La opción diplomática.
Pensemos por un momento en la andanada de películas hollywoodenses, dirigidas o no a los pequeños, que plantean situaciones relativamente complejas y que pretenden pasar por “eco directo” de la praxis cotidiana para luego -casi de inmediato- caer en un desarrollo facilista/ estupidizante/ reduccionista que escapa a cualquier criterio racional de rasgos pedagógicos o moralizantes. Así una y otra vez nos topamos con films bobos que colocan en el altar al hedonismo más egoísta, en una jugada infantil de carácter netamente abusivo que no se condice con el “detalle” vinculado al vivir en sociedad: si todos hiciésemos lo que deseamos sin el más mínimo escrúpulo ni consideración nos chocaríamos con la voluntad del “otro semejante” y acabaríamos besando un charco de nuestra propia sangre.
Si bien esta ilusión irresponsable extraída del lenguaje publicitario, la televisión basura y el capitalismo marketinero es sin dudas la dominante en lo que respecta al mainstream, no todo está perdido y a veces surgen realizaciones que tuercen el rumbo y dignifican los géneros ocasionales. Ya en su momento Cómo Entrenar a tu Dragón (How to Train your Dragon, 2010) constituyó una sorpresa sumamente grata en función de que brindaba una interpretación adulta y abarcadora de los sinsabores de la formación adolescente, los que incluían una bienvenida multiplicidad emocional, un entorno cambiante, preceptos del imaginario social en conflicto, heridas que marcaban tanto la piel como la conciencia, figuras de autoridad que se resquebrajaban y la muerte como una “eventualidad” tangible.
Hoy por suerte Dean DeBlois regresa detrás de cámaras y con él la tesitura de la epopeya original: el director y guionista cuenta con la inteligencia suficiente para construir empatía desde los mismos protagonistas y su devenir con el fin de obviar los atajos industriales relacionados con las ironías de cotillón, los leitmotivs vetustos y esa tendencia símil Disney a oscurecer la trama sin ningún tipo de justificación dramática más allá de la ineptitud y la falta de ideas de siempre. Al contrario, la historia en cuestión respeta el humanismo de Hiccup y su porfiar por la “opción diplomática” ante una nueva desdicha que se cierne sobre la Isla de Berk y todos los dragones, quienes se comportan como verdaderos animales amaestrados enfrentando peligros asociados al odio concreto y la intolerancia más necia.
Aquí no hay una fauna parlante que lanza chistes idiotas ni nenitos malcriados que enajenan a los adultos ni soluciones narrativas patéticas que desconocen la “interconexión anímica” entre la acción y sus impulsores cinéticos de turno. Con un contexto cercano a los relatos de espada y hechicería, un núcleo de aventuras varias y algunos detalles de comedia familiar, DeBlois hace énfasis en el pacifismo y un ecologismo extremo que incluso subraya a la domesticación como alternativa válida a la hora de defender a una especie en riesgo de extinción. Más allá de una dimensión formal irreprochable, Cómo Entrenar a tu Dragón 2 (How to Train your Dragon 2, 2014) pone en vergüenza a su competencia y saca a relucir la importancia del orden ideológico en lo referido a la creación de la dinámica expositiva…