Un thriller con chicos lindos, autos emblemáticos y una fórmula conocida. El pochoclo lo invita la casa!
El abogado Mickey Halley, en la piel de Matthew McConaughey, ha devenido en un penalista que tiene a su cargo la defensa de losers que nadie quiere representar. Y como los abogados mienten por definición (bueno, el 90%) suele solucionar todo por medio de la mentira a la justicia y a sus propios clientes. Hasta aquí nada soprendente, un cínico más creado por la industria de Hollywood.
Pero como todos parecemos tener un día de suerte, le llega su momento y accede a representar a un millonario acusado de violencia de género contra una trabajadora sexual. Para que haya trama, bueno, tejido, bueno… un hilo de conflicto, las cosas no son lo que parecen y su representado encarnado por Ryan Phillipe, un lindo para nada, es mucho más que un golpeador de mujeres, tiene una conexión con Mickey que éste comprueba más tarde y le exige el uso de toda su astucia y lo lleva a cuestionar sus valores en torno del bien y del mal cuando su cliente asesina a su investigador.
La anagnórisis del abogado llega, porque en USA hay justicia siempre aunque sea poética y también triunfo del bien, ¿o acaso los americanos no pueden lograr todo lo que se propongan? (Obama dixit), ya que esa pérdida, su vínculo indecidible con su esposa, una desperdiciada Marisa Tomei y el redundante cuestionamiento sobre quienes van al Averno y quiénes al Paraíso no cesan como los replicantes de Blade Runner, sólo que aquí hacen imprescindible el pochoclo.
Lo que no hace más que recordarme el chiste final de Filadelfia, en el que Denzel Washington preguntaba ¿qué son 4 abogados atados a una piedra en el fondo del río? Y él mismo se respondía: un buen comienzo. Reformulo: ¿qué son 4 años de nuestras vidas sin estos thrillers fallidos que hacen revolcar en su tumba a Hitchock? y me respondo: Un buen descanso…