Con el gancho de la frase “el film donde quieren secuestrar a la Mona Jiménez”, De Caravana viene teniendo un trayecto desde su estreno en el 25º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y un boca a boca de los cuales se perfila a lograr un éxito cinematográfico cuando se prevéa su estreno comercial. El film presenta demasiadas satisfacciones al espectador, tanto en rubros técnicos, elección de tomas, puesta, casting, y solidez de guión atípica, un pastiche de colores en una ciudad cordobesa dividida entre dos clases sociales extremadamente marcadas. Siempre presente, el cuartetazo, de la mano de la Mona, donde Juan Cruz (Francisco Colja), un fotógrafo con el encargo de cubrir uno de los recitales del cuartetero, encuentra fascinación y atracción hacia una cordobesa de distinta y marcada clase social, dos mundos completamente diferentes. Lo apabullante de la propuesta de Rosendo Ruiz es el poner en manifiesto desde un guión de recorrida por distintos ámbitos como es el narcotráfico, la violencia de seres marginales, la ostentación del ricachón y discriminación latente, el tema principal, que radica en el enamorarse de una persona completamente distinta a uno, una suma que no tiene un resultado certero, compartir gustos musicales, profesiones, etc se hacen de lado cuando las únicas vinculaciones de peso radican en la atracción y los valores. Es así como se conforma una pareja de antología para el cine nacional, en esta propuesta cordobense, atípica, quizás por el tampoco tener tanto material de esta provincia como para poder realizar comparaciones. Los personajes secundarios suman y mucho a la propuesta, desde el ex novio de la protagonista, un delincuente vehemente, cruel, violento hasta un travesti consolador, tal vez el más humano de todos, barajando así los estereotipos como también el del narcotraficante simplón y gracioso, pero de una notable humildad. De Caravana constituye una de las mejores producciones de sello nacional que podemos ver en estos últimos tiempos. Una ópera prima a cuyo director deseamos en muy poco tiempo poder ver algo más de su ingeniosa maquinaria visual y auditiva.
De Caravana por la Ciudad Esta película nos sumerge de lleno en el mundo de la bailanta cordobesa. Arrancamos a todo volumen, en “el baile”, en un recital de la Mona Jiménez, mientras la cámara en mano sigue a Juan Cruz, el protagonista, un fotógrafo cheto de los barrios más posh de Córdoba. Acostumbrado a las fiestas cool, a muestras de fotografía, a la música electrónica, a vivir en el lujo, a tener amigos que viven en countries (donde “hay que hacer cola para entrar en la casa de uno”), Juan se ve atraído por una chica muy distinta a él, que frecuenta la bailanta y vive del narcotráfico. Sin quererlo, se ve arrastrado a una caravana de situaciones que lo llevan a replantearse sus valores y sus amistades. El guionista y director cordobés Rosendo Ruiz nos muestra esta mezcla entre historia romántica, policial y comedia, acerca de la interacción de las clases sociales, los prejuicios y el amor. Acompañados por la música de la Mona y su hija Lorena, nos vamos metiendo en el mundo cordobés junto a un muy buen elenco. Lo que me sorprendió gratamente fue el delineado de los cuatro personajes principales, los cuales podían fácilmente caer en algún cliché o lugar común, dadas sus características (un pibe “bian”, una cuartetera, un narco, un travesti). Sin embargo, las actuaciones están muy medidas y no resultan pegajosas; todo lo contario, son absolutamente naturales y creíbles. Muy buen registro actoral. El travesti, el personaje más factible de caer en el cliché absurdo, está muy contenido y es un personaje por demás querible, con la cuota justo de humor e histrionismo, sin ningún desborde. Otro punto para resaltar de la película es la parte técnica; muchos de los trayectos del personaje principal están filmados con cámara en mano, lo que le otorga a las escenas una sensación de movimiento y velocidad que está a tono con el espíritu de la película, esta caravana de situaciones atípicas e hilarantes. Hay varios planos en profundidad en los que vemos a dos personajes que hablan en primer plano y dos personajes atrás, en plano general, y escuchamos las dos conversaciones en simultáneo. Sin duda, las escenas más cómicas de la película. El guión es muy destacable también, los diálogos son graciosos, sinceros y retratan las vidas de estos personajes y los abismos que los separan. Gran momento cuando hacen el paralelismo entre la pulga en un frasco y los seres humanos. Una película muy linda sobre la que escuché innumerables comentarios positivos a lo largo del festival. Y, como dijo mi compañero Jose, ojala sigamos viendo cosas de este promisorio director que seguro valdrán la pena.
“Un egresado de cualquier escuela de cine conoce mejor su oficio que un veterano promedio de la generación anterior”, asegura Quintín en uno de los artículos compilados en el libro “Cine del Mañana” (publicado en este festival, sobre el que volveremos). Aunque el diagnóstico del crítico no sea una revelación, sirve para describir la factura exterior de los dos títulos locales que pude ver en la muestra. En ellos, como en la mayor parte del cine argentino de los últimos años, se hace notar la cuidadísima confección de la banda sonora, la luz, el color, el encuadre, las elecciones de cámara y las locaciones. Ya casi no quedan rastros de esa precariedad técnica que agobió al cine nacional en las últimas décadas del siglo pasado, y no deja de ser admirable este milimétrico esmero puesto en la calidad de la imagen, lo que sin duda contribuye al solaz visual del espectador. Pero con el oficio solo no alcanza. En muchos casos falta todavía la seguridad para aferrarse al volante y seguir ese rumbo que -quizás íntimamente- se desea, pero que en la pantalla termina siendo confuso. Agua y sal, segundo largometraje de Alejo Taube, aborda el tema del doble. Sí, está permitido pensar en Borges, en Cortázar, en la Véronica kieslowskiana, e incluso en dos películas argentinas recientes con llamativos puntos en común con la aquí comentada: El otro, de Ariel Rotter (las dudas ante la paternidad; el anhelo de una realidad alternativa) y Las vidas posibles, de Sandra Gugliotta (una desaparición repentina; el mismo actor para dos personajes). En film comienza cuando Javier (Rafael Spregelburd) confiesa -desde una voz over- que a veces le gustaría llevar otra vida, aun teniendo ya lo que cualquiera soñaría: una buena posición económica y una bella mujer a quien amar. Mientras él y su esposa se sacan fotos en el puerto de Mar del Plata, la imagen se concentra en otro sujeto (el mismo Spregelburd, con barba espesa) que está descargando cajas en un barco. De allí en más el relato sigue el conflicto de ese otro hombre, apodado “Biguá”, acostumbrado al mar y ahora perturbado porque su novia adolescente está embarazada. Lo mejor de Agua y sal reside en esta primera parte, cuando se describe la melancolía de Biguá, la familia de su chica, la rutina en el barco pesquero, hasta que un enroque narrativo nos reubica en la historia del primer personaje. Si bien hay suficiente ambigüedad como para debatir si todo es producto de la imaginación, o de la pura casualidad, o de la simple magia de la ficción, estas disquisiciones no despiertan la curiosidad esperada, porque hay algo anterior que falla en el film, sobre todo en la conexión emotiva con los personajes. Probablemente se deba a que las comparaciones con otros autores y obras similares contaminan a cada paso la percepción, o a que el relato no logra entibiar su rigidez programática, su barniz “cerebral”. En lo personal me parece que el director perdió con el cambio de registro, que del realismo urgente y vigoroso de su estimable film debut, Una de dos (2004), pasó a una contemplación distanciada y prolija en exceso, en donde la reflexión sobre lo social irrumpe de forma necesaria pero al mismo tiempo desvaída. Porque acá lo interesante era la dialéctica que se podía haber jugado entre las conciencias del empresario y del pescador, una idea inquietante que el film no consigue aprovechar. También De caravana busca exponer las diferencias de clase que definen a la sociedad argentina, a través de una historia ambientada en la provincia de Córdoba, de donde son oriundos todos los actores y técnicos que hicieron este film dirigido por Rosendo Ruíz. Lo que en un proyecto inicial sería sólo un cortometraje sobre el fenómeno de la Mona Giménez, fue creciendo hasta convertirse en esta comedia con toques policiales que narra la atracción entre un joven “concheto” y una chica fanática del cuarteto, quienes inician un romance en medio de una trama de robos, tráfico de drogas, celos violentos y miradas discriminatorias. Se trata de una película dinámica y disfrutable en todo su trayecto, especialmente por el placer que implica descubrir caras nuevas interpretando personajes simpatiquísimos, como la travesti Penélope (genial Martín Rena) o el dealer llamado “Maxtor” (Rodrigo Savina, imaginen a Eduardo Blanco cruzado con Adrián Suar y Juan Cruz Bordeau), tan dúctil para impartir órdenes criminales como para lanzar serias lecciones de filosofía y lucirse bailando merengue. Existen ciertos problemas de guión que restan originalidad al conjunto, como alguna escena trillada (el taxista contento cuando le piden que siga a otro auto), o el trazo estereotipado de algunos personajes (el amigo snob del protagonista), pero lo que no se llega a sentir a fondo es el acicate crítico sobre la cuestión social, una impresión que se refuerza con la resolución reconciliada. Hay un choque cultural mostrado con ironía y frescura, pero el choque no lastima, o lo hace tímidamente, quizás por temor a borronear los límites del género y arriesgar la venia popular. De caravana es una buena película que podría haber dado muchísimo más. Habrá que seguir organizando viajes, entonces, de la villa al country, de un loft en Palermo a una casita humilde en Mar del Plata, de ida y vuelta, una y otra vez, hasta por fin empezar a comprender por qué nos cuesta tanto hacernos cargo de las distancias.
