De dioses y de hombres recupera el sentido de la religiosidad no solo para ponerlo en debate en términos históricos, sino para poner en escena aquel universo ético y estético como forma de práctica humana.
Durante los años ’90 se desarrolló en Argelia una violenta guerra civil por la cual murieron cerca de 200.000 personas. La misma se desató cuando el gobierno Argelino suspendió las elecciones que había ganado el FIS (Frente islámico de salvación) e impidió a este partido asumir el gobierno, en una clara ruptura del orden democrático. Las grandes potencias europeas, especialmente Francia, sostuvieron este orden ilegal y represivo.
En el monasterio de Atlas, en la región montañosa de ese país, donde se asentó la guerrilla islámica originada luego de la suspensión de esos comicios y en rebeldía con el gobierno dictatorial, llevaban adelante su tarea monástica ocho religiosos franceses quienes, en la medida que la violencia se generalizaba y amenazaba a los extranjeros residentes, comenzaron a comprender el riesgo real que corrían sus vidas.
En ese monasterio realizaban tareas de asistencia médica y social a favor de la población de la región. Su relación con los pobladores era armoniosa y fueron considerados fundamentales para el sostenimiento de los habitantes de las cercanías. Mientras la presencia de las milicias irregulares creció en la zona tanto como los retenes y la represión del ejército nacional, un atentando sangriento sobre trabajadores croatas abrió la puerta a la discusión sobre la conveniencia de que los religiosos permanezcan en el lugar o que se retirasen, protegiendo de ese modo sus vidas. Las opiniones en tal sentido fueron contradictorias tanto entre ellos como entre las personas ajenas al monasterio, ya sean funcionarios oficiales o líderes regionales.
La película recupera el sentido de la religiosidad no solo para ponerlo en debate en términos históricos (como proceder en un determinado lugar en ese exacto momento), sino fundamentalmente para poner en escena aquel universo ético y estético como forma de práctica humana. He aquí lo más interesante de esta minuciosa realización de Xavier Beauvois.
El realizador trabaja con detalle la construcción de los personajes y el desarrollo plástico de este universo. En este sentido es menester destacar las múltiples referencias pictóricas que la película utiliza para dar cuenta del sentido profundo de ese sentimiento religioso. Es a partir de una elaborada construcción visual y rítmica que el director completa ese desarrollo. Porque más allá de los contenidos explícitos en las conversaciones y los debates, la reiteración de los cuadros rituales a lo largo de la película organizan el sentido religioso por continuidad y oposición, operando tanto desde la organización plástica al interior del cuadro, como en la dialéctica que se produce por la sucesión de los mismos. Es a partir de esta organización de la totalidad – y como en pocos casos la idea de totalidad es aquí central pues remite nuevamente al orden de lo religioso – que aquello tematizado aquí, la fe, el martirio, la piedad, la finitud, el miedo a la muerte, el deseo y el servicio, logra ser expresado justamente a partir del pensamiento dialéctico.
La falta de referencias históricas, al tiempo que coadyuva a profundizar este enfoque temático, deja abierta la puerta a una nueva estigmatización de los movimientos islámicos. Dadas las fuertes referencias asociadas en la sociedad occidental del presente a cualquier guerrilla musulmana, vinculándolos con los atentados terroristas y otras confusas actuaciones violentas, sería interesante que el espectador conociera el papel de Francia en el sostenimiento del gobierno ilegal Argelino de ese momento, y la violenta represión que este llevó a cabo sobre el movimiento popular que legítimamente había ganado las elecciones. En este sentido, alguna indicación sencilla hubiera sido útil para evitar malas interpretaciones.
La noción de trascendencia permanente, auspiciada por la reiteración ritual en la misma estructura narrativa, está sostenida por las actuaciones impecables de cada uno de los actores que interpretan a los ocho monjes. Sin embargo vale destacar a Michael Lonsdale, Luc el fraile médico que deja por allí una apertura al pensamiento racional científico vinculado a la idea de libertad que introduce más profundidad en al tematización religiosa, Lambert Wilson en el secretamente contradictorio hermano Christian y Jacques Herlin, que compone un bello Amedeé que remite indudablemente al más religioso Caravaggio.
De dioses y de hombres aun siendo una película compleja nunca abandona su vocación por interesar al espectador ni su deseo de inquietar. Es por ello que la tensión está siempre presente. Y eso es un valor adicional para esta película que en ningún momento aburre ni simplifica.