Un duelo verbal tracción a mentiras
El estreno en Argentina de la ya lejana Los Ojos de Julia (2010) nos hizo descubrir a Oriol Paulo, un guionista y realizador español que de a poco terminó confirmándose como una de las figuras más interesantes del suspenso iberoamericano. Contratiempo (2016) es una nueva prueba de su talento para los climas opresivos y enrevesados…
A priori se esperaba mucho de la nueva película de Oriol Paulo, uno de los principales responsables de lo mejor del suspenso español reciente y del cine de género iberoamericano en general, y por suerte el opus en cuestión no sólo no defrauda sino que además se abre camino como un interesante ejemplo de todo lo que se puede lograr cuando se exprimen con astucia los motivos clásicos de los thrillers para darles una vuelta de tuerca simple pero cumplidora. Para aquellos que no lo conozcan, Paulo firmó el guión de las prodigiosas Los Ojos de Julia (2010) y Secuestro (2016) y dirigió y escribió El Cuerpo (2012), su ópera prima y otro trabajo redondo de dialéctica hitchcockiana y toques de horror, algo así como la “marca registrada” del señor dentro de una industria -similar a su homóloga argentina- que cada año ofrece más y más obras que salen a competirle a Hollywood en sus dominios.
Hoy Contratiempo (2016), el regreso de Paulo al doble rol de director y guionista, funciona como otra experiencia adrenalínica basada en el gran desempeño del elenco y en las idas y vueltas de una historia muy engañosa. El presente -y catalizador primordial del relato- es el encuentro entre el exitoso empresario Adrián Doria (Mario Casas) y la “preparadora de testigos” Virginia Goodman (Ana Wagener) a raíz de una acusación que pende sobre la cabeza del primero, a quien han hallado en un cuarto de hotel herméticamente cerrado y con el cadáver de su amante Laura Vidal (Bárbara Lennie). Frente a la posibilidad de que se presente ante la policía un testigo que enturbie aún más su situación, Doria le comienza a contar a Goodman acerca de un accidente automovilístico que él y la occisa protagonizaron tiempo atrás, relacionado a su vez con un chantaje que “desencadenó” la muerte de Vidal.
Sin adelantar demasiado, podemos decir que la premisa de base se inspira por un lado en el andamiaje de los misterios centrados en una burguesía hipócrita, cobarde y desesperada por salir impune de sus crímenes (como si se tratase de un Claude Chabrol con esteroides), y por el otro en ese esquema de venganza patentado por Ingmar Bergman en ocasión de La Fuente de la Doncella (Jungfrukällan, 1960), aquel pantallazo místico sobre el azar y los sacrificios de la justicia por mano propia (después de un asesinato, los culpables terminan en la casa de la familia de la víctima, circunstancia que dispara el dilema y los detalles de la revancha). Aquí el popurrí dramático no es preponderante porque está al servicio de los artilugios de la manipulación de Doria y Goodman, un planteo muy bien aprovechado por Paulo en consonancia con un juego de espejos que también encontrábamos en El Cuerpo.
La trama retoma elementos del film noir y la clase B de décadas previas para construir una mixtura fascinante conformada por una femme fatale, la doble faz de los protagonistas, sus cuentas pendientes, un poder económico que puede desvanecerse y un tono narrativo exacerbado e inclemente. De hecho, algunos diálogos pretendidamente autocontenidos (con vistas a explicitar conceptos de fondo) y los climas opresivos símil claustrofobia (más allá de los flashbacks y flashforwards constantes, en realidad nunca salimos del departamento donde se reúnen el acusado y Goodman) apuntalan a la perfección la posibilidad asumida de reinterpretar los acontecimientos bajo distintas perspectivas superpuestas, denunciando en el trajín el execrable arte de proferir mentiras de los abogados y recuperando los viejos y queridos duelos verbales de antaño, en sintonía con el pulso detectivesco más enrevesado…