Declaración de vida es un film singular y no sólo porque tiene bastante de autobiografía: sus autores -la actriz, directora y guionista Valérie Donzelli y su (ahora) ex pareja, el actor y guionista Jérémie Elkaïm- vivieron juntos primero la casi perfecta felicidad de un matrimonio enamorado del que nació un hijo, y después el largo infierno de la gravísima enfermedad del chico -una rara forma de cáncer cerebral-; superaron la ardua prueba sin ceder a la resignación ni a la autocompasión, y algunos años después recrearon ese episodio personal en la ficción de un film que también interpretan y en el que logran un raro equilibrio entre el realismo más crudo y el cuento poético. Resultado de una vivencia en la que siempre prevaleció la voluntad de rescatar lo positivo y que se manifiesta tanto en la elaboración del libro como en la libertad con que la dirección se atreve a echar mano de una variedad de registros, técnicas y recursos sorprendentes en una historia tan peligrosamente próxima al melodrama lacrimógeno o a los golpes de efecto. Roméo y Juliette, que así eligieron llamar a los personajes de la ficción como anticipando el oscuro horizonte que les reserva el destino, asumen la agotadora guerra contra la enfermedad, sin aflojar nunca, aunque sus sentimientos suelen alternar entre la esperanza y la desazón. Es tan potente su deseo de doblegar a la dolencia, tanta su rabia contra la adversidad, tanto su fervor que se hace contagioso. La intensa emoción que transmiten, también; ellos son héroes por amor -el que los une entre sí y el que sienten por el pequeño-, pero el film está despojado de egocentrismo. No hace falta subrayar la pena que los moviliza ni aplicar al relato del caso un afán moralizador o didáctico: basta con la sinceridad que el film rebosa, con la verdad que transmiten las escenas de intimidad, aun aquellas que descubren cómo incide en el desgaste del vínculo esa monótona repetición de jornadas parecidas hechas de ansiedad por el resultado de innúmeros estudios, de diagnósticos cambiantes, de quirófanos, de traslados de hospital en clínica y de clínica en hospital y de ese convivir permanente con la enfermedad.
Pero también se ríe, se ama, se canta en esta película llena de vida que fue recibida con aclamaciones en la apertura de la Semana de la Crítica de Cannes en 2011 y fue premiada después en Gijón, París y Palm Springs. Es que con un atrevimiento, un sentido del humor y un desenfado formal que a veces parecen heredados de la nouvelle vague (Truffaut, Godard y Demy incluidos, como lo sugiere el interludio musical que remata la escena en que Juliette recibe el terrible diagnóstico), Donzelli termina construyendo un film que aun hablando repetidamente sobre la muerte es capaz de transmitir esperanza al espectador y contagiarle su dosis de confianza.
No hace falta decir que Valérie Donzell y Jérémie Elkaïm resultan en este caso intérpretes irreemplazables.