Sed de vivir Sólo un desalmado puede sentirse indiferente ante la vivacidad contagiosa de un filme como De caravana. Pocas películas capturan la vida secreta de una ciudad, su sonido, su música, su lenguaje, su comicidad, además de los anhelos y las frustraciones que determinan la vida de sus criaturas. De caravana respira honestidad fotograma tras fotograma. Su sociología intuitiva retrata con justeza un mundo reconocible; su filosofía amateur apuesta por la libertad de los hombres. Como todas las grandes películas, De caravana invita a conocer un mundo. La discusión inicial entre un hombre y una mujer, por mucho tiempo novios, y los planos generales y planos detalle en los que se ven todos los rituales para ingresar a un baile de la Mona Jiménez son señales precisas de que estamos ante una gran película. En menos de cinco minutos casi todos los personajes ya están presentes, y el eje central del relato toma cuerpo: Juan Cruz, un fotógrafo de clase media alta, mientras registra el baile para una producción gráfica del cantante, conoce a Sara. La historia de amor que surge de este encuentro azaroso pero verosímil no será sencilla. Más tarde se hablará de "civilizados" y "anormales", pero lo que le preocupa a Ruiz no es tanto denotar las diferencias de clase como sugerir una zona de fascinación mutua. Lo cierto es que Juan Cruz, involuntariamente, se verá involucrado en un universo delictivo. Por un lado, tendrá que "trabajar" entregando mercadería para Maxtor, un amigo de Sara que, acompañado por un travesti llamado Penélope, lo extorsionará amablemente. Al mismo tiempo, el Laucha, ex novio de Sara, se desespera al saber que ella está con otra persona. Habrá puñetazos, fiestas, persecuciones automovilísticas e incluso un secuestro fallido, acciones dramáticas siempre matizadas por toques humorísticos. Consciente del carácter popular de su película, y sin traicionar la fluidez de su relato, Ruiz jamás cede al populismo estético de filmar televisivamente. Así, casi desprovista del característico plano-contraplano para filmar la interacción humana, De caravana es prodigiosa en su concepción del espacio: los actores habitan los planos secuencia y en ese registro se experimenta lo "real" en la ficción. Ruiz es un cartógrafo: su cámara recorre la variada arquitectura cordobesa donde también se expresa la diferencia de clases, un mapa simbólico de las desigualdades. Ruiz transmite un amor parejo por todos sus personajes, y su elenco responde. Todos ofrecen una labor destacada. La pareja de Pereyra y Colja funciona; a veces un gesto de Pereyra sintetiza un lugar en el mundo. La justa simpatía de Martín Rena como Penélope es memorable. Pero los trabajos de Gustavo Almada (el Laucha) y de Rodrigo Savina (Maxtor) son superlativos. Ruiz les confiere la tarea de sostener simbólicamente su película. El monólogo del Laucha que concluye con un primer plano de su rostro constituye la rabia del oprimido. El cuento de Maxtor sobre el circo de pulgas articula una utopía discreta más allá de la pertenencia de clase. En los créditos finales, a la izquierda del cuadro se suceden fotografías de algunos personajes. Es un detalle elegante que encierra el misterio y el espíritu libertario de esta película que, como las pulgas de Maxtor, desconoce los límites del discurso del amo.
La última película que vi en el Festival de Mar del Plata no estaba en mi lista previa, pero era la gran sorpresa según el boca a boca en el hall del Cine Ambassador. De caravana es una producción totalmente cordobesa, con locación, actores y temas locales, y la Mona Jiménez como epicentro de felicidad. Aunque me quede afuera en algún diálogo, tengo que admitir que la película me cae simpática desde el vamos por el simple hecho de ser una comedia regional en medio de un mundo en el que las culturas tienden a uniformarse. La ciudad de Córdoba es la gran protagonista y el director captura su color, su arquitectura, sus cuerpos, su música y su gracia a través de un registro cercano al documental, con planos generales de sitios emblemáticos, travellings por sus avenidas y vertiginosas escenas con grandes multitudes como los bailes de La Mona. De caravana es una película de género (mezcla entre policial y comedia alocada), cuyo carácter popular se complementa con una puesta en escena muy pertinente pero inusual para este tipo de producciones. Rosendo Ruiz filma las situaciones más disparatas de manera realista, evitando el plano y contra plano y la música extradiegética. El director confía en la performance de los actores y estos responden de manera extraordinaria. Las tomas fijas, los encuadres y los movimientos cámara están puestos en función de un formidable trabajo actoral. El momento cumbre de tensión coincide con el sorprendente monólogo del Laucha en un inquietante primerísimo primer plano con la cámara acercándose a su rostro hasta transformarlo en una imagen abstracta. Esta escena puede convivir con un largo diálogo entre dos protagonistas mientras comen un choripán en el parque, sin que se resientan la fluidez del relato ni la unidad estética de la película. El debut de Rosendo Ruiz posee una vitalidad contagiosa que trasciende sus virtudes formales. Y aunque no haya estado entre las intenciones del director, De caravana provocó un hecho inédito en la historia de Cinemarama: que al joven Boetti y a mí nos guste la misma película.
¿CINE CORDOBÉS? Tonada comechingona. Fernet. Camisetas de talleres. Cuarteto. Negros de mierda. Barrios de Córdoba. Boliches de Córdoba. Calles de Córdoba. Todo explícito, enganchado como una escarapela. Película cordobesa. Made in Córdoba, ¿se entiende? Regionalismo militante. Cine de acá a la vuelta. Entonces aparece el misterio. ¿Cómo es posible que De Caravana haga de lo cordobés apenas un trasfondo? ¿Qué embrujo hace la película para que uno reconozca bares y calles sin distraerse? ¿Qué sucede para que La Mona sea una anécdota inofensiva? ¿Cómo es posible que el cuarteto te caiga bien y sea natural y consecuente? ¿Cómo hicieron para que esta película tenga simpatía usando tanta flora y fauna? De Caravana nunca se convierte en una postal o una sociología del interior. La prensa local quizá la estigmatice como película icónica por su decorado, pero a Rosendo Ruiz le chupa un huevo el cariño autóctono o la palmadita del intendente. De Caravana se manda a narrar con todo y quiere moverse hasta caer desmayada. El éxtasis de contar una aventura, de hacer de un rodaje una aventura. Si se filmó en Córdoba fue una casualidad porque actores y técnicos estaban acá, deliraban imaginando situaciones acá. De Caravana no cuestiona un ser cordobés, nadie se intimida por la hegemonía porteña. Es Córdoba y bueno, qué importa, es Córdoba. Sólo por sus coordenadas el localismo está presente. Si Francisco Colja vive en Las Rosas y Yohana Pereyra en General Bustos es porque la ciudad funciona en estado de inconsciencia. Las referencias no seleccionan un público, son guiños para que los cordobeses se rían un poco más fuerte de lo que ya todos se están riendo. Y esto porque Rosendo Ruiz está excitadísimo con su historia, no con su etnografía. Ahí aparece otro punto interesante: De Caravana no baraja figurines sociales; De Caravana traza PERSONAJES con un crayón grueso. Personajes tan impregnados en el cuerpo de sus actores que apenas entran en escena se comprenden. Y luego se profundizan hasta ser perfectos, coherentes, abrumadoramente espontáneos. Los actores se creen todo, absolutamente todo lo que dicen. Mérito gigante de la puesta. Rosendo Ruiz planifica encuadres y movimientos de cámara para que los actores hagan la suya tranquilos. Nunca el coitus interruptus del montaje. Es asombroso que este estilo en ningún momento se convierta en teatro filmado o registro televisivo. Magia cinematográfica, guión escrito con agudeza y libertad para interpretarlo y rellenarlo. La película ve a sus personajes como semejantes. Esta igualdad de condiciones, esta colectividad artística, logra que un diálogo larguísimo entre Rodrigo Savina y Yohana Pereyra comiendo choripán se sostenga aunque esté filmado con dos tiros básicos de cámara. Uso una metáfora que me da vergüenza por lo obvia pero igual sirve: ver De Caravana es como salir de caravana. Mientras dura, estás frenético, no sabés qué está pasando y menos con quién estás. Cuando termina, quedás mareado y feliz y te dormís donde sea. Al despertarte, recordás hechos bizarros conectados por la certeza de haberte divertido. Buscarle moraleja o contenido a una noche de caravana es inútil. La diversión no tiene profundidad ni sentido; no alecciona, es un estado dionisíaco, caos placentero. De Caravana hace de la irresponsabilidad pura destreza fílmica. Un flash ; )
LAS MARAVILLAS DE UN BIEN ELEGIDO ELENCO Divertida y bien lograda comedia que tiene como principal eje narrativo la dualidad entre clases sociales en la provincia de Córdoba, Argentina, esta cinta, dirigida por Rosendo Ruiz, es una jugada, bien actuada, guionada y dirigida expresión de libertad y reflexión nacional. El fotógrafo de "La Mona" Jiménez es llevado a un estresante aprieto luego de que, a causa de unas misteriosas fotos hayan sido sacadas con su cámara, por obligación tuviera que entrar en el tráfico de drogas. Desde un comienzo, con los tintes visuales saturados y con la música cordobesa que se puede apreciar ni bien empezado el conflicto, la película deja en claro el rumbo que la historia y el humor van a desarrollar. Luego de la presentación de los títulos, bien implementados los colores y las barras negras, la cinta van explorando, al mismo tiempo que nunca se deja de lado el humor, diferentes terrenos ásperos, como la droga, la violencia y la "guerra" entre clases sociales, tal como sucedió en "El Hombre de al lado", con la diferencia que aquí son los personajes secundarios los que descontracturan el relato y lo hacen perder seriedad, muy bien logrado ese efecto. Es así como la historia, sencilla pero con las suficientes idas y vueltas, triunfa gracias al muy buen elenco elegido para interpretar los personajes y la excentricidad y comicidad de los roles secundarios. El protagonista es quien introduce la temática sobre la discriminación de clases en el país y es quien se ocupa de revertirla mientras los minutos van pasando. Bien interpretado por Francisco Colja. Luego, está la enamorada, Yohana Pereyra, fluida y muy correcta; su celoso y autoritario ex-novio, uno de los mejores personajes interpretados; el que organiza el tráfico de drogas, un inentendido individuo que mezcla la filosofía con su forma de viday, por lejos el mejor personaje de la película, un travesti que se enamora de todo hombre que pasa cerca suyo y que desarrolla el más fresco y gracioso humor, excelente trabajo. Con un estilo y dinamismo más que satisfactorio, al igual que un correcto uso de las herramientas cinematográficas y un aprovechamiento de las locaciones, de la música, de los actores y del humor propio de Córdoba, "De Caravana" es una grata sorpresa que se destaca en todo momento. Crítica y divertida, para no perdérsela. UNA ESCENA A DESTACAR: fotos del final
