El género era una fiesta
Tradicionalmente, la ciencia ficción se ha ambientado en futuros más o menos distantes o, en todo caso, en el presente. En el cine clásico, las invasiones (cargadas de paranoia) ocurrían en tiempos contemporáneos, pero nada nos impide pensar que los alienígenas podrían haber llegado a la Tierra en el pasado. En Cowboys y aliens son los vaqueros los que tienen que enfrentar una invasión de otro planeta.
Jon Favreau había demostrado ya en las dos Iron Man que podía encargarse de lo que se suponía eran películas de acción y sacar un gran producto. Con Cowboys y Aliens muchos esperaron (posiblemente llevados por el extraño cruce que prometía el título) encontrar esos chispazos de humor que fueron la marca Robert Downey Jr./Iron Man, y que en buena parte fueron la razón de su éxito. Pero no es el caso. Como el cine en el que está inspirado, Cowboys y Aliens no tiene humor, pero eso no quiere decir que sea una película seria, aburrida o grave, todo lo contrario. El espíritu que atraviesa esta película es el de la aventura.
A pesar de ser una película moderna (cargada de efectos siempre bien usados, de peleas coreografiadas), Cowboys... trae ciertos aires viejos. Aunque el cruce de géneros es muy posmoderno, Favreau parece respetar el western clásico y, sobre todo, la ciencia ficción de otras épocas, en las que los alienígenas eran siempre puramente ajenos a nosotros, siempre malos, carecían de una psicología (al modo E.T.) y solo llegaban al planeta para destruir. Esa sensación de extranjeridad está aumentada por el ambiente Lejano Oeste, en el que los personajes son completamente ajenos a las ideas de la ciencia ficción y no podrían, por tanto, entender del todo lo que está pasando.
En ese ambiente, Daniel Craig compone un forajido que más que clásico es spaghetti: un hombre solitario, casi mudo, muy duro. A ese hombre duro se le suma otro sí más clásico, interpretado por un actor ya clásico: Harrison Ford, viejo, gruñón y encerrado en anécdotas de guerras pasadas. La cara de la modernidad es la de Olivia Wilde (cuyas mandíbulas nunca se hubieran podido ver en una pantalla clásica), que aporta el elemento romántico y más dinámico dentro de esta película.
Como en el buen cine clásico (y en el moderno que todavía sabe cómo narrar), en esta película son fundamentales los personajes secundarios: desde el cura (elemento clave que permite la narración y abre el tema de la redención) hasta el cantinero/doctor (un personaje infaltable en cualquier western pero que, creo, hasta ahora nunca había tenido una verdadera voz, una identidad propia), el chico (en buena medida, punto de vista del espectador y personaje que habilita el relato de educación), el indio ranchero (que permite la comunicación entre mundos y nos abre la puerta a la interioridad del personaje interpretado por Harrison Ford). Son esos personajes y unos cuantos más los que hacen que podamos creer que el mundo en el que transcurre esta historia realmente existe, tiene densidad, tiene raíces.
Posiblemente, el elemento más clásico de Cowboys y Aliens sea la confianza con la que Favreau se entrega a la historia que va a contar, sin importar cuántas naves extraterrestres tengan que aparecer en plano. Es esa confianza transparente la que hace que la película sea atractiva y divertida.