La nueva propuesta de David Cronenberg ha generado controversias desde el momento de su estreno mundial, dividiendo claramente las aguas de críticos y espectadores. Nadie tiene la verdad absoluta a lo que valoración cinematográfica respecta, sin embargo, es innegable que quien vea esta película no permanecerá indiferente a la misma. Podrá amarla u odiarla, recordándola por uno u otro sentimiento.
El multimillonario Eric Parker decide cortarse el pelo en el otro extremo de la ciudad el mismo día en que el presidente norteamericano sufre una amenaza y que el director del FMI es atacado en un programa de televisión. El embotellamiento y el caos que se vive en Manhattan harán que un simple viaje a la peluquería modifique toda la existencia de Parker. El mundo de este joven capitalista se desarrolla de manera íntegra dentro de su limusina, idéntica a la de otros tantos poderosos. No duerme, no consigue construir relaciones verdaderas, sufre de pánico irrisorio y paranoico a la muerte (tiene controles médicos diarios) y una agobiante rutina que se repite día tras días con ínfimas variaciones. “La vida es demasiado contemporánea”, desliza el personaje de Juliette Binoche, retratando indirectamente de cuerpo entero al destruido protagonista.
Cosmópolis es una historia compleja, difícil de asir, que encuentra su punto más flojo en Robert Pattinson, actor de escasos recursos para interpretar a este calculador y frívolo hombre de negocios. La atmósfera claustrofóbica de su limusina, esa burbuja cinco estrellas que lo divide de la realidad del mundo, es donde el director aprovecha a situar sus mayores críticas a la modernidad. “Cuánto más visionaria es una idea, mayor cantidad de gente queda excluida”, dice Samantha Morton durante una protesta contra el avance del capitalismo. “Destruye el pasado, crea el futuro”.