta para mayores de 13 años. Una chica de campo poco convencional, Sidonie-Gabrielle Colette, se casa con un egocéntrico y carismático hombre de letras catorce años mayor que ella, conocido con el nombre de soltero, ‘Willy’. Bajo los auspicios de su marido, Colette se introduce en el fecundo mundo artístico de las mujeres mundanas en París, que da lugar al despertar de su apetito creativo. Siempre rápido para capitalizar el talento, Willy le permite a Colette escribir sus novelas solo si lo hace en su nombre. El éxito fenomenal de su serie Claudine convierte a Willy en un escritor famoso y a Colette y Willy en la primera pareja de famosos moderna. A pesar de ser las estrellas de la ciudad, la falta de reconocimiento por su trabajo comienza a atormentar a Colette. Su matrimonio comienza a desmoronarse internamente, alimentado por las infidelidades de Willy y el creciente interés de Colette por las mujeres, en particular por su relación con Missy, quien desafía el género, sin embargo, no puede liberarse de él ni emocional ni artísticamente. Con las cosas cada vez peor, Willy recurre a medidas cada vez más desesperadas para pagar sus deudas y sabotear a su esposa, ¡pero Colette está desarrollando sus propios recursos! Ambientada en los albores de la edad moderna, Colette: Liberación y deseo es la historia de una mujer a la que un hombre autoritario le ha negado la voz, pero que llega a extremos extraordinarios para encontrarla. Una batalla de los sexos en el comienzo de la era moderna cuando los cambios sísmicos se llevaban a cabo en los roles de hombres y mujeres. Años después de la publicación de su primera novela, Colette sigue ubicándose entre los escritores franceses más vendidos. Mi Opinión: En este melodrama biográfico donde la actriz inglesa Keira Knightley (una maravillosa actuación, seduce, muy jugada y va en busca de algún Premio) interpreta a Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954), una mujer que en un principio vivió a la sombra de su marido Henry Gauthier-Villars, conocido como Willy (Dominic West), pero ella se enfrento a su esposo, descubre su bisexualidad, se antepone a la homofobia y el machismo de esa época, lucha por su libertad y desafía a una sociedad que la oprimía. Dentro de los personajes secundarios: Dominic West hace un notable papel, en cambio el personaje Denise Gough como Missy queda algo desaprovechado, otros personajes solo están correctos y la cinta por momentos se hace un poco reiterativa. Su narración retrata cada detalle, lo social, lo moral, lo político y lo artísticos, contando con una buena ambientación, vestuario, dirección de arte y la destacada fotografía de Giles Nuttgens. Algún punto en común tiene con la película “Big Eyes” de Tim Burton.
La palabra “emancipación” tiene demasiada historia; el abuso no le es desconocido, tampoco la decepción. Aun así, no deja de ser un término en el que anida una promesa, porque ninguna situación, ningún estado de cosas están indiscutiblemente clausurados. La invención de la novela (y más tarde del cine) contribuyó a identificar otro sentido de la emancipación: el mundo de los personajes, las creencias que los definen, las decisiones que toman frente a ciertas circunstancias liberaron al lector de una comprensión unívoca de cualquier fenómeno humano. Para una situación puede haber siempre más de una respuesta. Es por eso que con la novela se inaugura una práctica sin mediaciones con la que se puede pensar más libremente, sin tutelas. En una escena al paso del filme de Wash Westmoreland, una novela recién editada empieza a llegar a sus lectores (todas mujeres). Cada ejemplar en una mano es más que eso. Sucede que ese libro constituye la glosa del aludido espíritu de emancipación, porque ahí se avecina una forma de ser aún no imaginada por muchos, pero sí sentida por algunos. Es lógico, por otra parte, que se trate en este caso de mujeres, porque la literatura de Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) desempeñó un incentivo para reconocer el deseo femenino sin el yugo de la maternidad y desentenderse de la vida doméstica al servicio de los hombres. Colette batalló por tomar la palabra y al hacerlo se liberó por la palabra del imaginario de la época. Westmoreland, cuyas películas precedentes también tienen protagonistas