Darío fue asesinado hace diez años en la Estación Avellaneda. Pero con su muerte no termina la historia, sino que empieza: la historia de una dignidad rebelde que se niega a entregarse y decide luchar. Por eso Darío no se fue, vive en las miradas limpias y los puños apretados de miles de jóvenes que ven en él un ejemplo de solidaridad y compromiso.