¡Hay equipo! De Caravana es la 3ra producción cinematográfica del nuevo y flamante sello "Cine Cordobés", que ya estrenó anteriormente "El Invierno de los Raros" e "Hipólito", 2 pendientes que trataré de ver en breve. Protagonizan la película Francisco Colja (Juan Cruz) y Yohana Pereyra (Sara), una dupla romántica que si bien tiene formato conocido (niño bien, chica humilde), posee un plus que la convierte en algo hipnótico para los espectadores, tanto cordobeses como de toda la Argentina, y que es la inconfundible personalidad del cordobés, que todo el país conoce, pero que casi nunca puede apreciar en la gran pantalla. Acompaña un reparto muy colorido y bien trabajado, como la muy divertida travesti Penélope, interpretada por Martín Rena, Rodrigo Savina como Maxtor, el mafioso simpaticón y Gustavo Almada como el asperísimo "Laucha", más un grupo de extras. Dirige el film, Rosendo Ruiz, un ¿sanjuanino? (leí por ahí) que supo retratar de manera muy efectiva la esencia de La Docta, mostrando locaciones que más que emblemáticas, son esos lugares o calles de paso que la mayoría de los cordobeses tenemos que haber frecuentado en algún momento, lugares familiares a la vista. A lo largo de la cinta se puede apreciar el profesionalismo y la pericia del director, que parece no haber dejado absolutamente nada al azar en cuanto a aspectos técnicos. La historia mezcla comedia con un poco de drama, y cuenta como Juan Cruz, un fotógrafo que vive en el Cerro de la Rosas (barrio cordobés que simboliza la clase alta de la ciudad), se mete en un baile de La Mona Jiménez (cantante insignia de Córdoba y rey de los marginados) para hacer una producción fotográfica que presentará en un concurso del Museo Caraffa. En ese baile conoce a Sara, una morocha infartante con la que conecta enseguida, sin prestarle atención a que ambos provienen de 2 mundos bastante diferentes y que se excluyen mutuamente todo el tiempo, el mundo de villa y barrios carenciados que odia al "cheto", y por otro lado, el "tipo bien" que desprecia y margina al cuartetero de barrios bajos. Este encuentro provocará la colisión de resentimientos e indiferencias que son moneda corriente en Córdoba, pero tomados con un punto de vista dirigido, de manera muy inteligente, hacia lo cómico, con algunos pequeños toques de drama que nos recuerdan que nos podemos reír de nuestros defectos, pero que también podemos reflexionarlos. Como negativo me pareció que hay algunas actuaciones que estuvieron por demás exageradas, con algunas tonadas medias pasadas de vuelta, algunos gestos y actitudes poco sutiles, pero supongo que son cuestiones lógicas en algo que recién está naciendo, un cine cordobés que ya da sus 1ras muestras de versatilidad. De Caravana es cuarteto, es el cerro de las rosas, es choripán, es countrys, es joda fuerte, es humor, es diferencias sociales... es Córdoba. Muy recomendable.
Afuera del frasco De Caravana es un film de origen netamente cordobés, tanto desde su temática como desde su producción. Tal vez por esta misma razón es que pueda percibirse como una postal de la identidad de una ciudad, acompañado por un cuidadoso registro de un recorte de sus voces. Armada en torno a la pasión por los cuartetos, la figura de la Mona Jiménez es mostrada desde la mirada de los espectadores, que son a la vez sus personajes. El eje es una historia de amor entre dos mundos antagónicos, diferencias que van a ser superadas, en parte, durante el transcurso del relato. La diferencia, de lo que implica para uno de sus protagonistas, el hecho de encontrarse “dentro o fuera del frasco” es una metáfora, que describe la realidad de una provincia, desde una fractura económico-social. De Caravana surge como un corto realizado hace 7 años llamado “Soy Talleres”, un equipo de fútbol, que representa a una gran fracción de los hinchas de fútbol cordobeses, asociada de algún modo, a la misma extracción social que los cuartetos. Transformado en largo, el guión fue mutando bastante, ya que la mayoría de las escenas están filmadas de noche. Cuenta con la participación especial de Lorena Jiménez -la hija de la Mona-, la banda Que las Parió y el propio Carlos “Mona” Jiménez. Sin duda De Caravana es un logro cinematográfico. Y su estreno fue una bocanada de alegría, dentro de la Competencia Oficial de la 25º edición del Festival Internacional de Mar del Plata, en noviembre de 2010. Con un ritmo que no decae en ningún momento, realizada en seis semanas de rodaje y con un costo de 1.000.000 de dólares, esta excelente producción local abre un camino para imitar en el resto del interior del país. Se destaca una excelente fotografía de factura urbana, que no cae nunca en preciosismos, trabajada siempre desde la mirada del espectador, este thriller cordobés, con tono tarantinesco, que se estrena próximamente en Buenos Aires, ha sido una grata sorpresa para muchos. Y es de esperar que lo sea, para muchos más espectadores, con la cual seguramente, van a realizar un viaje por la Córdoba de “los cuartetazos”. Rosendo Ruiz Nació en San Juan el 3 de diciembre de 1967. A los 9 años construyó intuitivamente un proyector de imágenes, haciendo sus propios dibujos animados y organizando funciones para sus amigos. A partir de los 11 realizó varios cursos de dibujos animados e historietas. Esto marcó el inicio de una fuerte vocación por el cine. Participó en más de treinta producciones. Dirigió y produjo en el 2005, ‘Una Manga de Negros’, mediometraje con el cual viajó por festivales internacionales, afianzando así su camino en la realización cinematográfica.
Con tonada cordobesa Decir que De Caravana (Rosendo Ruíz, 2010) es una película argentina es una certeza pero también un dato incompleto. Es, esencialmente, una película “cordobesa”. No sólo por sus locaciones y fondos de producción, sino por su lenguaje y el humor que la recorre aun en plena sordidez. De tanto en tanto el cine de género vernáculo ofrece sus sorpresas. Ocurrió con el recordado Fabián Bielinsky (1959-2006), quien con Nueve reinas (2000) le dio un soplo de aire fresco al cine de suspenso “hecho en casa”. Algo similar puede ocurrir con De Caravana, que nos invita a estar atentos a los futuros pasos de Ruiz. Su ópera prima es una cuidada producción que demuestra profesionalismo en cada rubro técnico y un vigor y convicción por el relato clásico que no se debilita en ninguna secuencia. El relato comienza con la llegada de Juan Cruz a un boliche cuartetero. Enviado por los jefes de la agencia de publicidad en donde trabaja, su misión es tomarle fotos a la “Mona” Jiménez para ser usadas en la gráfica de su nuevo disco. Muchacho cool y poco curtido en el ambiente, queda impresionado ante la belleza de Sara, quien termina en su “palacio” para luego volver a su territorio con la cámara del fotógrafo como “souvenir”. Lejos de resignarse o buscar a la policía, Juan Cruz asume el riesgo y recupera la cámara, cuyo material deja entrever ese mundo desconocido y delictivo que estaba a la vuelta de casa y que le genera una mezcla de curiosidad y singular atracción. De allí en más De Caravana tiene varios puntos de giros que involucran a la chica y al resto de su clan, compuesto por una travesti y un “pesado” que destila una siniestra simpatía en cada fotograma. Se suman el “Laucha” (la ex pareja de Sara) y los suyos, bastante más drásticos que los antes mencionados. El relato ofrece la imagen nítida de una provincia eminentemente desigual, pero también de las éticas particulares que promueven los personajes. Como si se tratara de una obra cubista, el guión nos pone de frente a cada realidad, revelando las condiciones de posibilidad que hacen de esa desigualdad social un todo inmodificable. Desde esta perspectiva, al igual que otros films recientes que habilitan una lectura sobre la lucha de las clases (Francia, de Adrián Israel Caetano), aquí cada uno pareciera estar resignado al lugar que le ha tocado en suerte. Frente a esta postura se pone en entredicho el ascenso social, pero persiste una especie de “hibridación” que desde Romeo y Julieta (en ese caso, con la unión de dos genealogías enfrentadas) sólo puede generar malestar. Algo que queda muy bien demostrado en la secuencia en la que Juan Cruz presenta a su chica en una fiesta “de los suyos”. El trazado de una sociedad estratificada que refleja el film es un rasgo que al mismo tiempo le da cierta universalidad a una comedia que va del thriller al romance y del romance al policial con una notable fluidez narrativa. Rosendo Ruíz hace de esa pugna social un folletín que integra sensualidad con violencia física, trama policial con cine de romance. Para ello confía en el material más valioso de este combo: las actuaciones. En no pocas escenas elige al plano secuencia como modalidad dramática que ubica al actor y a su discurso en el epicentro. La tríada compuesta por Francisco Colja, Yohana Pereyra y Martín Rena tiene un magnetismo irresistible. Sin lugar a dudas, estamos frente a una de las sorpresas del año.
