Nacido en Uganda pero criado en Australia, Scott Hicks es uno de esos directores capaces de tomar una historia en apariencia convencional y convertirla en una joyita. Si bien ya había dirigido películas desde los ‘70, su consagración vino en 1996 con Claroscuro, la historia de un eximio pianista (Geoffrey Rush, en el papel que le valió el Oscar) con varios trauma personales. Luego de recibir no pocos premios internacionales, Hicks filmó Mientras nieva sobre los cedros, basada en la novela de David Guterson, un drama ambientado en estados Unidos luego del ataque a Pearl Harbour, protagonizado por Ethan Hawke, Sam Sheppard y Max Von Sidow. Si siguiente film también estuvo basada en un libro, pero de Stephen King: Nostalgia del pasado, estelarizado por Anthony Hopkins y un todavía pequeño Anton Yelchin. Tras unos años dedicado a realizar publicidades, regresó a los largometrajes con Sin reservas.
En todas sus películas, Hicks muestra personas, no personajes. Seres humanos que, a pesar de sus imperfecciones, tratan de salir adelante. Además, el director hace un manejo del drama con un estilo realista, nada artificial. Esto se debe a su vasta experiencia como documentalista; lo suyo es poner la cámara y captar lo que sucede delante de ella, sin forzar las cosas (De hecho, Hicks confesó que prefiere no ensayar con los actores, para lograr más espontaneidad en el set).
Esta metodología de trabajo sin dudas lo ayudó mucho a la hora de encarar De vuelta a la vida.
Joe Warr (Clive Owen), un periodista deportivo inglés que reside en Australia, queda viudo cuando su esposa (Laura Fraser) muere de cáncer. Entonces deberá hacerse cargo de la crianza de Artie (Nicholas McAnulty), el hijo de ambos. Claro que no tiene idea de cómo hacerlo, así que lo suyo será una suerte de búsqueda, un prueba-y-error. Al poco tiempo aparece Harry (George MacKay, muy parecido a Ruper Grint), el hijo de un matrimonio anterior; un hijo con el que nunca tuvo relación. Joe deberá aprender a ser un padre responsable para sus dos vástagos, tarea nada sencilla.
Si bien suena como un producto televisivo digno del canal Hallmark, Scott Hicks escapa a los tópicos de esos productos sensibleros y nos presenta una historia muy humana, muy palpable, sobre personas que aprenden a relacionarse entre sí para seguir adelante con sus vidas. Hay escenas duras y tristes, es verdad, pero están manejadas de manera inteligente, sin transitar los lugares comunes del género, sin recurrir a frases hechas. Curiosamente Hicks viene de dirigir Sin reservas, que tenía un argumento similar, ya que en aquella película, el personaje de Catherine Zeta Jones debe aprender a criar a la hija de una amiga muerta.
Clive Owen continua demostrando que es un actos muy versátil. Así como le quedan muy bien los roles de acción, sus trabajos en films intimistas permiten mostrar su talento a la hora de lograr una gran actuación con un mínimo de recursos, sin nunca exagerar. El resto de elenco está a su altura... pero quien se roba la película es el jovencísimo Nicholas McAnulty. En las películas, los chicos tan chicos no actúan: juegan, son libres de hacer lo que quieren. Y eso es lo que sucede en el film, porque el director estuvo pendiente de cada uno de sus movimientos y reacciones para registrarlos con la cámara. Un desafío tanto para Hicks como para el elenco. El resultado es de una inmediatez y una espontaneidad que no siempre son fáciles de conseguir.
Junto con James L. Brooks y Juan José Campanella, Scott Hicks es uno de los directores contemporáneos que mejor se mueve en el terreno de la comedia dramática. Esperemos que muy pronto nos conmueva con otra de sus creaciones, que siempre vienen bien en medio de tanto blockbuster.