Mejor por las buenas
Cómo entrenar a tu dragón 2 supera a la primera parte del filme, con un guion sólido y una estética de animación que sorprende.
Fueron cuatro años de espera para ver la segunda parte de una de las mejores películas animadas de los últimos tiempos. Demasiado tal vez para quienes teman perder la rueda del éxito. Felicitaciones, DreamWorks. El estudio "de Spielberg" dominó los nervios e hizo otra gran producción, en la que la llama sagrada del cuento bien contado sigue encendida, y en la que sentimientos y emociones de todo tipo siguen pareciendo sorpresas en el orden de la animación.
La sensación de volar es algo que el ser humano desea conocer y el filme dirigido por Dean DeBlois juega una y otra vez con ese anhelo. En los sueños muchas veces volamos. Aquí el espectador lo hace a través de los dragones, en especial de Chimuelo y su amo Hiccup, quien se ha especializado en esos bichos y ha cambiado el rumbo de la vida en su aldea vikinga. Así es. Hiccup, hijo del líder, demostró -desobedeciendo a su padre en un comienzo- que esos seres que eran el terror de su pueblo podían convertirse en dóciles y útiles aliados.
Y así es como encontramos a los nórdicos en el comienzo de este nuevo relato. Viviendo en paz y armonía con los tirafuegos. Con Hiccup explorando los confines de los dominios, convertido en cartógrafo, dibujando en mapas los territorios descubiertos.
Pero descubrimos que no lejos de allí vive alguien que puede romper ese idilio. Alguien que también sabe cómo tratar a los dragones, pero que está usando esa habilidad para formar un ejército, con el que planea dominar el reino entero.
La anécdota es sencilla, profunda o simple según los ojos que miren, y la magia visual desplegada vuelve a sorprender. Aparecen nuevos tipos de dragones, con sus pieles, cuernos, colores, colmillos crestas y personalidades originales.
Impresionante la estampa de la más grande de las bestias conocidas. Imperdibles los paisajes, las vistas desde el aire de acantilados, fiordos, bosques y mar. Placentero ver funcionar los aparatos inventados por los vikingos, a medio camino entre la Edad de Piedra y la de Hierro, con una tecnología que probablemente hayan desarrollado verdaderos ingenieros para que luego el director la adapte a la animación.