Creed: corazón de campeón

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El legado de la perseverancia.

Y finalmente Sylvester Stallone permitió que otra persona “tocase” la franquicia centrada en el Semental Italiano, lo que derivó en una metamorfosis a nivel formal aunque no tanto en lo que respecta al contenido: en vez de un melodrama deportivo sobrecargado de situaciones implausibles y un encanto muy kitsch, en esta oportunidad nos encontramos ante una película concisa con una fuerte impronta indie y un espíritu que recupera -desde la inteligencia y un verosímil detallista- varios componentes estructurales de la primigenia Rocky (1976). Cuesta creerlo pero efectivamente Ryan Coogler, el director y guionista de Creed: Corazón de Campeón (Creed, 2015), consiguió inyectarle nueva vida a un esquema narrativo “marca registrada”, algo que parecía imposible luego de cinco secuelas y una exaltación comercial que había llegado al punto de agotar al personaje y la saga en general.

El mérito del realizador es doble porque no sólo elevó el espectro cualitativo (recordemos las buenas intenciones desperdiciadas por los eslabones anteriores), sino que además logró convencer a Sly acerca de la necesidad de introducir pequeños cambios en el tono y el desarrollo (si bien se mantiene ese naturalismo de los suburbios, ahora no se siente forzado ni empalagoso). El film funciona al mismo tiempo como un spin-off y una continuación, ya que por un lado nos presenta el ascenso de Adonis Johnson (Michael B. Jordan), el hijo de Apollo Creed, y por el otro narra las eternas tribulaciones de Rocky Balboa (Stallone), hoy entrenador del joven y una especie de mentor en su búsqueda de abrirse camino por su cuenta, lejos de la leyenda de su padre o la “portación de apellido”. Mientras que Rocky lucha por su salud, Adonis hace lo propio en pos de su orgullo y su gran amor por el boxeo.

Aquí Coogler regresa a Fruitvale Station (2013), su interesante ópera prima, tanto en lo referido a la recurrencia para con el protagonista Jordan como en lo que atañe al cuidado del apartado técnico y la disposición de los planos. En este sentido, sobresale en especial la variedad de estrategias con las que el cineasta encara los combates, pasando de los cortes secos característicos de la franquicia a las tomas secuencia o el dramatismo de la cámara lenta. Por supuesto que nada de esto resultaría eficaz si no fuera por el hecho de que la dinámica entre el profesor y el alumno está bien construida; y en este detalle juega un papel fundamental la química entre Stallone y Jordan, dos actores que mantienen a sus personajes en el terreno del porfiar ensimismado y masculino, sin apelar a lugares comunes (hasta Tessa Thompson, como el interés romántico de Adonis, cumple con dignidad y prudencia).

De más está decir que cada “movimiento” de la propuesta se ve llegar con kilómetros de antelación, porque a pesar de que la ejecución es impecable, el armazón sigue siendo el mismo de siempre y los productores no desean correrse ni un ápice de la fórmula ganadora. Creed: Corazón de Campeón elimina los problemas que aquejaban a Rocky Balboa (2006) y decididamente supera a la perezosa Revancha (Southpaw, 2015), otro ejemplo reciente de la representación en pantalla grande del deporte más bello y sincero de todos (el resto de las disciplinas, ya sean individuales o grupales, cae en comparación en el atolladero de los hobbies para mediocres y cobardes). Como si se tratase de una carta de amor a la película original y a la amistad subsiguiente entre Apollo y Rocky, el opus de Coogler levanta sutilmente la bandera del legado y homenajea a la perseverancia detrás del boxeo en sí…