Elizabeth Gilbert (Julia Roberts) es una mujer que tras un matrimonio frustrado y una revelación personal ante la falta de emoción, esperanza y proyectos decide viajar por el mundo para redescubrirse y encontrar su verdadero yo.
Sus planes son claros: disfrutar de un período en Roma para redescubrir el placer por la comida, pasar fin de año rezando y meditando en la India, y concluir su travesía en Bali, sin saber que allí además de hallar la paz interna y el equilibrio tal vez encuentre un nuevo amor.
Basada en una historia real, “Comer, rezar, amar” no es de las películas más inspiradas de Roberts. El problema dista bastante de ser mérito de la actriz: el guión es pretencioso, la dirección de Ryan Murphy se asemeja mucho a la de cualquiera de sus episodios de Glee (en donde los particulares movimientos de cámara siempre fueron bienvenidos) y la filosofía que trata de propagar se acerca más a un manual de autoayuda new age que a la realidad actual.
Sin dudas, lo más atractivo de la historia son los primeros sesenta minutos en Italia: dan ganas de instalarse en cualquier hotelito romano, disfrutar de toneladas de pasta y mares de vino tano.