Para empollar huevos humanos
Lo mejor que puede decirse sobre Incubación (Pahanhautoja, 2022), debut en el campo del largometraje de la directora finlandesa Hanna Bergholm, aquí también responsable del guión junto a Ilja Rautsi, es que hablamos de una suerte de “película de monstruos” que se sostiene más en los resortes del cine de género y en los viejos y queridos practical effects que en los insoportables y omnipresentes CGIs de nuestros días y esos latiguillos narrativos meditabundos destinados a garantizar un mínimo recorrido por el circuito de festivales internacionales, opción desesperada del terror indie del presente ante la imposibilidad de conseguir un estreno en salas de antaño y la condena de terminar engrosando el catálogo de un servicio de streaming y perdiéndose entre una infinidad de contenido basura y/ o de relleno. La propuesta, de hecho, recurre a segundos apenas de diseño digital para algunas tomas amplias pero en general se decide por retratar a la criatura espantosa en cuestión mediante herramientas que conservan intacta esa dimensión de la corporalidad con la que nosotros, los mortales con una anatomía palpable, podemos identificarnos, nos referimos al maquillaje de Conor O’Sullivan y los animatronics, títeres y marionetas varias de Gustav Hoegen y el equipo de titiriteros de Phill Woodfine, aquí evidentemente tomando prestado algo de aquellos Skeksis, seres con apariencia de ave de rapiña, de El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982), gran obra maestra de Jim Henson y Frank Oz dentro del rubro de la fantasía truculenta símil cuento de hadas para adultos que pone en primer plano miedos atávicos y poco placenteros que los mayores desean enterrar en una infancia ya superada.
La protagonista es Tinja (Siiri Solalinna), una nena de doce años de una familia de la alta burguesía de Finlandia que se dedica con sumo fanatismo a complacer a su madre (Sophia Heikkilä) en eso de participar y ganar en una competencia de piruetas gimnásticas, una mujer que no tiene nombre conocido pero ejerce su influencia con mano de hierro porque obliga a todo el clan a adaptarse a su concepción de parentela perfecta, sonriente, unida y con una casona que debe ser ostentada en su aparentemente popular videoblog, núcleo nada sutil de la constante hipocresía de la susodicha y su adicción para con el exhibicionismo. Mientras que su padre (Jani Volanen) es un cero a la izquierda que acepta sin chistar que la hembra se busque un amante más joven, Tero (Reino Nordin), y su hermano menor es un malcriado de mierda que se pasa de quejoso y egoísta, Matías (Oiva Ollila), Tinja empieza a romper la ligazón conformista que la ata a su madre cuando un día la mujer mata a un cuervo que entró en el hogar familiar y rompió distintos objetos y su hija lo deja en un tacho de basura externo, descubriendo esa misma noche que el animal voló hacia su nido y agoniza ante un huevo, por ello lo sacrifica a piedrazos y se lleva por culpa al vástago por nacer hasta su habitación, donde lo incuba primero debajo de las sábanas y después dentro de un peluche. Entre sangre y lágrimas de la mocosa, la criatura eventualmente eclosiona desde el interior del huevo y en un principio parece ser una cruza entre cuervo gigante y humano, no obstante luego se asemeja a la preadolescente y funciona como su vengadora tácita y como alegoría de la necesidad de respeto y comprensión de todos los seres vivos.
En línea general el terror femenino, comarca que prácticamente nace con el nuevo milenio porque durante gran parte del Siglo XX casi ni existía, atravesó tres fases muy claras que se corresponden con un período primigenio centrado en procesos fisiológicos -casi siempre la menstruación- pintados como autónomos en relación a la voluntad de las hembras, con una segunda etapa histórica homologada a planteos misándricos de demonización boba de los machos y finalmente con un tercer ciclo en el que comienzan a aparecer films de batallas internas dentro del rubro femenino, siendo Incubación un muy buen ejemplo de ello ya que la realizadora en esencia hoy nos regala una doble lucha, esa entre la progenitora caníbal, una mujer frustrada que por un accidente cuando púber tuvo que abandonar su carrera en el patinaje artístico, y la humilde y muy condescendiente Tinja, quien es ninguneada por sus compañeras de colegio y sólo tiene de amiga a una flamante vecina de su edad, la asimismo gimnasta Reetta (Ida Määttänen), y aquella otra entre la faceta conformista de la chiquilla, quid que la lleva a dejarse lastimar por su madre mediante prácticas eternas y una presión psicológica salvaje, y esa idiosincrasia independiente reprimida que está simbolizada en el monstruo humanoide, entidad que pronto es bautizada Alli y pasa a atacar a cualquiera que se convierta en foco del encono de Tinja, como por ejemplo el perro mascota de Reetta, la propia vecina y la beba de Tero, Helmi (Miroslava Agejeva), cuya madre murió al dar a luz y por ello la progenitora de la protagonista se siente con derecho de criarla como propia en un gesto que Tinja sabiamente descifra como la elección de una futura víctima de la mujer.
Desde ya que Bergholm no aporta muchas ideas novedosas aunque la ejecución es ágil y el mensaje está administrado con astucia, pensemos que el asunto combina por un lado aquel dolor antropomorfizado y homicida de Cromosoma Tres (The Brood, 1979), de David Cronenberg, ya no vía unos niños asexuados psicopáticos sino a través de una criatura que necesita que le regurgiten la comida como cualquier polluelo, y por el otro lado el dualismo bueno/ malo de El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886), novela de Robert Louis Stevenson, aunque ahora unificado con la fábula del buen salvaje, la historia de aprendizaje o bildungsroman y la metáfora de la antisublimación por parte de un doppelgänger que se hace cargo de todos los sentimientos negados por Tinja para contentar a terceros, en pantalla una madre que traslada sus anhelos de juventud a su hija sin jamás preocuparse por el malestar que esto le provoca a la nena ni tampoco deducir que ella hará algo similar, pero ya de manera involuntaria, con su propio vástago, Alli, engendro que puede ser interpretado como un fruto simbólico de su vientre que hereda tanto pesar o como una personificación de sus raudas ganas de matarlos a todos por distintos motivos, a su hermano por celoso, a su padre por pasivo y a su madre por ser una mega arpía. La debutante Solalinna no es un prodigio de la actuación pero se nota que hace lo que puede mientras que los que sobresalen en serio son Heikkilä, una mujer bella y fría, y Nordin como un Tero que constituye el único sensato del convite, ese que identifica rápido el culto al narcisismo y al hermetismo suicida de esta triste retahíla de burgueses…