Colossal

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Parodia de la ampulosidad

La última película de Nacho Vigalondo, quizás uno de los realizadores más inquietos e inconformistas que haya surgido del panorama cinematográfico de los últimos diez años, es una hermosa anomalía que homenajea al kaiju del pasado y critica sutilmente la tendencia hegemónica hoy por hoy en ese mainstream hollywoodense orientado a las épicas de aventuras, léase la obsesión con el gigantismo hueco tracción a secuencias de acción redundantes, sentimentalismo muy barato, humor cada día más ingenuo y -en especial- una andanada de CGI que despersonaliza al relato de modo compulsivo borrando de un plumazo la corporalidad de los protagonistas. Aquí el director y guionista lleva al extremo el sustrato irónico de sus opus previos y consigue restituir la dimensión humana a los films ampulosos mediante la historia de una pobre mujer que se sorprende al descubrir que de la nada pasa a controlar a un monstruo enorme que se aparece en Seúl de manera intermitente.

Precisamente, Gloria (Anne Hathaway) es una escritora alcohólica que sufre constantes lagunas mentales y con una relación amorosa tambaleante con Tim (Dan Stevens), un novio que le reprocha con insistencia su comportamiento al punto de sofocarla y deprimirla. Luego de un año sin trabajar, expulsada del departamento neoyorquino de Tim y sin dinero disponible, decide regresar a su pueblo natal e instalarse precariamente en una casa familiar desocupada. Entre siestas producto de la bebida y pocas perspectivas de recuperación, Gloria se reencuentra con Oscar (Jason Sudeikis), un antiguo compañero de colegio que en primera instancia se muestra solidario y le ofrece trabajo en su bar. Cuando un engendro voluminoso comience a atacar la lejana Seúl y Gloria se percate que el susodicho reproduce sus movimientos al entrar al “playground” de una plaza, la chica no tendrá mejor idea que comentárselo a Oscar y sus amigos, un gesto que desencadenará abusos y tragedias varias.

Vigalondo juega de forma magistral con los engranajes de la fantasía alegórica símil La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) y con las repercusiones en la esfera pública de nuestros problemas mundanos más vergonzosos, conjugando en todo momento esa inefable propensión de los seres humanos hacia la autodestrucción, hoy examinada tanto en su versión femenina (Gloria es un desastre encantador hecho persona, una mujer entregada a un hedonismo que se mezcla con una torpeza bienintencionada y la lucha contra las botellas espirituosas) como masculina (Oscar, quien asimismo descubre que controla a un álter ego gigante en Seúl, en este caso un robot, es un individuo frustrado que esconde un sadismo latente de rasgos ciclotímicos y bastante violentos). La pugna entre “el querer ser” y “lo que se es” se extiende a lo largo del metraje en una apuesta muy lúcida en favor de la comedia mordaz pero también afectuosa, inclinada a comprender las paradojas de los protagonistas.

En Colossal (2016) el cineasta español retoma distintos elementos de sus obras anteriores: tenemos la espiral de decisiones de su maravilloso debut Los Cronocrímenes (2007), una estructura narrativa centrada en una microhistoria freak en medio de una debacle de alcance monumental a la Extraterrestre (2011), un análisis perspicaz sobre las implicancias de la virtualidad que recuerda a los criterios subyacentes a Open Windows (2014) y hasta aquella dialéctica de los dobles que decía presente en Parallel Monsters, el mejor episodio por lejos del film coral V/H/S Viral (2014). Dejando de lado el triste cancherismo retórico estupidizante de casi todas las propuestas cómicas del mainstream estadounidense con vistas a abrazar un naturalismo de cuidada construcción, la película sabe poner en el ojo de la tormenta a un absurdo pocas veces aprovechado -o siquiera tratado- por una industria que se la pasa enarbolando la misma concepción lineal y los mismos estereotipos de siempre.

Ahora bien, la labor de Hathaway es francamente gloriosa, un testimonio de lo ninguneadas que están muchas actrices en el Hollywood de nuestros días a fuerza de un encasillamiento -similar al de otras épocas aunque exacerbado por la pobreza de los personajes femeninos de las últimas décadas- en un conjunto estanco de papeles que se repiten incansablemente. La norteamericana transmite a través de su rostro y su complexión física la dosis justa de melancolía, sorpresa e improvisación que requiere Gloria, quien sabe de sobra que los dilemas psicológicos te acompañan vayas a donde vayas, a diferencia de Oscar, un hombre que se arrepiente de no haber abandonado nunca su pueblito. No queda más que agradecer a Vigalondo este extraordinario regreso a una ciencia ficción para adultos en serio, aquellos que están dispuestos a sopesar sus contradicciones para buscar una solución -a sus enigmas y disgustos- que no mortifique al prójimo ni usurpe la voluntad del resto de los mortales…