El juego de sobrevivir
Así como el terror indie le suele copiar las premisas a su homólogo mainstream para tratar de rapiñar una porción de la gigantesca torta publicitaria y de un público adolescente cautivo que no suele ir mucho más allá de lo que la “gran industria” tiene para ofrecerle, el espectador más avezado de nuestros días se ve obligado a tener una paciencia de hierro y esperar la aparición de algún autor -en sintonía, por ejemplo, con David Robert Mitchell, Robert Eggers, Fede Álvarez, Cory Finley o Ari Aster- que haya conseguido hacerse del suficiente margen de maniobra como para entregar un opus que nos aleje del trasfondo profundamente impersonal del género en su versión actual y nos acerque a un film con una idiosincrasia específica, en especial menos atada a los jump scares cronometrados y más en consonancia con un desarrollo de tensión in crescendo con un dejo a la Alfred Hitchcock.
Por supuesto que la clase B contemporánea también sufre de esta catarata de recurrencias y fórmulas bastante quemadas, de entre las cuales a veces surge un producto que consigue sobreponerse en parte a sus pifies y/ o puntos débiles para por lo menos evitar el fango de tantas propuestas semejantes y respirar gracias a un puñado de factores atractivos: Demonio de Medianoche (The Midnight Man, 2016), remake de un ignoto opus irlandés de 2013, cae en una medianía de la que nunca sale pero curiosamente se abre camino como la “mejor” realización a la fecha de Travis Zariwny, un otrora diseñador de producción que se pasó a la dirección fundamentalmente de la mano de las muy flojas La Cabaña del Miedo (Cabin Fever, 2016), remake de aquella aburrida ópera prima homónima de 2002 de Eli Roth, e Intruso (Intruder, 2016), un thriller de invasión de hogar que resultaba de lo más insípido.
En esencia estamos ante otro de esos productos en los que un grupo de adolescentes, en este caso Alex (Gabrielle Haugh), Miles (Grayson Gabriel) y Kelly (Emily Haine), invocan a un sádico señor del más allá para consagrarse a un juego en el que sobrevivir es el premio más preciado. Dos son los detalles que rescatan al convite del tedio de las repeticiones: primero, todo se desarrolla en una misma casa y una misma noche porque la entidad en cuestión, que se alimenta de los miedos de los jóvenes, los insta a respetar determinadas reglas hasta las 3:33 de la madrugada (deben moverse de cuarto en cuarto, llevar una vela que no debe apagarse y sólo un círculo de sal los puede proteger si lo demás falla), y segundo, entre el elenco nos topamos con la grata presencia de Robert Englund como un tal Doctor Harding, experto en el villano sobrenatural, y de Lin Shaye como Anna, la abuela demente de Alex.
Considerando que la película está bastante mal actuada por el trío principal, desparrama lugares comunes a diestra y siniestra y en suma Zariwny es algo inepto al momento de la más simple narración, Demonio de Medianoche logra salvarse del naufragio total ya que incluye una interesante dosis de gore, muestra al engendro infernal con generosa premura y desde el inicio, aprovecha correctamente a los dos veteranos del terror y posee un cierto aire ochentoso por su buena predisposición en eso de ahorrarnos prólogos eternos y hasta a veces intentar ser original (la muerte de Kelly a manos del “hombre conejo” es una escena eficaz). Endeble y entretenida en simultáneo, la propuesta funciona como una rareza contemporánea porque es una clase B hiper olvidable aunque por lo menos amena en su sutil minimalismo, por suerte asignándole muy poco espacio a las cursilerías dramáticas…