ORFANDAD
¿Se puede pensar en Creed sin pensar en Rocky? Dejando afuera los motivos que ya todos conocemos (la disputa legal entre Stallone y el productor Irwin Winkler), al enfrentarnos a Creed III la pregunta se vuelve ineludible. Mal que les pese a muchos, el final de la segunda parte ofrecía una suerte de cierre para el histórico boxeador: al final de la pelea contra Viktor Drago, Rocky le decía a Adonis que ahora le tocaba hacerse cargo y, después, de espaldas, nos regalaba un plano bellísimo que resumía ese cambio de mando. Luego, Rocky se animaba a visitar a su hijo y, finalmente, cruzaba la puerta hacia esa redención familiar. Fin de la historia del Semental Italiano, una de las más grandes de la historia del cine, con un Stallone en estado de gracia durante esos rounds finales.
Entonces, Creed III. Cuando se supo que Michael B. Jordan se encargaría de la dirección, el fan promedio tuvo un poco de miedo. Me incluyo. No solo por la inexperiencia del actor detrás de cámaras, sino porque, sin la presencia del dúo Rocky/Stallone, Jordan podría desbordarse con su personaje. Si bien la primera y la segunda son películas notables (sobre todo la primera), lo cierto es que Adonis Creed es una figura sin demasiado contexto más allá de ser el hijo de Apollo y el alumno de Rocky. Su evolución narrativa funciona rebotando contra estos dos linajes. Si ampliamos la visión por fuera de esta dinámica, aparecen las inconsistencias, como por ejemplo: el hecho de que a Adonis no se le conozca ningún amigo. Es algo que no nos importa durante las primeras entregas, pero que se vuelve una preocupación cuando hay que empezar a pensar en Creed sin Rocky.
Así aparece Damian “Dame” Anderson, el antagonista de la película. Lo conocemos al principio, en una secuencia destacable en la que un Adonis adolescente lo acompaña a una pelea de los Golden Gloves. Después algo pasa, “Dame” termina preso y los caminos se separan hasta el presente de Creed III, dieciocho años después. Adonis, ya retirado, pasa sus días como promotor de boxeo, disfrutando de las mieles del éxito junto a su esposa Bianca y su hija Amara. Todo parece ir bien, hasta que “Dame” (interpretado por Jonathan Majors) reaparece y se infiltra en la vida de Adonis con un propósito claro: recuperar el tiempo perdido peleando por el título mundial.
Desde el vamos y sin ninguna culpa, Jordan decide apartarse del camino instalado por los dos films previos. Construye un conflicto para Adonis que nada tiene que ver con su padre o con su antiguo entrenador, y se permite otorgar cierta oscuridad al personaje, una ambigüedad moral que antes no exhibía. Purismos aparte, la operación reviste cierto interés y también riesgo, aunque ambas cuestiones, lamentablemente, se quedan en los papeles. Si en Creed estaba la promesa y en Creed II la consolidación, acá se intenta elevar la figura de Adonis a un status de leyenda, que es algo que se dice pero nunca se ve. Lo vemos hacer su última pelea en Sudáfrica, escuchamos en boca de periodistas que es uno de los mejores boxeadores de los últimos tiempos, pero esa gloria nunca se vuelve palpable.
Quizás envalentonado por su debut, Jordan establece también una diferencia formal respecto de sus predecesoras. El modo en que filma los combates, que surge a partir de una concepción más matemática del boxeo (algo que Adonis no tenía hasta ahora, pero que según la película tuvo siempre), la aleja del realismo de la primera, pero también de la épica de la segunda. Termina por ubicarse en un lugar incómodo, de difícil ingreso para el espectador. Es algo que se extiende a lo largo de un guion que está lleno de diálogos y explicaciones, en la que probablemente sea la película más hablada de Creed. Como ya conocemos a los personajes y en principio nos importan sus conflictos, durante un rato se mantiene el interés. Curiosamente, lo familiar termina por ser lo que mejor trabaja Jordan, sobre todo en lo que se refiere a la relación de Adonis con su hija. Pero cuando tiene que ser una película de boxeo y, más aún, parte de una herencia gigantesca, las cosas se le complican.
Sin demasiada opción, volvemos a Rocky. Su sola presencia, y su propia carga histórica y sentimental, bastaban para dotar a las dos primeras Creed de una carnadura emocional que funcionaba siempre. Fuera del vínculo paterno-filial, que ocupa una porción mínima del relato, a Creed III le resulta casi imposible dotar a sus personajes de humanidad. Se mueven por la narración cumpliendo roles para decir esto o aquello (un caso notable es el de Duke), pero son incapaces de impactar o conmover. La épica deportiva, uno de los grandes valores del cine norteamericano, que funciona más allá de Rocky pero probablemente a causa de Rocky, acá nunca consigue tomar cuerpo. Recordando de repente que es una película de boxeo, en determinado momento Creed III apura una secuencia de entrenamiento con montaje paralelo, para entregarse después a la pelea final. Un espectáculo visualmente impactante, pero también sobre explicado y con algunas decisiones formales difíciles de defender.
A modo de cierre, voy a decir que como entusiasta tanto de Rocky como de Creed, tenía la esperanza de que esta nueva entrega pudiera decir algo propio. Y lo dice, pero huyendo de un legado del que es imposible escapar, a menos que se decida aceptarlo y transformarlo en materia viva, en algo nuevo que no reniega del pasado. Si esta fuera una película aparte de boxeo, sobre dos amigos separados por la tragedia, que se reencuentran ya adultos y se convierten en rivales, la cosa podría funcionar. Pero es una película de Creed, que es un desprendimiento de Rocky, y esa herencia es inevitable. Con una mano en el corazón, no espero que vuelva Stallone para las siguientes entregas, pero sí que Jordan encuentre un balance entre imagen y guion y, sobre todo, que pueda dotar de emociones genuinas a su personaje. Nos queda esperar.