El lado oscuro de la condición humana es un terreno tan prohibido como fascinante. ¿Cómo no pensar que cada uno de nosotros está a pocos milímetros de perder la cabeza y cometer una atrocidad? ¿Es cuestión de tiempo para que la bestia interna se manifieste? Desde ya, un material precioso para el arte, como el cine. Argentina viene de dar ejemplos más que interesantes, empezando por Relatos Salvajes (2014), El Eslabón Podrido (2016) y El Otro Hermano (2017). Corralón (2017) bucea en las mismas aguas pantanosas.
Juan (Luciano Cáceres) e Ismael (Pablo Pinto) son dos empleados de un corralón del conurbano bonaerense. Siguiendo las directivas de su jefe (Carlos Portaluppi), trasladan material por la zona y también en diferentes ciudades. La relación con sus clientes suele ser amigable. Las cosas cambian cuando les toca tratar con un empresario elegante y adinerado (Joaquín Berthold); tanto él como su bella esposa (Brenda Gandini) no hacen más que manifestar desprecio. No dispuesto a dejarse amilanar, Juan decide mantenerlos cautivos, pero no para pedir un jugoso dinero por el rescate sino con un fin mucho más siniestro.
Como en las películas que dirigió anteriormente, Palermo Hollywood (2014) y Caño Dorado (2011), Eduardo Pinto vuelve a presentar personajes que sucumben a una vida criminal, con las terribles consecuencias que eso implica. Aquí comienza como un retrato costumbrista de la vida en unos trabajadores en apariencia comunes, y de a poco se va sumergiendo en un pantano de locura y perturbación, donde cada uno irá perdiendo lo poco que le queda de humanidad.
La fotografía en blanco y negro (también cargo del director) y la música de Axel Krygier son cruciales para construir un ambiente pesado, que funciona tanto para un registro de carácter realista (predominan las calles de tierra, las casas humildes) y potencia los aspectos más oscuros de la trama.
Luciano Cáceres se roba sus escenas como Juan, un devoto de los perros que cree estar haciendo lo que cree correcto cuando en realidad no hace más que abrir las puertas del infierno. La química entre él y Pablo Pinto (quien aporta algo de humor y conciencia al dúo) es el punto fuerte del film. No menos destacados son las participaciones de Berthold, Gandini y Nai Awada en el rol de una muchacha que tampoco es todo lo que aparenta.
Corralón habla de tensión social, habla de intolerancia, pero sobre todo, invita a confrontar con el animal que llevamos en nuestro interior. Un animal imposible de domesticar.