Película-cuartetazo Que se celebre lo popular no quiere decir que se abrace el espontaneísmo o el falso naturalismo: esta película dionisíaca ha sido elaborada con rigor apolíneo. Una comedia a la Tarantino. Una cartografía de la ciudad de Córdoba. Un ejercicio de antropología urbana. Una taxonomía de modalidades del habla. Un registro de la división de clases en Argentina, aquí y ahora. Una película-cuartetazo: celebratoria y feliz, pero montada con el cuidado de un show de La Mona Jiménez. Todo eso es De caravana, perla de la edición 2010 del Festival de Mar del Plata, ganadora del Premio del Público en ese festival y de varios otros en eventos posteriores. A un año de haber electrificado la sala del Auditorium marplatense y tras ocho semanas en cartel en la ciudad de Córdoba –donde llevó 20.000 espectadores, cifra por la cual nueve de cada diez realizadores argentinos pactarían con Belcebú–, aquí está la cabeza de flota del fenómeno que algunos profetizan o imaginan: el del nuevo cine cordobés. Cine cordobés dirigido, en este caso, por un sanjuanino. Tras fundar una compañía teatral, Rosendo Ruiz debuta en el largo (tiene un mediometraje previo, de título irresistible: Una manga de negros) con la más coherente fusión entre cine de culto y cine popular que el cine argentino haya dado en bastante tiempo. Típica historia de “cruce de frontera”, Juan Cruz, fotógrafo publicitario (Francisco Colja), conoce en un boliche a una chica llamada Sara (Yohana Pereyra). El tiene que sacarle fotos a La Mona Jiménez, para la tapa de su nuevo álbum. Ella anda con un tipo, El Laucha (Gustavo Almada), que quiere... secuestrar a La Mona. Juan Cruz se engancha con Sara y queda más enganchado cuando, por una confusión, se lleva unas fotos que comprometen a un tal Maxtor (Rodrigo Savina), más pesado que El Laucha. A partir de ese momento, Juan Cruz deberá transar para Maxtor: una de esas ofertas que no es fácil rechazar. Hay algo de pacto fáustico en ese “enganche” de Juan Cruz, y el ambiente de noche, fiesta y boliche ayuda. Tanto El Laucha como Maxtor son, en tal caso, demonios menores, falibles, algo patéticos de a ratos. Sin embargo, meten miedo. Signo del cuidado con el que han sido construidos, ninguno de ambos responde en lo más mínimo al cliché del heavy. Huesudos, desgarbados, de apariencia frágil, cualquiera de ellos es capaz de moler a patadas a Juan Cruz. Cosa que sucede. Pero tanto El Laucha como Maxtor son capaces de entregarse, también, a las disquisiciones más tarantinianas. Sobre todo Maxtor, con su obsesiva asociación entre la gente y las pulgas amaestradas. Cosa curiosa, El Laucha parece menos temible y sin embargo su dialéctica es más densa. Es tan pesado el momento en que le aprieta la cara a Sara (la cámara aprieta tanto el plano como los minishorts las caderas de la chica) como el gran speech del final, cuando defiende el choreo como profesión y necesidad. “¿Vos qué te pensás, que es un hobby ser malandra?”, le dice El Laucha a Juan Cruz, los ojos saliéndosele de las órbitas, el gran angular haciéndolos salirse más. En ese momento uno siente que el chorro no sólo es más fuerte que el fotógrafo, sino superior moralmente. Es un momento altamente revulsivo, ya que desde el inicio el espectador se ha visto forzado a identificarse con Juan Cruz, su representante en la ficción. Sin perder condición empática, Juan Cruz ya había dado sobrados signos de clase, de prejuicio, de soberbia. Hasta el punto del desprecio y la traición: De caravana pone en problemas al espectador de clase media para arriba. Claro que la problematización es a dos puntas. De caravana no idealiza a sus malandras, no se permite demagogias y hasta termina mostrando, en los hechos, aquello que vuelve inabordable el problema delictivo argentino: la asociación y mimetización entre chorros y canas. Parecido rechazo por toda forma de facilismo se verifica en cada decisión estética. Que se celebre lo popular no quiere decir que se abrace el espontaneísmo, la improvisación a lo pavote, el falso naturalismo: esta película dionisíaca ha sido elaborada con rigor apolíneo. Algo verificable en términos de guión, de construcción de personajes, de imagen (la dirección de fotografía y color de Pablo González Galetto es una de las más brillantes en mucho tiempo), de encuadre, de diálogos (culeaos y gilazos a rolete, pero nadie exagera el cantito cordobés) y, sobre todo tal vez, de actuaciones.
Fans de Carlos "La Mona" Jiménez Comedia de situaciones, de enredos, en los que el amor es uno de los ejes del relato, "De caravana" tiene un bien logrado lenguaje narrativo y un equipo de actores con miras a un futuro más que promisorio. Es muy gratificante que del nuevo cine cordobés llegue "De caravana", porque permite acercarse a una historia con identidad claramente cordobesa, a través de personajes que se mueven dentro de una marginalidad periférica de la capital de la provincia, e incluye a músicos, travestis y vendedores de droga. Con ellos, Rosendo Ruiz, el director, consigue un fresco poéticamente delirante de personajes arquetípicos de una ciudad grande. "De caravana" ganó el premio del público, a la mejor película en el Festival de Cine de Mar del Plata y permite un acercamiento a personajes que a través de sus giros culturales, identifican claramente a la provincia mediterránea. Un recital del cuartetero Carlos "La Mona" Jiménez posibilita el despegue de una serie de historias que se entrelazan y tienen un denominador común: el amor que despierta una chica, fans del músico, en un fotógrafo que se acerca por primera vez a ese universo de admiradores del artista cordobés. EL FOTOGRAFO No es casual, tal vez, que sea un fotógrafo el que con su lente registre a personajes que representan un cierto costumbrismo típico de esa provincia. Las situaciones, la mayoría inmersas en un cierto humor, que se desprende de los mismos diálogos, muestran maneras de relacionarse, de comunicarse, de establecer una complicidad, que despiertan una marcada empatía con el espectador. A partir de las imágenes captadas por el joven fotógrafo, que es víctima del robo de su cámara, en el primer encuentro con ese universo marginal, el espectador comienza a asomarse a un grupo de criaturas, de coloridas vestimentas, que se mueven en un pequeño entorno que los identifica, en los que el amor, el robo, las "transas" pasan a ser moneda corriente. Hay en Rosendo Ruiz cierta mirada ingenua sobre sus personajes, no obstante eso le permite mostrar a una comunidad que se mueve con sus propios códigos. Comedia de situaciones, de enredos, en los que el amor es uno de los ejes del relato, "De caravana" tiene un bien logrado lenguaje narrativo y un equipo de actores con miras a un futuro más que promisorio.
Cuarteteando entre las diferencias Desde el vértigo del ingreso a un baile animado por La Mona Jiménez hasta una fiesta en un country de la ciudad de Córdoba, en ese amplísimo arco, o mejor dicho: en ese territorio de nadie delimitado por lo popular y la energía del cuarteto como elemento aglutinante y las clases altas con sus rituales cosmopolitas, se desarrolla De caravana, que desde el primer instante invita a conocer un universo ajeno y, como todo gran film, ofrece una visión del mundo. Filmada íntegramente en Córdoba, la ópera prima de Rosendo Ruiz da su versión de la noche de la provincia a partir del choque y la posterior convivencia de dos universos aparentemente irreconciliables, pero fascinados mutuamente: por un lado Juan Cruz, un muchacho de clase media alta enviado a sacar fotos a un baile para el nuevo disco de La Mona, por el otro, Sara, una inquietante chica que se debate entre el lumpenaje y el origen humilde que la condiciona y un futuro más convencional como peluquera. Juan Cruz pronto se ve inmerso en una realidad desconocida donde conviven traficantes, policías afectos a la reflexión filosófica, un novio enloquecido por los celos (que entre otros delirios planea pasar al frente secuestrando al ícono provincial), la feroz división de clases y hasta un lenguaje diferente, mientras crece, incluso a su pesar, la fascinación por Sara. Con una vitalidad infrecuente en el cine nacional que se impone sobre ciertos estereotipos del relato, De caravana utiliza el humor como un fino estilete que se hunde en el cuerpo sociológico de la región y mientras desarrolla su trama policial, elabora a través de sus personajes –bien perfilados, cada uno con su momento de gloria– el complejo y desopilante mosaico de un “interior” definitivamente ausente en la cinematografía local.
