Una despedida a la danesa
El sexagenario Bille August sorprende con un drama familiar minimalista que quiebra la grandilocuencia de sus trabajos previos y además analiza las implicancias de la eutanasia, la cual -de la misma manera que el aborto- aún cae vergonzosamente en el campo de la ilegalidad en gran parte del globo y en pleno siglo XXI…
Resulta de lo más curioso que Bille August, un director que se hizo conocido en el ámbito internacional -allá lejos y hace tiempo- con aquel díptico compuesto por Pelle, el Conquistador (Pelle Erobreren, 1987) y Con las Mejores Intenciones (Den Goda Viljan, 1992), sea el responsable de Corazón Silencioso (Stille Hjerte, 2014), una propuesta mucho menos aparatosa en cuanto a su metraje y despliegue melodramático, si la comparamos con las anteriores, y a su vez superadora con respecto a su tenaz coqueteo con el mainstream anglosajón; hablamos de opus como La Casa de los Espíritus (The House of the Spirits, 1993), Los Miserables (Les Misérables, 1998) y El Precio de la Libertad (Goodbye Bafana, 2007). De hecho, la película hace maravillas en “apenas” 97 minutos, una duración inusual para August, algo así como un especialista en epopeyas erráticas y excesivamente extensas.
Evitando en buena medida los puntos muertos esporádicos bergmanianos y los golpes bajos “maquillados” del pasado, hoy el realizador se luce en la puesta en escena, la dirección de actores y en lo que podríamos definir como el aprovechamiento de una premisa de base que puede parecer sencilla, no obstante el danés la exprime con inteligencia: sabiendo que se encuentra en las primeras fases de la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa neuromuscular para la que no existe cura y que conduce irremediablemente a la muerte, Esther (Ghita Nørby), la matriarca del clan de turno, decide suicidarse con la asistencia de su marido médico Poul (Morten Grunwald); y para despedirse de su familia lleva a cabo una reunión a la que acuden sus hijas Heidi (Paprika Steen) y Sanne (Danica Curcic), lo que por supuesto deja abierta la puerta para las desavenencias y los problemas.
Mientras que Heidi con los años se transformó en una burguesa tradicional y se casó con Michael (Jens Albinus), con quien tuvo un hijo, Jonathan (Oskar Sælan Halskov), Sanne en cambio atravesó trastornos psicológicos y cayó en un ciclo de autovictimización, con un único cable a tierra a la vista, su novio drogón Dennis (Pilou Asbæk). El último invitado al encuentro -que durará un fin de semana- es Lisbeth (Vigga Bro), la amiga de toda la vida de Esther y Poul. El guión de Christian Torpe juega con varias puntas al mismo tiempo y sin recurrir a “carteles luminosos” dramáticos, superponiendo las distintas perspectivas en torno a la eutanasia y enfatizando el delirio de que en pleno siglo XXI la práctica aún sea ilegal en muchos países, al igual que el aborto. La necesidad del diálogo y de comprender al prójimo, sin forzarlo a adaptarse a nuestros preconceptos, aparece como el designio central.
La realización analiza de lleno el choque entre la rigidez conservadora de Esther (una suerte de derecha vetusta y dogmática que niega la misma existencia de la otredad) y la apertura autoindulgente y ciclotímica de Sanne (una izquierda débil que se la pasa mirándose al espejo y haciendo poco a partir de lo que pregona). Todo el elenco en su conjunto ofrece un desempeño extraordinario que viene a confirmar que todavía es posible construir una tragedia hogareña dejando de lado -por ejemplo- los desniveles en el desarrollo de Agosto (August: Osage County, 2013) y la doctrina del shock y la somnolencia de Amour (2012). Corazón Silencioso hace de un verosímil sensato su mayor fortaleza, enarbolando una melancolía que no cae en una marcha fúnebre y permitiéndose algún que otro destello de humor en medio del dolor y las típicas “pasadas de factura” entre los miembros del clan…