Los ensayos del ridículo creativo
Mariano Cohn y Gastón Duprat construyeron un estilo francamente único que se aparta por completo del cine tanto latinoamericano actual, éste reducido a una eterna imitación de modelos hollywoodenses y en ocasiones europeos artys de otras épocas más interesantes, como internacional, plano en el que la globalización hizo estragos porque universalizó el esquema productivo yanqui y ahora en todo el puto planeta se hace exactamente lo mismo en materia de productos anodinos e intercambiables símil mainstream norteamericano hiper lelo de cotillón: los directores argentinos, muchas veces asociados con el guionista Andrés Duprat, el hermano mayor de Gastón y nada menos que el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, han combinado a lo largo de su carrera -y con una enorme coherencia ideológica y formal- el absurdo costumbrista, la experimentación, las ironías del humor seco de probeta, la autorreferencialidad solapada, el grotesco criollo, las comedias dramáticas intimistas, cierto surrealismo mundano, una meticulosidad ultra independiente, el motivo de la farsa detrás de la creación artística y en especial una impronta retórica muy minimalista basada en tomas estáticas, espacios voluminosos, silencios, detalles específicos disruptivos, rituales verbales y físicos varios y una tensión permanente que explota hasta hacer estallar estas “tableaux vivants” o pinturas vivientes que en parte se asemejan a sus homólogas de otros realizadores adeptos al preciosismo punzante como Peter Greenaway, Serguéi Paradzhánov, Wes Anderson y Park Chan-wook. Desde sus trabajos televisivos, como por ejemplo aquella Televisión Abierta (1998-2018), Cupido (2001-2013), El Gordo Liberosky (2000-2003) y Cuentos de Terror (2002-2005), pasando por sus documentales, en línea con Enciclopedia (1998), Yo Presidente (2004), Living Stars (2014) y Todo sobre el Asado (2016), hasta llegar a los largometrajes, sobre todo El Artista (2008), El Hombre de al Lado (2009), Querida, Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo (2011) y El Ciudadano Ilustre (2016), la dupla de Cohn y Duprat ha sabido hacer del extrañamiento narrativo su principal horizonte y de la pugna entre arte elevado y arte popular su razón de ser, conflicto antiquísimo que atraviesa en gran medida a su producción ficcional y que no ha perdido vigencia con el transcurso de las décadas, precisamente, debido a la enorme mediocridad del estrato underground de hoy en día y de su homólogo industrial inflado, ambas comarcas siempre pretendiendo reconciliar las dos posiciones en disputa y fallando miserablemente.
Luego de una doble aventura en solitario por parte del dúo, Cohn de la mano de la polémica aunque muy interesante 4×4 (2019), una reformulación en plan de comentario social de los thrillers de entorno cerrado, y Duprat mediante la genial Mi Obra Maestra (2018), suerte de relectura de aquel esnobismo y aquella falsificación intra gremio pictórico ya trabajados en ocasión de la estupenda El Artista, los señores en esta oportunidad vuelven a unir fuerzas con Andrés para entregarnos la asimismo exquisita Competencia Oficial (2021), epopeya alrededor de unos ensayos convulsionados para una película que en esencia aplica al campo del séptimo arte aquel idéntico arsenal retórico, uno plagado de pinceladas mordaces cual espejo que se burla de las miserias y latiguillos del medio en cuestión, que los directores habían utilizado para desmenuzar a las artes plásticas en El Artista y Mi Obra Maestra, a la arquitectura, el diseño y la educación académica en El Hombre de al Lado, a la literatura en El Ciudadano Ilustre y finalmente al acervo popular argentino y sus idioteces intolerantes cruzadas en Querida, Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo, 4×4 y desde ya buena parte de la producción documental señalada, por cierto eje de una antropología del delirio masivo en la que el distanciamiento discursivo permite a cada uno de los personajes caer ellos solitos en el ridículo hedonista prosaico sin ninguna clase de estereotipo mainstream redundante y sin esa melancolía automatizada de la fauna indie global de los años 90 en adelante. Aquí el catalizador del relato es el cumpleaños número 80 de un millonario de mierda de la mafia capitalista farmacéutica, el español Humberto Suárez (José Luis Gómez), quien pretende ser recordado con algo de prestigio a cuestas y por ello baraja la idea de construir un puente para donarlo al Estado y/ o financiar un film sobre algo que sea tenido en alta estima por las elites culturales del gobierno y la crítica, así adquiere los derechos de una novela llamada Rivalidad, escrita por el ganador del Premio Nobel de Literatura de El Ciudadano Ilustre, Daniel Mantovani, y su asistente de turno, Matías (Manolo Solo), elige a una directora de moda para que se encargue de la adaptación, Lola Cuevas (Penélope Cruz), y ésta a su vez selecciona a dos actores opuestos para llevar a la pantalla este derrotero melodramático baladí sobre dos hermanos enfrentados, el populachero Félix Rivero (Antonio Banderas), típico producto del star system o culto al actor, y el elitista Iván Torres (Oscar Martínez), un pedante insoportable que se dedicó más a la docencia que a trabajar como intérprete.
