Perdidos (y cercados)
Un grupo de asesinos profesionales de distinta procedencia –algunos son soldados de elite y otros pertenecen a mafias organizadas- caen literalmente desde el cielo a una selva que no podría ser más inhóspita: allí hay extrañas y monstruosas criaturas, y la supervivencia se augura complicadísima. Desde su mismo comienzo, Depredadores deja abiertas incógnitas, y los personajes empiezan a especular como llegaron allí, por mandato de qué extraña voluntad, si fueron elegidos por alguna razón especial, y si quizá no estarán todos muertos o inmersos en un infierno particular. Al estilo de la serie Lost, la película sabe manejar el enigma como un poderoso y persistente llamador de interés.
El grupo de forajidos descubrirá al poco tiempo que está siendo parte de un juego macabro, que a pesar de ir armados hasta los dientes son tan sólo presas de una gran cacería y poco más que ratones en un laberinto infranqueable. La película cobra interés por varios aspectos que los guionistas y el director Nimrod Antal (Hotel sin salida) supieron explotar simultáneamente y con sabiduría: en primer lugar los mismos personajes funcionan como elementos de tensión, por su dudoso sentido de la moral y ciertos indicios de demencia –especialmente un inquietante condenado a la pena capital, que tiene como pasatiempo violar mujeres- por otra parte, la paulatina dosificación de información va despejando parte de las incógnitas pero asimismo deja abiertas otras; y se demuestra un notable sentido del ritmo y una excelente dosificación de tensiones y clímaxes –un memorable momento de distensión en el que hace aparición Lawrence Fishburne está muy bien ideado y es sugestivamente truculento-. Antal logra un clima convincente, gracias en parte a las buenas actuaciones y a una acción física cruda y contundente. La banda sonora, de a ratos inquieta, divertida y lúdica, parecería la de una aventura familiar, y contrasta con la seriedad predominante, recordando que estamos ante un entretenimiento sin mayores pretensiones, que no debería ser tomado como más de lo que es. El pasaje a créditos final, con el clásico bailable “Long tall Sally” de Little Richard rememora a la primer Depredador de 1987 y refuerza la idea de que los creadores se divirtieron mucho haciendo esta película.
Puede llamar la atención que la agente selecta de las IDF (Fuerzas de defensa de Israel) sea justo la más equilibrada, humana y considerada del grupo, -uno de los guionistas, de apellido Litvak, parecería ser el responsable del detalle- y que de la película se desprenda una moralina que sugiere que no es bueno fiarse de nadie y mucho menos detenerse a ayudar a compañeros caídos. Pero estas son cuestiones mínimas, apuntes de un cronista quisquilloso que, en definitiva, disfrutó como un mono de esta intensa, inteligente y bien concebida película de acción.