femeninas, se ciñe al período de tiempo en el que Colette se casa y vive con el escritor Henry Gauthier-Villars (o Willy), a quien corrige primero sus textos y luego le redacta enteramente libros en su nombre, incluidas las novelas dedicadas a Claudine, que delineó un nuevo arquetipo de mujer, lo suficientemente desobediente para desmarcarse del legado victoriano y así inaugurar un modelo de mujer del cual hoy sigue vigente su absoluta vindicación. Colette amó a hombres y a mujeres por igual, disoció en su prosa el placer de la reproducción, intuyó el impulso de la moda y ayudó a establecer un nuevo lugar de la mujer en el orden social. Todo esto se muestra en el filme con bastante gracia y un indisimulado sentido didáctico. La puesta en escena se limita a la ilustración. No faltará el halago respecto al buen gusto acerca de la indumentaria y la mueblería elegida para representar una época, condiciones de producción que son requisitos mínimos para cualquier filme con intérpretes reconocidos. Es evidente que el actor DominicWest como Willy disfruta de las líneas que entona y de lucir sus bigotes decimonónicos; la habitual rigidez de Keira Knightley se diluye a medida que su personaje progresa moralmente y así llega a besar mujeres y hasta se anima a representarlo en público. Hay otras sugerencias en Colette: Liberación y deseo, como la relación de la palabra, la experiencia y la autoría, y asimismo sobre formas de amar que desconocen el sentido de propiedad afectivo. Se puede amar sin poseer. Alusiones dispersas que alcanzan para conseguir un esbozo libertario y contradecir misteriosamente a un coro de indignados del presente a quienes todavía les preocupa legislar sobre los placeres ajenos.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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Una escritora sometida por el “nom de plume” de su esposo, que busca ser reconocida por sí misma en el París de la Belle Époque. Otra de esas películas que se estrenan un poco tarde porque nadie quiere, en el fondo, hacerlo. Esta biografía de los primeros años de la carrera literaria de “Colette” es de esos films que se hacen gracias a que existe el contexto justo. La historia es la de una escritora sometida por el “nom de plume” de su esposo, que busca ser reconocida por sí misma en el París de la Belle Époque, época donde ciertas libertades –incluso sexuales– escondían el constante sometimiento de la mujer. Huelga decir que la película no sólo se hace cargo, sino que asume y se justifica en los paralelismos entre aquellos años y los nuestros, también post-finiseculares. Más allá de su evidente didacticismo y de cierto regodeo en la “qualité”, la fábula en sí es divertida y los actores –especialmente las actrices– logran crear un universo autónomo, del que nos importa poco saber si fue o no así.
Hay historias que resultan muy grandes para sus respectivas biopics, y este es el caso de "Colette: Liberación y deseo". La película protagonizada por Keira Knightley recrea la fascinante vida (o al menos la juventud) de Sidonie-Gabrielle Colette, la célebre escritora francesa que rompió moldes y se rebeló contra la cultura machista a principios del siglo XX. La historia arranca cuando Colette se casa con un pseudo escritor 14 años mayor que ella que la introduce en el mundo artístico de París. De a poco la chica descubre su vocación por la escritura, pero su marido explota su talento y la utiliza como una escritora fantasma: ella escribe y él firma, y las novelas se transforman en un éxito editorial sin precedentes. El director Wash Westmoreland ("Siempre Alice") se enfoca después en el proceso de emancipación de la escritora, que descubre su deseo sexual por las mujeres y empieza a reaccionar contra la cruel manipulación de su marido. Hay pocas películas que puedan dialogar con el presente como "Colette", que expone temas candentes como la reivindicación de derechos de igualdad entre el hombre y la mujer y la revalorización del feminismo. Sin embargo, el filme por momentos pierde esa fuerza natural que irradia su heroína, y hacia el final los personajes se desdibujan porque les falta intensidad y carnadura. Keira Knightley se luce con un personaje que tiene muchos matices, aunque también parece limitada por el planteo algo esquemático del director.
