Bille August y el dolor del adiós
Haber obtenido reconocimiento internacional en 1987 con el triunfo en Cannes de uno de sus primeros films, Pelle, el conquistador, y todavía más haber merecido por la misma razón que Ingmar Bergman le confiara uno de sus guiones más personales, el de Con las mejores intenciones (nueva y merecida Palma de Oro), le dieron a Bille August un cartel de gran director a cuya altura no siempre pudo mantenerse con posterioridad. Ha sucedido con cierta frecuencia, por ejemplo en los últimos años, de modo que si bien esta dramática y sombría página familiar -el fin de semana de despedida que será la inevitablemente final (por decisión consensuada) de una matriarca fatalmente condenada por una enfermedad terminal-, no tuerce demasiado el rumbo de la anunciada decadencia del director sueco, deja señales de una considerable recuperación. El delicado tema de la eutanasia a la vista de una enfermedad sin cura y de lo que ella representa para los seres queridos que deben aceptar la decisión adoptada por la interesada, o negarse a ella coloca en discusión asuntos demasiado trascendentes como para recibir un tratamiento algo superficial, e incluso un remate bastante poco verosímil como el que propone el guión. August lo trata con la suficiente discreción, exenta tanto de solemnidad como de tentaciones lacrimógenas, y además cuenta felizmente con un grupo de actores (Ghita Norby y Papreeka Steen en especial) tan comprometidos con sus papeles como para evitar cualquier exceso.