Una brillante comedia enteramente cordobesa Se estrena en Buenos Aires, y reestrena en Córdoba, donde ya tuvo un éxito natural y dejó buen recuerdo, esta brillante comedia enteramente cordobesa. Técnicos, elenco entero (y formidable), el que no es cordobés ya está naturalizado, como el director Rosendo Ruiz, sanjuanino de origen. Cordobesas también, por supuesto, las locaciones, la picardía, la tonada, la moraleja. De Córdoba capital, para ser más precisos. Y hecha con señalable calidad en todos los órdenes, cabe subrayar. La historia que cuenta podría ocurrir en otras partes, y se entiende y comparte en cualquier lado (cambiando caravana por joda o parranda), pero solo allí tiene la entera gracia de combinar ciertos elementos con alegría y hacer que ciertos marginales nos caigan simpáticos. Marginales, no marginados, valga la aclaración. Brilla, en ese sentido, un flaco narigueta, rápido dealer filosófico y filoso autodenominado Maxtor, que con una sonrisa maneja sus negocios y el futuro de un tonto que cayó en sus manos, mejor dicho, primero cayó entre las piernas de una morochita y al otro día siguió cayendo sin nadie que lo abaraje pero con tres vivos que lo aprovechan: la morocha, el dealer y un gordo travesti, peluquera de barrio. Pero son gente buena: lo usarán un tiempo como intermediario de sus negocios y después dicen que lo dejarán libre. Si antes no lo revienta el ex de la morocha, un buscapleitos que todavía la anda celando. ¿Cómo zafa de esto un muchacho inteligente pero sin calle? Quizás, aprendiendo a tener calle, a entender la mentalidad de los otros, y el punto en común. El es fotógrafo con pretensiones de triunfar en una galería de arte. El dealer entiende de eso, a su manera él también es un artista. Y va a respetarlo, si le gana de algún modo. Los pícaros aprecian las buenas jugadas de un rival con estilo. Por ahí va el asunto. No tanto en la posible relación de un joven de Cerro Las Rosas con una atorrantita de General Bustos (algo así como San Isidro y cuatro cuadras antes de Fuerte Apache), sino en el aprendizaje de un pretendido artista de ámbitos cultos con uno que realmente sabe. Entre medio, y para ponerle más picante, pasan otras cosas. En Córdoba la anunciaron como «la película donde secuestran a la Mona Jiménez», y hay algo de eso. También hay un par de relatos muy educativos en boca de quienes menos se espera. Brillante, uno de ellos, un cuento sobre pulgas en un frasco. Y muy bien contado. Los cordobeses son grandes contadores de cuentos, y también grandes cuenteros.
Una joyita cordobesa Lúcido filme que cruza géneros y clases sociales. Una gratísima sorpresa -para el que no la haya visto en el 25° Festival de Mar del Plata- llega a la cartelera: De caravana . ¿Humor cordobés? Mucho más: aventura, intriga, amor, drama mitigado por la gracia y cruces sociales no forzados. Como si los personajes snob de Cohn-Duprat ( El artista ) se mezclaran con los marginales de Caetano ( Pizza, birra, faso ), sazonados por el antiheroísmo de los de Néstor Montalbano ( Soy tu aventura ). Un gran cóctel de diversión y antropología. Y todo articulado con fluidez y soltura, apelando a un humor que se apoya en la construcción de personajes y en una potente narrativa. Ni gags forzados ni chistes fáciles, esos amparos de los que justifican su mediocridad en el “cine de género”. De Caravana , tan disfrutable para el espectador común como para el cinéfilo más exigente, demuestra que, si hay talento, es posible hacer películas populares no populistas. La acción se dispara durante un recital de la Mona Jiménez: registro documental combinado con ficcional. Ahí, Juan Cruz (Francisco Colja), joven fotógrafo de clase media, moderno, con pretensiones intelectuales, retrata un mundo ajeno y pintoresco. Hasta que conoce a Sara (Yohana Pereyra), atractiva morocha cuartetera que arrastra una historia densa. Ella termina posando para él en una casa/estudio, hasta que Juan Cruz se da cuenta de que le robaron algo y le dice a un amigo por teléfono: “Seguro que fue uno de estos negros de mierda”. Luego, la trama nos arrolla a ritmo sostenido, sencillo y sin alardes -como la música de Jiménez-, con notables personajes, incluidos los secundarios, sin obligarnos a tomar posiciones morales ni sociales, pero sin ser ingenua. Muchas veces, el humor surge de un modo lateral; muchas otras, como sutil epílogo de un plano que parecía que iba a cortarse antes. Delicados remates, como el del final de este filme lúcido y reconfortante.
Una propuesta llena de ideas, ingenio, talento y grandes momentos ¿Una "superproducción" financiada de manera independiente y rodada íntegramente en Córdoba, con la Mona Jiménez cantando en vivo (y hasta actuando); con una trama que incluye secuestros, dealers , marginales, un fotógrafo de clase alta, una heroína popular y un encantador travesti de la mejor cepa almodovariana; con un trasfondo romántico y, al mismo tiempo, con un retrato sobre las fuertes diferencias de clases que transcurre en clubes nocturnos, cabarets, barrios castigados y bares de mala muerte? Todo eso (y bastante más) es lo que regala esta ópera prima de Rosendo Ruiz, una propuesta llena de ideas, de ingenio, de talento, de grandes momentos (también de otros no tan convincentes) y, especialmente, de genuinas aspiraciones masivas, algo que ya ha conseguido tras el estreno comercial en las salas de su provincia con más de 20.000 espectadores. Es cierto que hay pasajes que evidencian cierta torpeza, desniveles interpretativos en el elenco y situaciones algo forzadas que podrían haberse evitado, pero los problemas quedan minimizados frente a la intensidad, la tensión, la empatía, la energía, la alegría, la inocencia, la "vida" que se desprende a cada instante de esta comedia romántico-musical a puro cuarteto, a puro vértigo y a puro amor por el cine. Una verdadera sorpresa de ese diamante en bruto que es el Nuevo Cine Cordobés.
Presente y futuro Pedro Almodóvar, manchego, tiene más de treinta años de carrera cinematográfica y cerca de veinte largometrajes. Rosendo Ruiz, cordobés (de la provincia argentina y no de la andaluza) tiene una película del año pasado. Hoy es el estreno en Argentina de La piel que habito y también el estreno fuera de Córdoba –allí se reestrena– de De caravana. Las dos, vean las dos, incluso pueden armar un vivificante doble programa. Sí, claro, hay diferencias: la película de Almodóvar deja ver un evidente aplomo, un presente de gran seguridad. La piel que habito propone un viaje guiado por un experto en referencias múltiples (Franju-Hitchcock-la Hammer-Corman, por nombrar sólo cuatro), una actuación fuertemente depurada de Antonio Banderas, encuadres y colores fascinantes, violentos encastres temporales, irrupciones disparatadas, pasiones oscuras y una mezcla de géneros, de ambientes, de orígenes y raíces poco frecuente. Almodóvar, a estas alturas, con un equipo de gente experta (fotografía de Alcaine, montaje de Salcedo, música de Iglesias) y una seguridad cinéfila que deslumbra, combinada con una osadía que parece haber regresado a su obra en los últimos años, hace una de esas películas imperdibles incluso para quienes no gusten de ella. No intenten bajarla de ningún lado, no la vean en una sala que no tenga la calidad técnica adecuada: La piel que habito se estrena en grande, con decenas de copias, y merece verse de la mejor manera posible. La seducción que maneja Almodóvar necesita brillo, colores, gran tamaño, claridad en el sonido. También son parte de las películas las condiciones en las que las vemos, y en algunos casos en particular esas condiciones son de mucho peso. De caravana es una irrupción, una ópera prima. No, no toda ópera prima es una irrupción, algunas son meramente continuaciones inopinadas de lo ya transitado. De caravana irrumpe, como dicen que irrumpió Almodóvar los que lo vieron irrumpir a hace más de tres décadas. Sí, claro, De caravana es una película menos pulida que La piel que habito, menos depurada en la amalgama actoral, y a veces se resiente con detalles extemporáneos o no del todo resueltos (Almodóvar, a estas alturas, construye con tal solidez que hace aparecer a un brasileño vestido de tigre y todo sigue fluyendo e incluso reafirma su autoría con más fuerza). Pero no interesa tanto resaltar los detalles negativos de De caravana. Bueno, sí, al menos uno: ¿cómo sabe el protagonista dónde vive la chica al principio?, ¿me perdí algo? Pero para ajustar detalles hay tiempo, carrera por delante, y si uno revisara Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón seguramente encontraría muchos aireados chirridos y refrescantes desajustes. Vamos a lo que importa: De caravana es una película singular, que habla desde un lugar específico en el mundo, en la que los personajes viven y se desarrollan y no están petrificados para que el director se luzca en sus meras manipulaciones. El viaje, o mejor dicho los viajes iniciáticos del “cheto” Juan Cruz por el amplio mundo de la bailanta y los viceversas de la “bailantera” Sara son narrados con gracia, cariño y cercanía. De caravana está viva, en la amalgama del recital de la mona y la atracción entre los protagonistas, en mucha nobleza, en muchas sorpresas, en la mirada genuina, en frecuentes diálogos creíbles. El crítico chileno Héctor Soto escribió: “La debilidad que presenta una elevada proporción de los juicios cinematográficos en circulación radica no tanto en la falta de información o de rigor, sino en la falta de afecto y compromiso, lo cual es más grave. Aquel déficit puede cubrirse con datos o con una cierta disciplina intelectual; el déficit afectivo, por su parte, es una dolencia del alma más que de la percepción y casi nunca es redimible.” Podríamos aplicar lo escrito por Soto sobre la crítica a De caravana y diagnosticar que no se observan en ella dolencias del alma. Hay, entonces, futuro para el cine de Rosendo Ruiz.
