Una gira terapéutica para Julia Roberts
Comer, rezar, amar es un producto superficial
Ya lo dijo Julia Roberts: el mismo viaje espiritual que emprende su personaje de Comer, rezar, amar para superar la honda crisis existencial en que ha caído tras un par de fracasos sentimentales se puede hacer sin salir de casa, porque se trata de una travesía interior. Pero no hay duda de que si la laboriosa búsqueda de uno mismo se complementa con unas cuantas semanas de comilonas pantagruélicas en la Roma del dolce far niente , otras tantas en una comunidad espiritual de Bombay que en medio del abigarrado festival de pintoresquismos ofrece un oasis de silencio para concentrarse en la meditación y un período final en el paraíso de Bali, donde pueden alternarse las enseñanzas de algún maestro apacible y benévolo con unos chapuzones en el mar, todo el proceso se hace más llevadero y, seguramente, mucho más vistoso.
Vistoso el film es, por cierto, gracias a la variedad de escenarios coloridos o exóticos y a las estupendas imágenes de Robert Richardson. Llevadero, no tanto: el tour terapéutico-sentimental insume dos largas horas y la acumulación de clichés, así como la de sentencias aleccionadoras, ayuda poco, por mucho que se esfuerce Julia Roberts, de presencia (y sonrisa) casi constante en la pantalla.
Se supone que la gira ideada por la autora del libro original (a la que le dio tan buenos resultados, por lo menos en términos comerciales), estaba destinada a alcanzar el equilibrio espiritual. Sin embargo, los objetivos que parecen perseguirse en el film tienen más que ver con la autogratificación, la autorrealización, la autoindulgencia. Si esto coincide con lo que propone libro -lo sabrá quien lo haya leído- ayudaría a explicar, quizá, su enorme repercusión.
"Hay que saber perdonarse", le enseña a la protagonista un texano ex alcohólico con el que comparte algunas charlas en la India, y a la larga ella lo aprenderá, como en Italia aprendió antes a disfrutar de un plato de espaguetis y en Indonesia, a abrir su corazón al amor cuando se le cruce en el camino un galán sensible y loco por la bossa nova.
Al fin, no importa dónde esté ni lo que haga -se conformará ella-, la divinidad la bendecirá lo mismo.
Tal vez conforme también a alguna platea, mayormente femenina, a la que parece destinado este producto superficial, complaciente y bastante desarticulado que por algo lleva la firma del creador de Nip/Tuck y Glee.