Memorias de una ex militante
El documental de Mario Bomheker se mete en la vida de Miriam Prilleltensky, una ex integrante del PTR-ERP quien confesó su arrepentimiento a cambio de la liberación y estuvo exiliada en Paraguay y en Israel, donde vive.
Dos cosas estoy contenta conmigo (sic). Parece que la vida me ayudó. Una, que yo no maté a nadie… Y la segunda, que no tuve que delatar a nadie…” En esa frase, casi al final de Cuentas del alma, se cifran la ética testimonial de Miriam Prilleltensky y el trámite estético que siguió Mario Bomheker para convertir su historia en una película.
Lo que Miriam cuenta frente a una cámara que la mira sin tregua es que nació en Córdoba, en 1955. Que es judía. Que a los 12 años, ella y sus dos hermanos, quedaron huérfanos. Que a los 20, abandonó la militancia en un movimiento sionista socialista, para leer El Capital y tomar contacto con el PRT-ERP. "No fui leal a mí misma… El precio que se sabía que se tenía que pagar por esa revolución, era la vida de mucha gente…"
En un español auxiliado por el hebreo, Miriam repasa la experiencia armada en Tucumán donde, en 1975, fue herida y capturada por el Ejército argentino. Detenida en la Escuelita de Famaillá, a cambio de salvar su vida, el 24 de marzo de 1976 confesó y declaró su arrepentimiento ante las cámaras de TV. "Yo estaba convencida de que valgo mucho más viva que muerta por una causa en la que no creía", vuelve a confesar Miriam en Cuentas del alma.
Después de eso, se exilió en Paraguay con documentos falsos proporcionados por el Ejército. Vivió en Asunción entre 1976 y 1983, bajo la identidad de Analía Celia Rosales. En ese país, lloró por primera vez y también, por primera vez, decidió ampararse en el secreto de confesión y contarle su vida a un jesuita. El sacerdote la integró al trabajo de un grupo de voluntarias en hospitales y villas. "Encontré en el cristianismo un lugar de pertenencia."
Fue otro cura amigo, Fernando Lugo (ex presidente de Paraguay), el que la ayudó a contactar a sus hermanos, recuperar su identidad verdadera y establecerse en Israel, donde vive desde entonces.
Con una economía escénica deliberada (similar a la que aplicaron André Heller y Othmar Schmiderer en la edición de La secretaria de Hitler), el director tensiona el relato con los procedimientos, para hacer explícito que allí se juegan tres dimensiones subjetivas, políticas y estéticas. La de la protagonista (que representa el plano de la Historia), la del espectador (como un contraplano posible para esa versión de los hechos) y la del propio cineasta (encendiendo la cámara para que el cine resguarde esa memoria).
En este sentido, Cuentas del alma puede contribuir a un debate que, en términos de relato generacional, permanece abierto.