Un violento sacudón a la rutina
Pablo Pinto es Juan, un tipo de unos treinta años, tan grande y musculoso como parco de palabras. Trabaja en un taller textil, pero como apenas le alcanza para pagar el alquiler de una modesta casa donde vive con su mujer y su pequeña hija, acepta hacer horas extra y también trabajar de patovica en lugares de diversión nocturnos. A pesar de su físico gigante, es (o parece) muy tímido y lo hacen objeto permanente tanto de chistes hostiles como de maltrato verbal a los que nunca responde. No es un galán ni un héroe, sino un personaje hermético en el que sin embargo se intuye un fondo de delicada sensibilidad.
En ningún lugar parece sentirse cómodo, salvo cuando se entrena en el gimnasio o cuando regresa a su casa con alguna golosina para su hija, la que siempre compra en el mismo quiosco atendido por una joven de quien no sabe nada pero con la que tiene un tácito código de cordialidad, que sobresale en medio de la hostilidad generalizada de los lugares por donde se mueve su rutina de martes a martes.
Una noche Juan es testigo involuntario de una violación: la víctima es la chica amable del quiosco por donde siempre pasa y a partir de ese momento su vida toma un giro que lo pondrá frente a un fuerte dilema moral.
El volantazo
Cuando Juan debe decidir qué hacer con eso que vio (la escena de la violación está resuelta de manera notable), los tiempos se aceleran, desaparece la repetición como norma y la película se transforma en un pequeño y muy interesante thriller. La dinámica de la intriga va de la mano con el creciente suspenso: de la rutina repetitiva y asfixiante, el clima cambia, y este personaje introvertido comienza a actuar de otra manera: con un delito de por medio, un malvado enmascarado de ciudadano respetable (interpretado por Alejandro Awada) y un plan inesperado. “De martes a martes” es una buena historia, con algunos cabos sueltos, muy bien interpretada, y por momentos bastante dura pero siempre atrapante.
Pablo Pinto logra una muy buena interpretación, como la de Awada y la de todos los actores de reparto. Triviño se revela como un director promisorio con excelentes cameos de secundarios en el submundo que recorre la película: la fauna de un prostíbulo barato, el quiosquero algo friqui pero solidario, un sórdido vendedor de celulares usados de dudoso origen, entre otros.
Denuncia social
La trama tiene varios ejes interesantes: la mirada crítica a la alienación en el trabajo, donde hay empleados que se esfuerzan mucho y ganan poco: “los necesarios y los importantes” (como definen unos lúmpenes a cargo de la administración del burdel) y la revelación sobre hombres importantes con oscura doble vida.
Es constante también la señalización de la hostilidad social: desde el lenguaje verbal descalificante “morocho, gordito, miedoso”, hasta la violencia física en desigualdad de condiciones.
Párrafo aparte merece la instalación de un tema urgente como son los casos de violación y la impunidad que los envuelve. En los créditos finales se precisa la cantidad de hechos que ocurren en la Argentina y la baja tasa de denuncia que persiste.
“De martes a martes” es una contundente carta de presentación para su director como sólido narrador. Nunca escuchamos exteriorizarse verbalmente al pensamiento del protagonista pero sí sabremos de su decisión por las acciones. El punto de vista nos deja generalmente afuera de las palabras (cuando habla con su mujer) pero inesperadamente nos incluye haciéndonos sentir tan voyeurs como el protagonista. Además, hay otras situaciones de las que no se habla pero de las que sí pueden inferirse muchos datos acerca de un pasado más turbio, del que Juan, el rotundo protagonista, parece haberse redimido pero al que paradójicamente debe acudir para resguardarse del presente: ver el episodio del burdel y de la regenta que lo conoce.
En síntesis, es para celebrar el hallazgo de una película que huye de los tópicos, perfilando un personaje de interés, lleno de dudas y contradicciones, con muchos claroscuros pero que sorprende con su intriga ética. Polémico y discutible, con un desenlace que rompe esquemas.