Los problemas de la fe
La fe religiosa, aquella virtud por la que “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5), ha sido curiosamente el tema de las mejores películas estrenadas el fin de semana, justo cuando los argentinos protagonizaron también, a su modo, otro acto indubitable de fe (aunque en este caso colectivo y político). De dioses y de hombres, la magnífica obra de Xavier Beauvois, se introduce como pocas películas en los misterios de la creencia divina y aborda con suprema honestidad (y respeto) las formas de la vida monástica. A partir de una tragedia real ocurrida en Argelia en 1996 (en la que un grupo de monjes misioneros franceses fueron secuestrados por fundamentalistas islámicos), Beauvois recrea con lucidez y precisión la vida cotidiana de estos curas trapenses entregados a la contemplación divina, la vida humilde y la ayuda al prójimo, componiendo un filme que sobre todo analiza la condición íntima del ser religioso. Estrenado en el Cine del Teatro Córdoba, que este año volvió a constituirse en un faro imprescindible para la cinefilia cordobesa, el filme estará fuera de cartelera cuando esta nota llegue al lector, por lo que más vale recomendársela para que la busque en el circuito alternativo (o en los videoclubes de culto) y concentrarse en la otra película en cuestión.
Que se trata nada menos que de Habemus Papam, también conocida como El psicoanalista del Papa, último opus de Nanni Moretti, uno de los pocos directores italianos contemporáneos que pueden ser considerados como un autor, con una obra absolutamente personal en continuo movimiento, algunos dirían en continua evolución. Esta vez, el otrora joven irredento de Moretti se introduce en la intimidad del Vaticano, institución suprema del catolicismo, cargada de mitos y significados contradictorios, y por eso mismo tan atractiva para un director como el italiano. Contra lo que pueden suponer sus seguidores, sin embargo, Moretti no compondrá una embestida mortal contra tan añeja institución, sino que hará algo tal vez más inteligente y sutil: una pequeña sátira libertaria sobre los mitos que sostienen la base política y filosófica de tamaña institución.
Las imágenes que abren la película son reales e iconográficas. Una multitud se ha congregado en la explanada del Vaticano, pues ha muerto un Papa y es tiempo de una nueva unción. El pueblo espera ansioso conocer a su nuevo guía espiritual, que se supone es designado indirectamente por Dios a partir del voto de los cardenales de todo el mundo. Inmediatamente, Moretti se introducirá en el cónclave cardenalicio, donde los postulantes repetirán internamente un curioso ruego: “por favor, no me elijas a mí, que yo no resulte elegido”. Lo cierto es que, tras varias ideas y vueltas, el milagro se producirá y será electo uno de los candidatos menos pensados, el humilde e introspectivo Melville (un Michel Piccoli en estado de gracia), que por supuesto resultará abrumado por la noticia. Tanto, que cuando tenga que salir al famoso balcón de la piazza San Pedro sufrirá un ataque de pánico, una crisis que le impedirá enfrentar ése escenario y lo hará dudar sobre aceptar el mandato. Estupefactos, los cardenales apelarán a un psicólogo: el propio Moretti entrará en acción aunque las condiciones que le imponen los religiosos (no puede preguntar sobre su infancia, su madre, sus traumas o siquiera sus deseos) obstaculizarán su labor. Lo cierto es que Melville logrará escaparse de incógnito del Vaticano, donde el psicólogo quedará recluido con los cardenales departiendo sobre las contradicciones entre ciencia y religión, jugando a las cartas o incluso encarando un paródico campeonato de vóley. Mientras, Melville empezará a redescubrirse a sí mismo en las calles de Roma, donde retomará un viejo amor olvidado por el teatro.
Sátira amable y sutilmente política, Habemus Papam no enfoca sus dardos en la institución vaticana en sí sino en las creencias que la sostienen: su protagonista no desafía un mandato burocrático sino divino, y en la de-sición de privilegiar su voluntad (y en el redescubrimiento de su deseo) está la gran transgresión de la película. El resto, es puro juego de Moretti: el humor es siempre la forma de relación con sus personajes y tramas, aunque ahora lo haga más desde la parodia amable, lúdica e incluso cándida (ver el retrato de los cardenales) que de la crítica ácida y directa. Pero vale no engañarse: la secuencia final revelará el verdadero golpe escondido en la película, y su carácter eminentemente libertario y desmitificador.