El supertedio de siempre
Desde hace tiempo el cine de superhéroes -no confundir con las películas basadas en novelas gráficas, que es un rubro interesante de verdad- se ha transformado en una piñata para la crítica cinematográfica seria y razones no faltan porque hablamos de una catarata de productos conservadores, mediocres y totalmente intercambiables entre sí, típicos ejemplos de lo que sucede cuando el marketing y el discurso publicitario reemplazan a la creatividad y a algún tipo de talento narrativo, retórico y/ o aunque sea formal (las historias de estos “cosos” son por demás esquemáticas, no dicen nada de nada y hasta son hiper redundantes en materia de artilugios digitales, hoy presentes en toda triste propuesta pomposa del mainstream). Pero quizás lo peor de todo es que aburren con su dialéctica infantil y semi televisiva -de la TV de antaño- orientada a reproducir ad infinitum las mismas payasadas.
Con este panorama no es de extrañar que hasta los exponentes que pretenden romper un par de reglas del formato terminen cayendo en el atolladero de siempre del no desarrollo de personajes, la corrección política más vetusta, el humor para nenes chiquitos, esa patética autoreferencialidad constante y una concatenación de nichos prefijados de mercado -ni siquiera es posible denominarlos subtramas- que sólo pueden apelar a una serie de individuos cooptados por la industria más aséptica, esa que desde hace un par de décadas ha decidido desentenderse de cualquier sustrato inconformista a nivel de la base ideológica de sus “juguetes”. Deadpool 2 (2018) es otro eslabón en esta cadena interminable de la nada misma (productos pasatistas que ni para pasar el rato sirven), lo que una vez más pone en evidencia la crisis de un conglomerado cultural que fetichiza los clichés más quemados.
Pretendiendo ser “zarpada” para el nivel pueril del cine de superhéroes, esta secuela del trabajo del 2016 en esencia repite la fórmula de su predecesora: muchos chistecitos con puteadas inofensivas, alguna alusión sexual muy inocua, escenas de acción que la van de irónicas, interpelación cansadora a cámara y un melodrama barato de fondo que se sabotea a sí mismo porque la película -léase la factoría Marvel- no comprende que por tanta “actitud superada de todo”, tanto cancherismo berreta y tantos CGIs símil plástico, nadie puede identificarse con estos frascos brillosos pero bien vacíos salidos de una cadena de montaje oxidada e insípida. Dicho de otro modo, ni uno solo de estos exploitations de la genial trilogía de Christopher Nolan sobre Batman ha conseguido llegar a los talones de los films originales o ha logrado imponerse como una obra potable en su levedad y su pobreza.
Resulta muy hilarante ver cómo el opus supuestamente apunta a un público adulto no obstante el relato se rehúsa a matar a un nenito -interpretado por el gran Julian Dennison, el joven revelación de la excelente Hunt for the Wilderpeople (2016)- o provocar dolor en serio -la insensibilidad y la apatía de los cínicos lo recubre todo gracias a una cobardía retórica cíclica- o siquiera mostrar una teta y ni hablar de dos personas teniendo sexo, otro indicio de los tiempos estériles que vivimos en los que todos endiosan la verborragia más prepotente y jactanciosa pero casi nadie hace nada, cómodos en sus burbujas de consumos repetitivos virtuales. Aquí se alza el antiguo esquema de los capados centrado en el adagio “violencia boba, impersonal y sin efectos reales sobre el cuerpo de los personajes, sí; sexo, discurso crítico e irreverencia verdadera, no”, mientras que la película en su conjunto opera sobre terreno social/ político/ simbólico ya ganado (las referencias seudo sarcásticas al racismo, la pederastia o el sexismo son inofensivas) y el supertedio lobotomizador lo ocupa todo, por supuesto dejando espacio para el fandom derechoso aplaudidor de siempre y su desconocimiento absoluto del concepto de arte masivo valioso… y pensar que todo esto empezó con trabajos con una impronta autoral hiper marcada como las queridas Superman (1978), Batman (1989) y hasta Dick Tracy (1990), un sustrato muy rico que hoy ha sido destilado al extremo en productos olvidables con muchos más dólares que neuronas detrás.