El cine no es el mensaje
“Hacer una película es mejorar la vida, arreglarla a nuestro modo, es prolongar los juegos de la infancia, construir un objeto que es a la vez un juguete inédito y un jarrón en el que colocaremos, como si fuera un ramo de flores, las ideas que tenemos actualmente o de forma permanente. Nuestra mejor película es quizá aquella en la que logramos expresar al mismo tiempo, voluntariamente o no, nuestras ideas sobre la vida y sobre el cine”. Con esa cita de Truffaut me dedicaron el libro Otros mundos. Un ensayo sobre el nuevo cine argentino de Gonzalo Aguilar.
Corazón de León, más conocida como la película de Francella enano, es al cine todo lo que esa frase no quiso ser. Estás ahí sentado riéndote a carcajadas de cómo un “enano” de 1.36 metros (León / Guillermo Francella) conquista a una mujer alta (Ivana / Julieta Díaz). Corazón de León podría ser una comedia romántica sobre cómo dos personas se conocen, se enamoran, se aman, entran en crisis y bueno ¿les cuento el final? Podría incluso ser buena si confiara en el género, si creyera en el arte y no en el discurso, en el entretenimiento y no en la bajada de línea. Podría si fuera una película honesta pero en cambio apuesta a ser una lección de vida. Y lo hace cargada de solemnidad. Porque claro, es una película de Carnevale, no vaya a confundirse con “una comedia ligera”. Entonces trata temas importantes, esta vez: la discriminación. Delante de la forma está el mensaje: ¡la lección! ¡la moraleja! ¡crear conciencia!...