Y si quiere puro corazón y -también- un manejo narrativo preciso y notable, De Caravana. La película cuenta cómo un fotógrafo cordobés más bien “concheto” se relaciona involuntariamente con tres lúmpenes que trafican droga. En el medio hay amor, celos y la Mona Jiménez. Lo que no hay es pintoresquismo, mirada condescendiente, denuncia social, dedos señalando. Hay una comedia policial y de aventuras por las calles de una ciudad que se transforma en un auténtico escenario cinematográfico, hay personajes inolvidables (el traficante Maxtor, la travesti Penélope) y hay un amor absoluto por el viejo arte de contar un lindo cuento. De paso, la película se encarga de hablar (cosa rara, la de Almodóvar también, pero de un modo forzado y académico) de las relaciones entre el cine y la vida. Por supuesto y como debe ser, toma partido por la vida. La excusa de planear un secuestro de la Mona pasa de un disparate a un gran resorte dramático, resuelto limpiamente. Sea feliz, tome un fernet y salga de caravana.
“De Caravana” finalmente aterriza en Buenos Aires. Estrenada en el Festival de Mar del Plata hace ya un año, esta película cordobesa tiene la particularidad de ser la punta del ariete del llamado “Nuevo Cine Cordobés”, avanzada que merecidamente se expande por nuestro país. Durante este mes hablaremos de otros dos exponentes que llegan a salas porteñas (“El invierno de los raros” e “Hipólito”) y que, vienen también a confirmar, que Córdoba posee gente talentosa a la que hay que prestar atención. Había escuchado comentarios auspiciosos sobre ella, pero por esas cosas del destino, caí en una función en el Gaumont, donde se presentaban ante invitados especiales. Me llamó la atención la sencillez del elenco, su director y productores, gente cálida y accesible, como también el pedido que hicieron: tenían mucha curiosidad por la reacción de este público en particular (quizás la fantasía es que su “regionalismo” le pueda jugar en contra) y necesitaban difusión para esta presentación en Buenos Aires (no se sentían locales, obviamente). Cuando terminó la función, (y toda la producción festejaba en el lobby con el clásico trago mediterráneo, fernet con coca), me resonó mucho esto de analizar cuanto le costó a “De Caravana”, llegar hasta aquí. Si bien ha pasado por festivales prestigiosos, este centralismo que ostenta nuestra ciudad ha obturado la llegada de muchos buenos productos del interior del país y el temor es que esto pueda pasar con esta cinta. No podemos apostar por el comportamiento de los espectadores de este recorte, pero sí estamos en condiciones de decirles que “De caravana” es, hasta ahora, la mejor película argentina del año, junto a “El estudiante”, de Santiago Mitre. Cuenta Rosendo Ruiz, su director, que él buscaba rodar una historia universal (fácilmente reconocible en su conflicto central), pero con sello local, de manera que su película pudiera ser asequible por un espectro amplio delpúblico, cosa que logró a la luz de los resultados, sobradamente. Ese sabor único, producto de una tierra tan rica en particularidades como la cordobesa, le da al film una estatura singular. Sabemos que el espíritu de esa provincia está relacionado con el festejo permanente, la pasión, el humor y la noche... De eso habla “De caravana”: Juan Cruz (Francisco Colja), un chico de clase alta, consigue entrar a un recital de la Mona Jiménez a sacar fotos para preparar una muestra. De más está decir que lo impresiona todo lo que ve. Ir a ver a Jiménez significa un ritual poderoso para las barriadas populares cordobesas y eso, aquellos que pertenecen a otro estrato social, lo sienten en la piel. Entre cerveza y fernet (ya saben, Córdoba es el lugar del mundo donde más se bebe este producto), conocerá a la bella Sara (Yohana Pereyra). Esta chica está en un momento complicado de su vida, acaba de separarse de su novio de toda la vida, Maxtor (Rodrigo Sabina) terrible delicuente, y vive con un transformista/travesti, protegidos por un sujeto también peligroso, que se hace llamar el Laucha (Gustavo Almada). Este último, dealer de la noche cordobesa, ve la posibilidad de extorsionar a Juan Cruz y usar sus contactos para ampliar su red de distribución. Aprovechándose de la fascinación que Sara ejerce sobre él, logra que el concheto de Las Rosas (el barrio caro en el que vive), haga un trabajo fino a su servicio, noche a noche, llevando y trayendo paquetes en la noche cordobesa. “De caravana”, es, en esencia, una comedia. No de aquellas que estallan en carcajadas constantes, pero sí de las que propone el humor desde lo disparatado y absurdo de algunas situaciones. Los protagonistas lucen relajados y se entregan a la historia inmersos en el microcosmos creado por Ruiz, donde todo es energía, pasión, alcohol, violencia y música bien fuerte (así pega más). No tiene el título en vano, el recorrido por el corazón de la popular noche en la ciudad mediterránea es pintoresco y atractivo, marco ideal para la historia del amor entre dos personas de distintos mundos, eje principal del film. Desde lo técnico, es una película solvente a todas luces. Ruiz (responsable también en equipo del guión) alinea los astros de manera segura y no da respiro al espectador. Funde ironía, reflexión sobre lo social (la escena donde el Laucha y Sara comen un choripán y él le explica la alegoría del frasco y la pulga es antológica) y ritmo frenético. Pero quizás lo más rico, es esta visión que el director tiene de alterar la física de los campos enfrentados (estar “dentro” y “fuera” de un marco social determinado) es la carta ganadora del film. A todos nos llega, es fácilmente perceptible y tremendamente empática. Pocas veces disfruté tanto en una sala como viendo “De caravana”. No es quizás, cine “arte” de acuerdo a los cánones que dictan las frías convenciones, pero es una enorme película. Una de esas, que abren caminos, en todo sentido. Ideal para disfrutar con un enorme vaso de fernet en la mano (llévenlo escondido al cine, se van a sentir como en casa).
En mis últimos días en Mar del Plata escuché a alguien quejándose de que varias películas programadas en el festival, entre ellas De caravana, centraran sus historias en conflictos de clase. No vi las otras películas acusadas de esto, pero luego de ver la autodenominada “película cordobesa” creo que esa mirada peca de obtusa. La “cuestión de clase” está, claro: la historia lleva a un fotógrafo “re cheto” a relacionarse con una chica de la villa, y a partir de esa relación, a internarse en su mundo y en los vericuetos de cierta delincuencia menor, pero de ninguna manera es el centro de la película. O mejor dicho, lo es en el principio, la parte más floja de De caravana. Juan Cruz, decíamos, va por primera vez a un baile de la Mona Jiménez a sacar unas fotos para un trabajo; allí conoce a Sara, una morocha impactante que tiene asuntos turbios con un delincuente simpático (Maxtor), asuntos amorosos con un delincuente antipático (El Laucha) y asuntos amistosos con una travesti que más adelante se roba la película (Penélope). La primera parte se esfuerza tanto por mostrar la diferencia social entre ellos que cae en el estereotipo. El departamento de Juan Cruz es un compendio de clichés: decoración minimalista en rojo y blanco, una Mac en el escritorio, una pulcritud inhabitable o inhabitada. A su vez, la representación del mundo de Sara se nos hace más verosímil, pero también más ajena: tanta cordobesidad al palo nos deja afuera a varios. A medida que “el fotografito” (así lo llama Maxtor) se va fascinando con Sara y su forma de vida, la película logra, mediante una trama policial, por medio de un timing increíble para la comedia y varios gags que rompen el estereotipo (Penélope y Maxtor discutiendo sobre arte y esnobismo, impecable), hacernos olvidar el mentado conflicto y contagiarnos la fascinación por sus personajes, por el acento cordobés, por Córdoba, por la Mona. También leí por ahí que Juan Cruz “se enamora” de Sara; no digo que no, pero hay que decir que primero se calienta con ella. Y hago la salvedad porque me parece fundamental para explicar por qué este chico con un modo de vida y un grupo de pertenencia completamente distintos a los de Sara y sus amigos, de la noche a la mañana acepta convertirse en dealer, se involucra en quilombos ajenos y se banca unas cuantas golpizas. La fascinación antes mencionada empieza por lo físico, y acá es donde la película nos convence; hace mucho que no veía una calentura tan real, una química tan bien actuada. A partir de ahí todo es delirio, y nosotros deliramos con ellos; con las teorías filosóficas de Maxtor, con el cuarteto, con el humor a contrapelo de Penélope, con el despecho graciosísimo del Laucha (más preocupado por el tatuaje gigante con el nombre SARA en su brazo que por la pérdida real de su dama). Para cuando la intriga policial se resuelve, preguntarse por la pertinencia del supuesto conflicto social termina siendo tan absurdo como buscar respuesta al grito de guerra de la Mona: “¿Quieeeeén se ha tomado todo el vino?”
