Un policial cómico y hormonal
Ya estaba inventado. Pero lo reciclaron. Existió entre 1987 y 1991 en la TV norteamericana un show acerca de un grupo de policías especializado en investigar delitos entre gente joven. Sus cuarteles quedaban en el número 21 de la calle Jump. De ahí el título 21 Jump street que en aquella época (y ahora en la versión para cine) se tradujo al español como Comando especial. Al respecto, hay que prestar especial atención a un pequeño guiño al original, que tiene que ver con la aparición en pantalla de un actor de culto del cine de 1990.
En esta oportunidad, los agentes Jenko y Schmidt, uno un "popular" y el otro un "nerd" de la escuela secundaria que luego se hicieron amigos en la academia de policía, y salieron a la calle como bicipolicías, son degradados por su escaso entendimiento para trabajar. Y van a parar a la calle Jump. La comisaría funciona dentro de una iglesia, la del Aroma de Jesús, como para que el lector se vaya haciendo una idea de las condiciones imperantes.
Entonces, Schmidt y Jenko se enteran de su nueva misión: infiltrarse en una escuela secundaria y detectar a los distribuidores de una droga que mató a una adolescente poco tiempo antes.
El filme funciona como una mezcla de American pie (comedia adolescente) y Arma mortal (comedia de acción), aunque felizmente se resiste a ser etiquetado, como los dos protagonistas, que a través de su manejo corporal pero también a sus ocurrencias le dan un soporte especial al estilo de la película. Esto es, jugar con un humor incorrecto, algo procaz, soso, que atraviesa el ridículo hasta llegar una estación más allá, en donde se dibuja suavemente una sonrisa tierna y pícara al mismo tiempo.
Más allá del resumen apretado hecho de la historia, el argumento de Comando especial es como un viaje en un desvencijado camión con gallinas. Sucio, desequilibrado y lleno de cacareo. Pero tiene un delicioso sabor a aventura, a esas locuras que cada tanto hace el ser humano y que le dan un gusto especial a su vida.