Respirar es un lujo
Sin lugar a dudas históricamente uno de los leitmotivs más recurrentes de la comedia negra ha sido el imponderable “¿y ahora qué hacemos con el cuerpo?”, eje a partir del cual giran las miserias de los protagonistas y sus intentos desesperados por salir inmunes de una situación tan peculiar como la señalada. En la línea de aquella pequeña sorpresa intitulada Muerte en un Funeral (Death at a Funeral, 2007), hoy llega con bastante retraso a la cartelera porteña Cuatro Muertos y Ningún Entierro (A Film with Me in It, 2008), una maximización concreta de la fórmula en lo que respecta al absurdo y el patetismo general.
La trama se centra en Mark (Mark Doherty), un actor desempleado que no tiene mucha suerte que digamos: su novia Sally (Amy Huberman) lo quiere abandonar, su hermano cuadripléjico David (David O`Doherty) es una carga y su casero Jack (Keith Allen) no deja de perseguirlo para que le pague el alquiler de un sótano- departamento que literalmente se cae a pedazos. Sin embargo la cosa empeora aún más cuando en el transcurso de unos pocos minutos termina de golpe con varios cadáveres entre sus manos, así junto a su amigo Pierce (Dylan Moran), un cineasta alcohólico y frustrado, deberá escapar de tal coyuntura.
Con diálogos lacónicos, vueltas de tuerca inesperadas y muchos tiempos muertos, el maravilloso guión del propio Doherty juega con la idiotez y la apatía de nuestros héroes de una burguesía artística maltrecha, trabajando tanto la pasividad y desorientación existencial como la construcción de una especie de “thriller involuntario” que evade los clásicos cercos del verosímil a la Hollywood (la intromisión de una oficial de policía interpretada por Aisling O`Sullivan profundizará la crisis). La película, proveniente de Irlanda, se acopla a la tradición oscura inglesa y a los opus más nihilistas de los hermanos Joel y Ethan Coen.
El realizador Ian Fitzgibbon sabe balancear un tono entre irónico y trágico, obtiene un gran desempeño por parte del elenco y en buena medida compensa los deslices ocasionales en la progresión narrativa con un desarrollo de personajes muy ajustado y una más que interesante puesta en escena. Si a todo ello sumamos los graciosos cameos de Neil Jordan y Jonathan Rhys Meyers, el resultado es doblemente gratificante: Cuatro Muertos y Ningún Entierro funciona como una materialización de las leyes de Murphy e invita a tratar con respeto la posibilidad de un accidente ya que respirar a veces puede convertirse en un lujo.