Esta historia viene de la mano del Director, Productor y Guionista Rosendo Ruiz (44), se presentó como pre-estreno en los Festivales de Mar del Plata y Pinamar, la producción ejecutiva a cargo de Inés Moyano y obtuvo una muy buena convocatoria ya la vieron más de 10 mil personas en Córdoba y ganó el Premio del Público en el último Festival de Mar del Plata. Todo comienza cuando Juan Cruz (Francisco Colja), un fotógrafo de clase alta de Córdoba, más acostumbrado a las fiestas electrónicas, vive en un mundo de lujos, sus amigos viven en lujosas casas de countries; este trabaja para una agencia de publicidad y le encargan un trabajo, tomarle fotos a la “Mona” Jiménez para ser usadas en la gráfica de su nuevo disco. Este joven ingresa en un mundo desconocido para él y descubrirá otro mundo, allí conoce a una joven atractiva Sara (Johana Pereyra), ellos van a su casa y estudio, allí le saca varias fotos muy sensuales, pero todo ese momento se ve empañado cuando recibe un llamado telefónico y a partir de ahí descubre que le robaron y le dice a su amigo por teléfono: “Seguro que fue uno de estos negros de mierda”, es cuando Sara decide irse. Ahora Juan Cruz asume todos los riesgos para recuperar su cámara, sin dar parte a la policía; se mete en la casa de la travesti Penélope (Martin Rena), de ahora en más se involucra en un mundo desconocido y delictivo, junto con Maxtor (Rodrigo Savina) y Sara; los cuatro son un cuarteto delirante y todo esto se suma el personajes muy bien logrado de Laucha (Gustavo Almada) la ex pareja de Sara, quien lucha constantemente para recuperarla. Es un film dinámico, una buena construcción de los personajes y su narración, existen varias escenas buenas pero hay una que se luce Saviana bailando merengue (graciosa), disfrutable para todos los espectadores, con ese humor cordobés (muchos conocimos el mismo por ejemplo a través de El Negro Álvarez), tiene aventura, intriga, amor, drama, cruces sociales, toca la discriminación y técnicamente lograda (planos, cámara fina, entre otras).
Publicada en la edición impresa de la revista.
La vitalidad de un cuento cordobés Una comedia romántica atravesada por los tópicos del thriller que, por sobre esas características genéricas, se alza como un estudio costumbrista salpicado de apuntes sociológicos. Un viaje al fondo de la noche como en Después de hora (Martin Scorsese) –o Felicidades (Lucho Bender)– pero con cierta marginalidad barrial a flor de piel, personajes que parecen salidos de Pizza, birra, faso (Caetano/Stagnaro), ataques de furia machista como en Rey muerto (Lucrecia Martel), algunos diálogos tarantinescos y encontronazos indicadores de diferencias socio-culturales que traen a la memoria a El hombre de al lado (Cohn/Duprat). Todo esto es De caravana, que, aún con esas y otras influencias a la vista, se muestra simple, espontánea, disfrutable, nunca impostada. Su espíritu jovial y su narrativa clásica, buscando ganarse al espectador, van acompañadas de una gran capacidad de observación de la realidad cotidiana de la zona: dirigida por el sanjuanino Rosendo Ruiz (1967) en Córdoba, la película escudriña liviana pero afectuosamente en el interior profundo de esta provincia. No en un sentido estrictamente geográfico, sino porque logra que, entre los enredos de su trama, afloren la vitalidad de los cuentos, la música de los cuartetos, la simpatía y la apertura para el afecto, tanto como cierta vulgaridad, algunas formas de violencia y barreras sociales que anidan desde hace mucho en algunos sectores de nuestro país (de las que recientemente dio cuenta otra producción cordobesa, la excelente Criada, de Matías Herrera). Esto último queda demostrado sin altisonancias, con expresiones como la de Sara (Yohana Pereyra) al oír que el joven que le interesa nunca hubiera asistido al recital de La Mona Jiménez sin requerimientos profesionales de por medio. No sería oportuno pormenorizar el argumento del film, ya que gran parte de su atractivo proviene, precisamente, de la manera en que sorprende a cada momento: nunca se sabe bien quién de los personajes puede tomar las riendas para salirse con la suya. Sin dudas, lo mejor de De caravana es su guión, desarrollado con precisión, consiguiendo que el interés del espectador crezca sostenido más allá de algunas simplezas (las referencias a la “normalidad”, la metáfora del frasco, una relación sentimental que prospera sin demasiada justificación). Haciendo creíble esa sucesión de incidentes, se luce un conjunto de desconocidos actores, del que sobresale, comunicativo, Rodrigo Savina (Adrián-Maxtor, un sinvergüenza que termina congraciándose con el protagonista), aunque también es muy graciosa la Penélope de Martín Rena y verosímil el temible Laucha de Gustavo Almada. La manera en que éste le hace ver a su contrincante la imposibilidad de que la relación con Sara fructifique, más que una ocurrencia, parece el furibundo llamado al sentido común de alguien que sufre por su condición social. Por otra parte, los actores –casi todos muy jóvenes, ya que casi no hay padres ni abuelos en la historia– no parecen salidos de un aviso publicitario sino de la vuelta de la esquina. Sin el lustre formal de, por ejemplo, El descanso (2001, Rosell/Moreno/Tambornino, por nombrar otra película argentina con aires de comedia rodada en la provincia de Córdoba), De caravana ha sido dirigida tomando decisiones sensatas, funcionales. Lo confirman declaraciones de Ruiz en el último número de la revista Haciendo Cine, cuando comenta que el director de fotografía le pedía planos más breves para darle ritmo a la película “pero yo esperaba que el ritmo no lo imprimieran los planos o el montaje, sino la historia”.
Cine popular y cordobés La ola de estrenos cordobeses llega a su fin con la que acaso sea la película más emblemática de todas: De Caravana, estrenada el lunes en la Ciudad de las Artes (y a partir del jueves en los Cine Rex y los Complejos Dinosariuo), es la que asume con más énfasis el desafío de mostrar, pensar y explorar la identidad cordobesa, tanto desde sus íconos culturales como también desde sus calles, sus lenguas, sus códigos internos, sus cuerpos y signos identitarios. Es todo un logro, casi se diría un prodigio viniendo de un director debutante, que Rosendo Ruiz lo haya logrado sin soluciones fáciles, sin caer en estereotipos racistas, la demagogia publicitaria o en tentaciones televisivas: De Caravana no es un filme populista, que intente explotar nuestro imaginario cultural y sus figuras mediáticas, sino todo lo contrario, una película legítimamente popular que explora e indaga algunos de los mitos que nos constituyen, desde el formato de un filme de género (o de varios géneros, pues abarca tanto la comedia romántica como el thriller). La celebración es doble porque De Caravana confirma que el cine cordobés no sólo está en marcha, sino que además goza de muy buena salud. Los tres estrenos presentados hasta ahora, a los que en la segunda mitad del año se les sumará la excepcional Yatasto, demuestran que existe un futuro para nuestro cine, un horizonte impensado hace apenas unos años. Y De Caravana indica además que nuestras películas pueden ser populares sin volverse chabacanas, porque lo esencial radica justamente en cómo se filma aquello que se pretende mostrar: Ruiz lo hace desde el respeto y la igualdad, nunca desde la idolatría, la superioridad o la falsa (terrible) conmiseración. Se trata además de una decisión (tanto estética como política) central para la película, pues De Caravana es esencialmente una comedia (libertaria) sobre la interacción de clases, un tema universal en la literatura y el cine adaptadopor Ruiz a nuestra cotidianeidad existencial. Juan Cruz (Francisco Colja) es un joven fotógrafo de clase media alta que por una cuestión laboral debe ir a sacar fotos a un baile de la “Mona” Jiménez: allí no solamente descubrirá un nuevo mundo, sino que también conocerá a Sara (Yohana Pereyra), una bella joven habitué de los bailes del cuartetero. Su fascinación inicial se transmutará en pavor cuando, al otro día, se vea envuelto en una trama impensada a partir de la aparición de un mafioso apodado Mastor (Rodrigo Savina, excelente) junto a la travesti Penélope (Martín Rena, superlativo), que lo obligarán a entrar en el bajo mundo cordobés, donde se convertirá en una especie de mensajero y transportista a su servicio. Pero lo peor ocurrirá cuando el Laucha (Gustavo Almada, otro punto alto del reparto), ex novio de Sara, se entere de la aventura de la joven con Juan Cruz, y empiece a buscar venganza. Desmitificadora y socialmente transgresora, De Caravana trabaja desde los arquetipos sociales pero nunca llega al estereotipo: su virtud está en la habilidad para explorar a los personajes, para profundizar en sus subjetividades, sus motivaciones y sus condiciones existenciales a medida que avanza el metraje. Acaso ayude no sólo el excelente desempeño de sus actores (la piedra fundamental sobre la que se asienta toda la película), sino también la capacidad de síntesis de Ruiz, que le otorga al filme un ritmo endiablado (y que demuestra un manejo importante de los detalles expresivos del arte dramático). Así, tras un comienzo arrollador en un baile de la Mona (filmado de manera notable, en vivo), el filme avanzará a un ritmo acelerado sin detener nunca su marcha, pese a que la apuesta formal del director sea el plano secuencia y el plano fijo con encuadres amplios, que buscan aprovechar en toda su amplitud el espacio de la pantalla (sobre todo la profundidad de campo). Hay, claro, toda una filosofía detrás de este planteamiento estético, que intenta darle a la ciudad un protagonismo excluyente, pero sin componer postales for export: De Caravana atrapa en su trama y sus adyacencias gran parte de los desvelos de nuestra sociedad, de sus contradicciones, sueños, miserias y virtudes. Todo, con el humor siempre como centro luminoso de la película, un humor que no sólo busca reflejar la idiosincrasia cordobesa sino que tiene una clara función dramática y abarca además a otros referentes cinematográficos (sobre todo Almodóvar), aunque sin volverse nunca una parodia kitsch. Será porque Ruiz tiene también un gran manejo de los géneros, que le permite moverse con soltura tanto en la comedia como el drama o el suspenso, aunque sin perder nunca un gramo de personalidad.
