Bálsamos del escapismo
Cuesta creerlo pero a sus 75 años el extraordinario Woody Allen nos ofrece su opus número 41, un verdadero récord en el terreno de la productividad cinematográfica que nos obliga a formular algunas consideraciones respecto a los dos macro períodos de su carrera. Prácticamente todos los fundamentalistas abrazan con nostalgia la etapa de la explosión creativa, la cual abarca las primeras propuestas y a su vez se divide en los “años Diane Keaton” (década del ´70) y los “años Mia Farrow” (década del ´80): a lo largo de este tramo se aglutinan las realizaciones más valiosas del neoyorquino, sus obras maestras atemporales. Durante los cuatro lustros posteriores asistimos a una catarata algo errática de films que, aun conservando una enorme calidad e inteligencia, sin dudas dejan de lado aquellas inquietudes experimentales del ayer. De hecho, el rasgo distintivo de la etapa de la compulsión laboral pasa por la exacerbación y maximización de elementos ya presentes.
Sólo si se acepta este estado de cosas se podrá disfrutar de películas tan exquisitas como Conocerás al Hombre de tus Sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), un más que generoso oasis en medio de la andanada pasatista contemporánea. En términos concretos Allen regresa a Londres aunque se mantiene lejos de su anterior “trilogía criminal británica”, compuesta por Match Point (2005), Scoop (2006) y El Sueño de Cassandra (Cassandra´s Dream, 2007): superando con creces a la todavía inédita en Argentina Whatever Works (2009) y en especial recobrando el nivel de Vicky Cristina Barcelona (2008), aquí el director saca a relucir un nihilismo curiosamente tolerante para con esos placebos cotidianos que -a caballo del absurdo y la irracionalidad- nos hacen la existencia un poco menos cruenta y mucho más soportable. Las ironías del destino y el devenir caótico de la vida se unen a los bálsamos del escapismo y el inefable poder de la ilusión.
La historia funciona como una comedia negra de relaciones y gira alrededor de dos matrimonios con fecha de vencimiento, el de Alfie Shebritch (Anthony Hopkins) y Helena (Gemma Jones), y el de la hija de ambos, Sally (Naomi Watts), con Roy Channing (Josh Brolin). Alfie pretende recuperar la juventud perdida y para ello abandona a Helena, quien pronto entra en una crisis que la lleva a caer bajo las garras de Cristal (Pauline Collins), una adivinadora de la fortuna/ consejera espiritual que le comunica exactamente lo que quiere oír. Mientras su padre sorprende a todos casándose con una prostituta llamada Charmaine (Lucy Punch), Sally se siente frustrada porque desea un hijo y ve con buenos ojos a su jefe Greg (Antonio Banderas), propietario de una famosa galería de arte. Su esposo Roy tampoco se queda atrás en lo referido a esperanzas maltrechas: en el eterno periplo de terminar su segunda novela, trata de acercarse a su bella vecina hindú, Dia (Freida Pinto).
A pesar de que quizás el recurso del locutor en off por momentos peca de redundante, el desarrollo de personajes y la amplia riqueza de los mismos justifican de sobra la estructura narrativa y de paso ratifican a Allen como un gran virtuoso del relato coral (así es cómo su talento para la dirección de actores y el retrato de los engranajes de la seducción corre a la par del excelente desempeño del elenco). El registro habitual de los diálogos, orientado hacia los remates cortantes, en esta ocasión está atenuado en consonancia con un tono un poco más trágico, no tanto por el contexto específico sino por el realismo y la mesura necesarias para construir con franqueza una pluralidad de protagonistas atravesados por la melancolía: recordemos que la insatisfacción y el fantasma permanente de la muerte juegan un papel central y no pueden ser obviados, de esta forma la felicidad se nos aparece como pasajera debido a que la risa tiene su costo y jamás llega sin una dosis similar de lágrimas.