“COLETTE: DESEO Y LIBERACIÓN” Literatura hecha cuerpo Ignacio Andrés Amarillo iamarillo@ellitoral.com La distribución en la Argentina de la cinta que sigue los años más intensos en la vida de la escritora Sidonie-Gabrielle Colette apuesta a la explicación ostensiva sobre “de qué va la cosa”, agregando el “deseo y liberación” al título. Porque son dos temas que mueven la trama del filme y la vida del personaje central, pero que pueden quedar como planos dichos mal y pronto. Collette fue un sujeto deseante pero su liberación no es sólo la de su deseo entendido como carnal, sino de su ser femenino todo. En el tránsito del siglo XIX al XX hizo saltar por prepotencia de voluntad (como todas las pioneras, como en la Argentina Julieta Lanteri, Cecilia Grierson y más tarde Alfonsina Storni, entre otras) las convenciones sobre el amor, el arte y la profesión que les estaban dadas a las damas francesas (la amante de Colette, Mathilde “Missy” de Morny, marquesa de Belbeuf, dirá en un momento del filme sobre su ruptura de los géneros: “Entiendo que es más difícil para las mujeres que no tengan mis medios”). Así, quizás sin usar nunca la palabra “feminismo” (que viene del sufragismo británico, o por ahí), Colette amó a hombres y mujeres, llevó sus vivencias al papel y luchó por el reconocimiento autoral contra su antagonista: Henry Gauthier-Villars, alias Willy, su marido y “hacedor”. Porque el guión (firmado por el fallecido Richard Glatzer como autor de la historia, llevado a la pantalla por él mismo junto a su marido, el director Wash Westmoreland y la coguionista Rebecca Lenkiewicz) elige mostrarlo como una suerte de Pigmalión mediocre que se horroriza de la Galatea que ha forjado del barro, que abre sus propias alas más allá de la “correa larga” que le ha tendido: Colette se apropia del mundo libertino de su marido y de sus cuadernos, y como Flaubert de “Madame Bovary” dice: “Claudine soy yo”. Pero acá, el género y las vivencias coincidieron, y Colette se convirtió en una autocreación. Por lo que llevar su historia a la pantalla es una puesta-en-vida de quien puso la vida en tinta. No es un desafío menor. Cuidado visual Por lo demás, la narración fluye tradicional, en un estilo de biopic clásico: el recorte del período clave en la vida de la figura a retratar, los saltos temporales cuidadosamente indicados, la estructura de relaciones sintetizada en derredor del personaje. Pero la química funciona y la puesta se luce en la representación. Aunque podría sospecharse de la visión británica sobre hechos y personajes franceses, la reconstrucción de vestuarios, looks y lugares (en parte rodados en Hungría) es remarcable: ahí están sobre el final, las fotos de rostros y objetos (los manuscritos, por ejemplo) para mostrar el esfuerzo puesto en los detalles (las manos escriben en francés, aunque las voces en off sigan el texto en inglés). El mérito es para el diseñador de producción Michael Carlin, el departamento de arte de Katja Soltes (Renátó Cseh, Hedvig Kiraly y Katrina Mackay), las escenógrafas Lisa Chugg y Nóra Talmaier y la diseñadora de vestuario Andrea Flesch. De la mano de la fotografía de Giles Nuttgens, la campiña es siempre verde y luminosa, y la París del tránsito a la luz eléctrica es más de interiores, expresando la tensión entre el campo amado por la artista y el mundo de los salones literarios que demoraron en aceptarla (aunque el Bois de Boulogne tiene que estar, como espacio de sociedad). La música de Thomas Adès viste las escenas, aunque la música que se destaca es la diegética, la que escuchan los personajes, y pertenece a los compositores de ese tiempo (Debussy, Saint-Saëns, Gounod, Bizet, Satie). Intérprete plena Pero el arma secreta de Westmoreland son 55 kilos de material explosivo. Keira Knightley es pura literatura, es una encarnación del periplo de la heroína romántica. De la mano de Joe Wright exploró el carácter campesino e indómito de la Lizzy Bennet de “Orgullo y prejuicio” y las tribulaciones en jaula de oro de “Anna Karenina”. Su Colette vive un poco entre ambos registros, pero al mismo tiempo es un salto evolutivo en el devenir de la liberación femenina: el personaje histórico y el literario (Claudine) son uno, “y la mano que empuña la pluma es la que escribe la historia”, como le enseña Willy (para su posterior arrepentimiento). Así, vuelve sobre sí y puede ser a la vez Lizzy Bennet y Jane Austen, y viajar de la joven ingenua de Borgoña a la figura de sociedad que marca estilo por estampa y pluma. Knightley proyecta una fuerza especial hacia adelante desde el maxilar inferior para escupir las verdades más duras, pero basta que ría con la punta de la lengua entre los dientes (proyectando la energía hacia atrás) para expresar la candidez, con los ojos pícaros y chispeantes: esas ventanas del alma que se revelan precisas en la escena del Moulin Rouge. Allí, en la secuencia de “Sueño de Egipto”, hace explotar a la performer escénica, con un baile “exótico” que combina las rigideces jeroglíficas