Plegarias atendidas
Ganadora del Gran Premio del Jurado en el último festival de Cannes, De dioses y hombres reconstruye la historia real de ocho monjes franceses instalados en Argelia y secuestrados en pleno conflicto islámico.
Casi setenta años después de Los ángeles del pecado de Robert Bresson, el cine francés se calza la toga y se pone a rezar con total sacralidad. En 2009 fue Bruno Dumont quien tomó los hábitos con Entre la fe y la pasión, aventura solemne de una novicia católica que termina abrazando el islamismo con una obsesión casi pueril. Profundizando esas vías pero sin la pedantería y ampulosidad del director de Flandres, Xavier Beauvois filma en De dioses y hombres una elegía moral y profundamente emotiva sobre un hecho real ocurrido en 1996 conocido como el caso del monasterio de Tibhirine, donde un grupo de monjes trapenses comprometieron su vida por no abandonar la pequeña comunidad magrebí a la que habían ido a instalarse. Los monjes -radicados allí por causas más asistencialistas que evangelizantes- deciden abandonarse a Cristo, en su amor, hasta las últimas consecuencias como su basamento ideológico fundamental. Sin embargo, nada adquiere el tinte de una exaltación espontánea de la fe por los miembros del convento, sino que cada acción es producto de una racionalización extrema, de una negociación asamblearia.
Habría que destacar el gran trabajo de Xavier Beauvois para elaborar numerosas escenas de liturgia cristiana como hechos marcadamente coreográficos. El film entero está poblado de rezos y cánticos en los que la cámara reposa en su sobriedad más absorbente. Hay un tramo en De dioses y hombres que -en este sentido- se vuelve esencial por su capacidad de concentrarse en esos momentos íntimos que dejan de relieve la mirada antropológico-humanista de su director. Los monjes esperan su trágico final (que el grupo islámico llegue de un momento a otro) con demasiada dignidad, bebiendo vino y sentándose en la mesa imitando el cuadro de la Última cena mientras suena El lago de los cisnes a todo volumen. Es una secuencia puntuada por primeros planos donde el gesto de cada rostro se traduce en espera beata e incluso feliz. El desenlace que se desprende de esta escena es dejar el juicio en suspenso, no señalar culpas ni culpables ante la urgente fatalidad.
Pero no habría que confundir el humanismo antes nombrado con el sinsabor de un estoicismo, de un martirio sin consistencia. La postura humanista de Beauvois tiene que ver con describir todo a un mismo nivel, con cierta mirada aséptica pero que no carece de afectividad: los curas no son fanáticos religiosos sino ocho tipos que creen hacer el bien en un país extraño; los islamistas no son barbudos salvajes que ponen bombas sino grupos ideologizados con su interpretación particular (violenta) del islam. Como si la cámara traspasara la cáscara de espectacularidad que hay en este hecho real y develara lo que se encuentra dentro.