La culpa no es del pescador
Cuando los chanchos vuelen es una nueva representación de la situación de un hombre común y corriente, que vive atrapado en la guerra entre Israel y Palestina. En los últimos años han empezado a llegar a la Argentina algunas de estas producciones de índole pacifista, y a medida que se las descubre se va encontrado que en varias de ellas se suceden situaciones humorísticas. Finalmente, como dice el proverbio, la comedia es un drama, después de que pasó el tiempo.
Esta coproducción europea con dirección de Sylvain Estibal se titula, en francés, Le cochon de Gaza, o sea, El chancho de Gaza, en referencia al cerdo que un pescador palestino saca del mar con una red, después de una tormenta.
Los puercos son animales vedados por las culturas musulmana e israelí, al punto de que no se les permite tocar con sus patas el suelo de esas naciones. El pescador, entonces, comienza a convivir con una doble ilegalidad cuando decide ganar algo de dinero con el animal -como si fuera un colmo de los colmos- en la región de conflicto limítrofe conocida como Franja de Gaza.
Jaffar pasará por ello algunos sofocones, hará el ridículo, y hasta descubrirá algunos secretos bien guardados de la guerra, mientras alquila el porcino como semental a una judía. Pero contra todo, contra viento y marea, luchará por su objetivo. El humilde deseo de existir más dignamente. Pese a la pobreza, pese a los hoyos abiertos por los bombardeos en las paredes de su casa, pese a los gendarmes israelíes que usan como puesto de vigilancia permanente su azotea.
Cuando los chanchos vuelen es una película de a ratos dura, entretenida, con algunas lagunas de ritmo y argumento, aunque con varias situaciones que la hacen ganar la partida a fuerza de simpatía. Lo que cuenta es bastante literal. No hay que buscar en ella demasiados símbolos, ni segundas lecturas, pero conserva pese a ello un cierto encanto.