Si bien arrastra cierta lógica -y hasta se podría aseverar que es algo común en el ecosistema artístico- la decisión de Cuevas de reclutar a adversarios doctrinarios natos para componer a criaturas ficcionales en lucha por una meretriz de un burdel, el vástago de ésta y la muerte accidental de los padres de estos hermanos protagonistas, léase el introvertido, borrachín e insípido Manuel, en la piel de Félix, una estrella internacional que ganó muchos premios en diversos festivales de cine (de allí la sorna del título), y el mayor, adinerado y seguro de sí mismo Pedro, interpretado por un Iván que considera que el vulgo es un todo homogéneo y sinónimo de una colección de imbéciles ignorantes y conservadores que siempre quieren ver los mismos bodrios y adoran a payasos sin talento como el susodicho Rivero, el asunto pronto demuestra ser una bomba de tiempo en potencia debido a que los componentes del triángulo creativo de fondo no dejan de dar señales de una egolatría desproporcionada y muy neurótica basada en simultáneo en el narcisismo y en la defenestración sistemática y el sabotaje para con el prójimo, nunca visto como un colaborador en términos igualitarios sino como un competidor o quizás un “medio para un fin”, éste un objetivo siempre vinculado a acumular fama, poder, respeto y/ o dinero: Cuevas, una lesbiana taciturna que construye collages interminables con recortes y marcadores como parte de su proceso artístico y tiene de amante a una señorita que baila muy bien, les hace repetir muchas veces los diálogos a los actores, les cuelga una roca falsa de cinco toneladas sobre sus cabezas, se besuquea con la hija de Suárez, Diana (Irene Escolar), quien compondrá a la prostituta de la trama, Lucy, les destruye con una trituradora las estatuillas y galardones favoritos a Félix e Iván en plan de anulación simbólica del ego, un día los deja plantados como otro ejercicio acerca del vacío sin sentido alguno y se insulta a sí misma a través del caño flexible de plástico de una aspiradora; Torres, por su parte, el cual vive encerrado en su ortodoxia contracultural y está casado con una mujer tan aburrida y tan estéril como él, la escritora infantil asquerosamente “progre”/ de izquierda pueril Violeta (Pilar Castro), suele llamarse a los gritos a sí mismo como ejercicio de autoexteriorización, improvisa ante un espejo el rechazo de un hipotético premio futuro por Rivalidad y simula reconocer que su rival escénico es mejor actor que él; y finalmente Rivero, un mujeriego y amante de la cocina macrobiótica y los Lamborghinis, también vocaliza a los gritos antes de actuar, casi siempre llega tarde a los ensayos, se pone como loco por una herida en el rostro cuando Iván rompe una silla, graba saludos vanos en video para redes sociales por cumpleaños de fans o a favor de un supuesto “delfín rosado” en peligro de extinción e incluso les miente a la realizadora y su compañero de elenco sobre un fraudulento cáncer de páncreas que forma parte de todo este ciclo general de venganzas, humillaciones y mega delirios de grandeza que no se justifican desde ningún punto de vista.
Más allá del excelente desempeño de profesionales de hierro como Martínez, Banderas y Cruz y de la clásica puesta en escena de Cohn y Duprat en lo que respecta a las citadas tableaux vivants, la aridez expresiva y el fetiche de siempre para con el racionalismo y el brutalismo en lo que hace a la arquitectura, aquí presentes en el espacio elegido para los ensayos del trío, la película en sí contrapone todo el tiempo las distintas clases de soberbia de cada uno, pensemos en un Iván que no puede aceptar que existan productos populares valiosos, siempre dependiendo de pavadas avant-garde trasnochadas/ anacrónicas que ponen en primer plano cómo sus ideales elitistas y su tiranía como docente no impiden que se baje los pantalones ante un proyecto como Rivalidad en el que es tratado para la mierda por la directora en cuestión, en un Félix que vive sumergido en jugadas demagógicas de imagen pública, detallitos que lo convierten en un esperpento como tantos magnates del mundo del espectáculo que desean ser admirados, a la par de ese Suárez que reconoce ante Matías que su fundación benéfica sólo sirve para evadir impuestos, y en una Lola que es algo así como una caricatura de cierto feminismo fundamentalista y naif contemporáneo de cadencia misándrica o lunática, a veces adepto a gestos terroristas irrisorios que de tanto pretender separarse del varón terminan igualando en necedad y rauda altanería a hombres y mujeres al demostrar que estas últimas son capaces de las mismas bajezas sádicas de los machos. Si durante los ensayos, esos que ocupan la enorme mayoría del metraje, se podría hablar de una batalla campal apenas disimulada y bastante sincera entre los actores y la cineasta que encabeza este colectivo creativo, durante el último acto, uno que transcurre en la fiesta de comienzo de rodaje y deriva en una caída de Torres desde una azotea durante una patética pelea con Rivero, aflora en cambio uno de los latiguillos excluyentes del cine sobre el cine, la hipocresía de los artistas y de todos los mecenas asociados, nos referimos al millonario farmacéutico y sus discursos falaces, los ataques verbales por la espalda de ambos intérpretes y una Lola que le roba una idea bien caníbal a Iván cuando éste termina convertido en un vegetal a pesar de que ella deduce que Félix fue el culpable del desplome del veterano, eso de reemplazar al “no enfermo” de cáncer de páncreas haciendo ambos personajes protagónicos él mismo, Manuel y Pedro, tarea que luego acapara Rivero. Entre alguna que otra escena de desnudez teatral símil Dogville (2003) y Manderlay (2005), las dos dirigidas por Lars von Trier, que enfatiza los paralelismos entre realidad y ficción porque el personaje de Félix en Rivalidad mata a su contraparte para ocupar su vida justo como ocurre a nivel conceptual con la caída de Iván, Competencia Oficial apuesta tanto al intelecto como a las emociones viscerales e indaga con suma sabiduría en las escaramuzas y extravagancias burguesas durante los “tiempos muertos” del arte y la industria cultural…