Una escala en el camino al Paraíso
Desde mi cielo, de Peter Jackson, es un thriller sobrenatural que no convence
Esta especie de thriller sobrenatural que aspira a una reflexión sobre el más allá y apunta al examen de los vínculos afectivos y el dolor de la pérdida propone una rara mezcla en la que caben fantasías adolescentes, percepciones extrasensoriales, pedófilos asesinos e investigadores frustrados, además de un improbable y colorido limbo desde donde puede observarse lo que sucede acá abajo. También hay personajes que se entretienen con sus hobbies: el papá de la protagonista arma barcos en botellas; un vecino solitario construye casas de muñecas.
Y Peter Jackson, como ellos, atiende a su juego: el suyo consiste en probar que ningún efecto es imposible para los cerebros electrónicos de su compañía WETA, con los que se empeña en imaginar la antesala del paraíso desde la cual una chica asesinada en 1973, a los 14 años, nos contará su historia antes del crimen y la de sus desconsolados familiares después. Sólo cuando ellos (en especial su padre) recuperen la paz (y cuando se castigue al culpable) podrá la chica abandonar esa especie de curso de ingreso celestial en el que tiene como compañeras a otras víctimas del mismo psicópata.
El limbo (como lo concebiría una adolescente) es como un calidoscopio imparable: colores y paisajes siempre cambiantes, mares de plata centelleante, montañas nevadas, horizontes infinitos, insólitos atardeceres: una interminable sucesión de posters que hablan muy bien de los recursos de la tecnología, pero no tanto de la imaginación de Jackson. Por otro lado, más de una vez tanto empalago visual distrae de la historia, incluso al propio realizador.
Los principales aciertos están en la primera parte: la pintura familiar, las escenas que preceden al crimen, la del ataque (que Jackson trata con elogiable discreción) y en especial la que sugiere cómo la víctima llega a comprender que ha muerto. Después el relato se dispersa bastante entre la búsqueda del asesino, algún tramo de suspenso, unos paréntesis cómicos a cargo de Susan Sarandon (incluida una vertiginosa secuencia que es puro cliché), cierto fugaz e incomprensible regreso de la chica y otros detalles próximos el ridículo.
Lo mejor está en el elenco: sobre todo en Saoirse Ronan, que sale indemne de un compromiso riesgoso y con su convicción otorga alguna cohesión al relato. Marc Wahlberg y Rachel Weisz defienden como pueden personajes que sólo al principio resultan convincentes.