Cuando Sylvester Stallone ganó el Globo de Oro a Mejor Actor de Reparto dijo que pocos habían tenido un amigo imaginario como él. Rocky ha sido a lo largo de muchos años el amigo imaginario de todos. Lo adoramos profundamente: hemos sido testigos de sus caídas, de su necesidad de vengar a su amigo, o de probarle al mundo que podía quedarse en pie en el ring, o el peso de sobrevivir al amor de su vida. Esta película es más un homenaje a esa figura que cualquier otra cosa, pero los que hemos crecido viendo al gran Balboa, somos conmovidos hasta la médula.
La película es la historia de Don, quien no es otro que el hijo de Apollo Creed que no llegó a conocer a su padre porque Ivan Drago lo asesinó en el ring. Don tiene que asumir cuál es su lugar en el mundo y cómo dejar de vivir en la sombra de su padre por más que siente una imperiosa necesidad de pelear. Para esto, lo busca a Rocky: para que lo entrene. Y la pelea y el rival tampoco se harán esperar.
De a poco volvemos a las calles de Filadelfia, a recorrer los queridos espacios del viejo gimnasio, a saludar a la tortuga de mascota, a la mágica escalera. Uno de los mayores aciertos de la película es sin duda la fotografía: donde se usa mucha luz plana y dura mientras construye el melodrama, usa los espejos en cuanto a la idea del doble y reconocerse y la movilidad de la cámara que es enfermiza. Entre que se mete al ring, que hace travellings circulares en planos cada vez más cerrados, los planos cenitales es visualmente ruda, sucia y poderosa al punto que las coreografías de peleas se ven sumamente reales. Ryan Coogler, quien conoce a Michael B Jordan en profundidad porque ha sido el actor principal en su único largometraje previo, pone una nueva alma a esta vieja historia.
El resto del cast se nutre con el querido Sly, que por momentos parece tan nostálgico como nosotros. No sé si realmente es un gran actor, pero es Rocky y es parte de nuestras historias. Es por eso que para los Premios de la Academia, siempre voy a votar por él. Además, me cautiva su capacidad de inventarse e inventar su carrera por sí mismo.
En cuanto a la lógica de la saga, encuentra en esa magia de la repetición unas interesantes vueltas de tuerca: si bien la nueva heroína no es tan depresiva y de baja autoestima como Adrian, tiene una fragilidad física que hace a la historia dulce de nuevo e íntima de nuevo. Don es tan solitario como era Rocky y tiene mucho que probarse.
El film dura casi tres horas, pero tiene un buen resultado final y un reencuentro que todos anhelamos. No se la pierdan.