Militancia y cuenta regresiva.
Queda más que claro que De Ahora y para Siempre (Freeheld, 2015) es una de esas tantas películas que anulan gustosas la dimensión cinematográfica con vistas a subordinarla ante el sustrato militante que las enmarca y les da sentido, una jugada ideológica que por cierto está perfecta porque el cine -como el arte en general- se ubica unos cuantos peldaños por debajo de la política en lo que respecta a su importancia social, mal que pese (en décadas pasadas existía un desequilibrio menos pronunciado, hoy desaparecido). En el fondo da lo mismo el soporte del “panfleto” de turno, sea gráfico, sonoro o visual como en este caso, lo relevante es el mensaje que se pretende transmitir: el film explora uno de los muchísimos incidentes de discriminación y homofobia institucionalizada en Estados Unidos antes del reconocimiento del matrimonio gay el 26 de junio de 2015 por parte de la Corte Suprema.
Lo que comienza como una suerte de versión homosexual de Love Story (1970), con cáncer terminal de pulmón de por medio, pronto deriva en una interesante epopeya testimonial en pos de la igualdad de derechos en relación con las parejas heterosexuales: Laurel Hester (Julianne Moore) es una detective de la Policía de New Jersey que inicia un noviazgo con Stacie Andree (Ellen Page), una joven mecánica con la que eventualmente se casará según las disposiciones del primer lustro de la década anterior. A pesar de que la unión de hecho y los estatutos del período le permitían asignar a Andree como benefactora de la pensión que le corresponde por sus años de servicio, los representantes del poder político del momento desconocen una y otra vez las normas, el deseo de Hester y los reclamos posteriores, lo que abre un frente de colisión que ya había sido retratado en el excelente corto Freeheld (2007).
Tomando de base aquel trabajo documental, el cual hasta consiguió alzarse con el Oscar en su categoría, el realizador Peter Sollett y el guionista Ron Nyswaner construyen un relato prolijo que se sustenta principalmente en una progresión narrativa sencilla pero cumplidora y en la gran labor del elenco en su conjunto. El maravilloso desempeño de Moore y Page de la primera mitad de la propuesta encuentra su contrapeso en las contribuciones -hasta cierto punto, más enérgicas- de unos Michael Shannon y Steve Carell muy inspirados, ya en el siguiente acto del convite: el primero compone a Dane Wells (el compañero de patrulla de Hester de toda la vida) y el segundo encarna a Steven Goldstein (un activista y cabeza de una organización que lucha por el matrimonio igualitario). Mientras que la pareja se recluye por la enfermedad y ayuda desde la distancia, el dúo de hombres agita con ímpetu su causa.
En buena medida Nyswaner, un reconocido defensor de los derechos de la comunidad gay, aquí corrige varios de los excesos dramáticos de guiones formalmente similares como los de Filadelfia (Filadelfia, 1993) y Soldier’s Girl (2003), trabajos correctos en los que no obstante desbarrancaba un poco en el desarrollo de personajes vía la redundancia de algunos diálogos y situaciones. Comparándola con aquellas, De Ahora y para Siempre es un opus más humilde que nos habla de las injusticias previas a la victoria del 2015, lo que sin duda resta vigor discursivo a la película; pensemos en el influjo de Sicko (2007), del inefable Michael Moore, si hubiese visto la luz luego de la reforma del sistema de salud norteamericano del 2010. Un gran punto a favor del film es que administra con dignidad y mesura esa “cuenta regresiva” que caracteriza a toda historia sobre pacientes terminales…