con el fluir de las danzas de la India. En sociedad Del otro lado está Dominic West como un Willy taimado, libertino y celoso; el riesgo de caer en el exceso está ahí, pero el intérprete logra sortearlo con éxito. El elenco se completa con una sugerente y sutil Eleanor Tomlinson como Georgie Raoul-Duval (doble amante del matrimonio); Denise Gough en el cuerpo de una Missy masculina y firme; una sólida Fiona Shaw como Sido, la madre de la escritora; Shannon Tarbet como Meg, el tímido nuevo proyecto de Willy; Johnny K. Palmer como Paul Héon, el secretario con lealtades divididas; y Aiysha Hart tiene su destello como Polaire, la intensa argelina elegida para llevar a Claudine al teatro. Acompañan Robert Pugh como Jules, el padre ex soldado, Julian Wadham como el editor Ollendorff y Ray Panthaki y Al Weaver como Veber y Schwob, escritores fantasmas al servicio del pícaro bon vivant. Una sorpresa: Dickie Beau como Georges Wague, maestro y compañero escénico de Colette, gracias al cual podemos ver un poco de la etapa final de la escuela francesa clásica de pantomima (Wague fue un puente entre esta y el mimo moderno de Etienne Decroux). Con esa paleta, Westmoreland pinta una época, un tiempo de vanguardia y apertura que, más de cien años después, todavía tiene cosas para decirnos. **** Muy buena “Colette: deseo y liberación” “Colette (Estados Unidos-Estados Unidos-Reino Unido-Hungría, 2018). Dirección: Wash Westmoreland. Guión: Richard Glatzer. Wash Westmoreland y Rebecca Lenkiewicz. Fotografía: Giles Nuttgens. Música: Thomas Adès. Edición: Lucia Zucchetti. Diseño de producción: Michael Carlin. Elenco: Keira Knightley, Fiona Shaw, Dominic West, Robert Pugh, Sloan Thompson, Ray Panthaki, Al Weaver, Dickie Beau, Julian Wadham, Eleanor Tomlinson, Aiysha Hart, Denise Gough, Johnny K. Palmer, Shannon Tarbet. Duración: 112 minutos. Apta para mayores de 13 años. Se exhibe en Cine América.
PERPETUAR LOS DESEOS ¿Quién puede afirmar que es feliz y disfruta de la vida? ¿Qué mujer consigue visibilizar su voz y potenciarla, a pesar de las coerciones socioculturales, de la dominación cosmopolita machista y de concepciones culturales tan disímiles que aplauden lo innovador pero con ciertas restricciones? Gracias a un espíritu fuerte, la chica de campo pobre y confundida con una hermana huérfana durante la presentación en la sociedad parisina aprende a modelar numerosos aspectos del matrimonio, a mantenerse fiel a sí misma, a quebrar los mandatos de la época, a tener un nombre propio, a experimentar sin remordimiento todas las inclinaciones sexuales, a compartir los recuerdos y las sensaciones del pasado a través de la escritura, a conectarse con la ciudad y a realizar lo que desea. Fuera de todo pronóstico, ella consigue lo inimaginable: felicidad plena y promover su estilo como universalidad. Justamente, este efecto se acentúa gracias a la construcción narrativa por elípsis y saltos temporales del director Wash Westmoreland que trazan el intenso recorrido de la protagonista, las transformaciones que debe realizar para sobreponerse a dicho contexto y las permanentes reconfiguraciones entre el campo y la ciudad. Un comienzo familiar y apacible en el pueblo Saint-Sauveur-en-Puisaye, en la región de Borgoña, interrumpido por la visita del escritor Gauthier-Villars, conocido como Willy, que evidencia el interés de ambos por estar juntos, el reconocimiento de la madre acerca de su temperamento peculiar y una suerte de guiño hacia el futuro en el obsequio del hombre: un adorno de vidrio con una pequeña torre Eiffel dentro y nieve que bien puede anticipar el encanto en el que sucumbirá la urbe y el éxito de la pareja que terminará con todos en la palma de las manos. Luego, la vida conyugal en París con los primeros acercamientos de Colette a los salones y los círculos exclusivos que no sólo la insertan en una vida intelectual y artística activa, sino también sellan el pensamiento social reinante, es decir, la marcada diferencia de género y clase. Un vínculo que inicia con numerosas asperezas pero que de a poco encuentra solidez en cantantes, actores, mujeres con poder económico y otros escritores (resulta interesante el despliegue de problemáticas con ghostwriters y los derechos de autor). Por último, las giras y una evolución avasalladora del personaje Claudine que mantienen los lazos con el pasado, con la pertenencia, con las búsquedas estéticas e identitarias y con la constitución de fenómenos culturales que intentan ampliar las miradas, replantear cuestiones de siglos anteriores, descolocar lo establecido y volver perceptibles los anhelos más profundos. El otro elemento central en Colette: Liberación y deseo es la inserción de lo andrógino en el entorno de la protagonista a través de matices y capas: el cantamimo que recita al principio en uno de los salones –una figura con traje, rostro blanco, rodete y voz femenina–, el uso de blusas y blazers con polleras que se contraponen a los vestidos, los coqueteos y la experimentación