El camino del country a la bailanta La oportunidad que permite sala Arteón es bienvenida, ya que la suerte comercial de De caravana en la cartelera rosarina, sucedida poco tiempo atrás, hubo de ser malévola, con sólo una semana permitida. De caravana no sólo es una película argentina, sino también cordobesa. Por eso, y por tanto más, vale el gesto (acostumbrado, por cierto) de Arteón. Más o menos bastante hubo de hablarse de esta película, a partir del suceso que suscitara la participación de la "Mona" Jiménez como su ángel de la guarda. Porque es él el lugar desde donde el film se cifra, como punto nodal entre dos mundos que colisionan o conviven dentro de un mismo "frasco" (tal el rótulo favorito de Maxtor, el dealer que interpreta Rodrigo Savina). El protagonista eje, encargado de llevar al espectador a los colores del cuarteto en pleno recital real de la Mona, es Juan Cruz (Francisco Colja), un fotógrafo de revista con sueños de prestigio y aura de clase más que media. Dada la circunstancia y a partir de fotos que alternan entre músicos y asistentes, se entreteje una historia de confusiones que será trama de intriga así como romántica. Víctima de celos posesivos, Sara (Yohana Pereyra) oscilará entre los sentimientos que descubre en Juan Cruz ?-así como él en ella-?, y los delirios del Laucha (Gustavo Almada), quien además de procurar trompadas con tal de volver a estar con ella, pergeña el delirio de secuestrar a la mismísima Mona. Si esto es eco de una película de Scorsese ello es así porque en De caravana los géneros se dan la mano entre sí, pero a través de los acentos de tonada cordobesa (pasibles, por otra parte, de ser afinadamente diferentes, conforme a la procedencia social de los personajes). Hay bastante de caricatura, y ello hace que el film no termine por decidirse por una comedia de enredos o por un policial urbano. Se detiene en un término medio. En este sentido, la uruguaya Reus (2011) supo sacar más partido con una historia verosímilmente hardboiled y barrial. Igualmente, el film se ve con gusto. También, porque De caravana da cuenta de ser una película que procede desde un ámbito tan "lejano" como Córdoba, donde también se filma y se estrena un título como éste con tanto o más éxito que varias de las películas de críticas o referencias "obligadas". Hay un momento justo, que remite a la primera "misión" que Juan Cruz habrá de cumplir para procurar la devolución de su cámara de fotos. Es cuando tiene que interactuar con la voz del televidente de fútbol de las tres de la tarde, cuando tiene que huir de la policía por la gorrita que el chorro verdadero le pone en la cabeza. Allí comienza un desdoblamiento que es, justamente, el espíritu de la película.
Risas al filo de la navaja Agradable sorpresa la que depara esta ópera prima de Rosendo Ruiz, proveniente de la docta ciudad de Córdoba, aunque no sean sus conocidas catedrales ni otros íconos promocionados por el turismo comercial lo que muestra, sino el entorno marginal de boliches cuarteteros, clubes barriales y calles salvajes donde pululan todo tipo de personajes que bien podrían encabezar el ranking de una genuina picaresca nacional actualizada. La película está situada en esa línea donde se reconoce un cine popular sin caer en lo populista, vulgar o chabacano (aunque maneje elementos que sí lo son) y desde ese lugar, logra una aureola de empatía con personajes y ambientes transgresores del canon social convencional. El argumento transita desde la comedia romántico-musical hasta el thriller, un pastiche de espíritu almodovariano pero con sello propio: Juan Cruz, un joven fotógrafo intelectual, acude a cubrir un recital extramuros de la Mona Jiménez. Allí descubre a Sara, que pertenece a ese mundo ajeno. Y se ve envuelto en una serie de hechos delictivos que comienzan con la desaparición de su celular y luego de su cámara, cuya recuperación lo llevará a transformarse en rehén y delincuente transitorio en ese submundo desconocido y peligroso. De allí en más, irrumpen personajes del clan vinculado a la chica: un travesti, un dealer y un ex novio despechado que lidera una pandilla. Y como en los teleteatros (pero mejor), tenemos ante todo una historia de amor con desigualdad de clases, aunque a diferencia de éstos la película evita filmar “televisivamente” y por eso abunda en planos secuencia y mucha cámara en mano, donde se combina sabiamente un registro cinematográfico documental con otro ficcional. Un cóctel sociológico Aun con desajustes, “De Caravana” se impone por sus interesantes aciertos, explorando un territorio usualmente relegado por el nuevo cine argentino: el retrato del interior más urbano y callejero y además nos entrega personajes simpatiquísimos, como la conciliadora Penélope (Martín Rena) o Maxtor, interpretado por Rodrigo Savina, que lidera un entorno mafioso a su medida, sin privarse por ello de filosofar o bailar merengue, en forma literalmente deslumbrante. “De Caravana” encuentra su punto más fuerte en esa construcción de personajes y en su potente narrativa que no necesita de gags forzados ni chistes fáciles, algo que no pudo lograr -por ejemplo- Diego Rafecas, cuando en su fallida “Cruzadas” intentó mostrar recientemente el submundo bailantero en Baires y solamente consiguió una sarta de vulgaridades. Sin abandonar el tono humorístico de la comedia, entre puñetazos, bailes cuarteteros, persecuciones automovilísticas e incluso un secuestro resuelto inesperadamente, la cámara recorre la variada arquitectura cordobesa donde también se expresa la diferencia de clases y la pareja regresa del boliche bailable en un carrito tirado por un caballo que conduce un cartonero. Lo que sí no se llega a sentir a fondo es la conflictividad de la cuestión social en que transcurre la historia, resultando asombroso que un retrato sobre la marginalidad latente en barrios y bares de mala muerte pueda fluir con ironía y frescura, sin lastimar, con un trasfondo romántico -incluso tierno y pudoroso- donde la cámara no muestra las patadas (que solamente oímos amplificadas) y luego no mucho más que una aureola en torno a un ojo como cicatriz. La realizadora sesentista checa Vera Chytilová hablaba de las cosas que argumentalmente podrían ser cómicas si no fueran horribles; aquí, lo horrible queda relegado por aspectos siniestramente seductores, con una mirada risueña sobre lo trágico donde como en la “Fiesta” de Serrat “el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”, mientras el espectador se contagia y la música de la Mona resuena aun cuando ya terminó la historia y siguen los créditos.
Un cuento cordobés Son pocas las películas que se arriesgan a enfocarse en un ambiente tan desconocido y tan específico, como la vida secreta de una cuidad, de un barrio, su propio idioma, su música, sus costumbres, sus realidades sociales. Sin embargo con la película “De Caravana” (2010), Rosendo Ruíz logra explotar a la perfección la identidad Cordobesa y su contexto socio-cultural local para implantar el tema universal de las discriminaciones sociales. De hecho el cineasta sanjuanino, se ha vuelto, con ese primer largometraje, uno de los mayores éxitos del cine cordobés. El film encaja muy bien con el prototipo de las películas “hechas en casa”, donde los personajes alcanzan tanta naturalidad que hasta parecen familiares. El realizador establece un relato generoso y alegre, un encuentro entre dos personajes opuestos, que da lugar a una historia de amor, caracterizada por una admiración mutual, que sobrepasa las fronteras sociales. Juan Cruz (Francisco Colja), joven fotógrafo de clase media alta, conoce a Sara (Yohana Pereyra) en un boliche de Córdoba, donde registra material para la futura promoción fotográfica del cantante La “Mona” Jiménez. Durante la noche, Juan Cruz, un verdadero “sapo de otro pozo” en ese baile, se deja seducir por la hermosa chica, tan diferente, casi exótica. Después de unos instantes se da cuenta que Sara huyó con su cámara, y consciente del riesgo que está por tomar, Juan Cruz decide no llamar a la policía e ir a buscarla él mismo. Pronto, el fotógrafo se ve atrapado, en una aventura, que mezcla tráfico de droga, fiestas, peleas, persecuciones automovilísticas y hasta un secuestro fallido. De Caravana Afiche De Caravana: Un cuento cordobés cine La película lleva un ritmo infernal mantenido por todos sus protagonistas, con rasgos únicos: Maxtor (Rodrigo Savina), el siniestro amigo de Sara para quien, Juan Cruz tendrá que trabajar entregando mercadería, Penélope (Martin Rena), un travesti que luce con su excelente humor, -seguramente el mejor personaje de la película-, el autoritario y posesivo ex novio de Sara (Gustavo Almada), y su grupo de amigos “pesados”. Los personajes se cruzan, se mezclan, se pelean, se amigan, se aman, e aportan a la obra una increíble sed de vivir. Destaca el cariño que el cineasta tiene por todos los actores, y ellos responden a la perfección, entregando una actuación de las más sutiles y naturales. “De Caravana” es una carta de amor cinematográfica a Córdoba. El film de Rosendo Ruíz constituye un cuento local, del principio hasta el final, que captura las particularidades únicas de la ciudad: colores, sonidos, cuerpos, música, arquitectura. Sin embargo el entretenimiento que produce basta para dibujar una sonrisa en las caras de un público más amplio que el público cordobés o argentino. Premio del Publico en el Festival de Cine de Mar Del Plata. Seleccionada para la Competencia de Largometrajes de Ficción Internacional en el Festival Internacional de Cine Antofagasta 2011. Una de las cinco candidatas a ser premiadas como Mejor Película Argentina 2011 por la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) de Argentina.