sexual –sólo permitida para los hombres–, la forma en la que toma alcohol, el personaje que lee fragmentos del primer libro, Missy y su vestimenta con pantalones o el corte de pelo; todos ellos puestos al servicio para cuestionar el rol sumiso de la mujer, los impedimentos sociales para que se exprese, sienta, piense, disfrute y luzca y las betas por las cuales se cuela la escritora para quebrar cualquier ataduras y liberararse del deber ser. La chica de campo supo demostrar una personalidad enérgica y cualidades distintivas para derribar mitos sin fundamentos, beneficios ganados sin luchas, estamentos arcaicos y diluir un poco las desigualdades genéricas. Un torbellino que puso en jaque lo que se esperaba de ella en pos de mantener la esencia y defender sus sensaciones, vivencias y pensamientos. Una mujer convertida en estilo dentro y fuera de las páginas de los libros. El pleno goce perpetuado y libre. Por Brenda Caletti @117Brenn
La película sobre la vida de la celebrada artista francesa cuenta de manera en extremo tradicional y académica la historia de una mujer que se ocupó durante su vida de tratar de romper esas convenciones. Hay algo intrínsecamente problemático en películas como COLETTE. Si se trata de contar la historia de una mujer que a lo largo de su vida logró romper las ataduras de la sociedad de su época y su inherente machismo y si lo hizo gracias a decisiones arriesgadas en lo artístico y en lo sexual, ¿porqué contar la historia de la manera más tradicional, arcaica y académica posible? Hay una película no hecha, aquí, sobre esa mujer. Una que se ponga a la par de sus decisiones personales, que se atreva –como lo hizo ella– a alejarse de las convenciones. Pero no. Colette pudo haber sido una persona poco convencional. La película sobre su vida no lo es. Más bien todo lo contrario. Las mejores o más atractivas adaptaciones de época sobre personajes de alguna u otra manera rupturistas han logrado sumar a su forma el espíritu del retratado. Sea la MARIE ANTONIETTE, de Sofía Coppola, o –más acá en el tiempo– el I’M NOT THERE, de Todd Haynes, por citar solo dos ejemplos al azar, el trabajo a hacer con estas historias es deconstruirlas tanto como los personajes se deconstruyen a sí mismos. Si vamos a repetir las convenciones del un relato decimonónico institucional para hablar de alguien que se rebela contra las instituciones estamos desaprovechando una oportunidad. Y si la idea es esa (traficar contenidos “modernos” en un paquete clásico), el resultado no logra estar a la altura de esa búsqueda y se siente más como un llamado a los votantes de la Academia que otra cosa. COLETTE es, temáticamente, una película apropiada para esta época. Un relato feminista, que transcurre entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, acerca de una talentosa escritra francesa de familia campesina de bajos recursos, que se enamora y se casa con el apodado “Willy”, un playboy parisino célebre, quien además es escritor y crítico de música. El shock de la llegada de Colette a París –donde todos la maltratan y humillan, aún sutilmente– va mutando de a poco, especialmente cuando el tal Willy le pide que lo ayude a escribir una de las tantas novelas que tiene que entregar a su editor. Colette “inventa” a Claudine, un personaje que se basa en su propia historia. Tras varias idas y vueltas, publica el libro y es un éxito enorme que genera secuelas. Pero el problema es que el que los firma es él, ya que nadie entonces aceptaría o compraría literatura escrita por una mujer. Durante la primera de las dos horas del film de Westmoreland, Colette y Willy parecen poder convivir con este curioso arreglo. De a poco eso se va a extendiendo a la vida sexual de la pareja. El tiene relaciones con otras mujeres y ella, de a poco, no solo las acepta sino que empieza a tener las suyas. Y con mujeres también. De hecho, llegan a compartir una amante, algo que resulta más tormentoso de lo que parece. Pero de a poco va quedando claro que el proceso de liberación personal de Colette irá más lejos de lo que el moderno pero aún machista y en ciertos ámbitos muy conservador Willy puede soportar. Y el conflicto terminará por estallar. El problema de COLETTE, de vuelta, está en los recursos y en los modos en los que cuenta esta historia. Academicismo puro, sistemas narrativos tradicionales y si se quiere enquistados en modelos tan antiguos como el patriarcado que la película –y la protagonista– dicen combatir. Desde el uso del inglés (los británicos Keira Knightley y Dominic West encarnan a los protagonistas, hablando en inglés y escribiendo en francés) a la organización formal canónica del relato pasando por el histronismo actoral –a la inglesa, eso sí– propio de las películas que buscan premios y nominaciones, no hay nada en la forma de la película en sí que honre al personaje que retrata. Y es una pena porque alguien como ella merecía una película tan desafiante como su persona.
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