El que mata tiene que morir
En 1972, el autor Brian Garfield publicaba la novela Death Wish y pasaría a la posteridad por dar el puntapié inicial para uno de los personajes más icónicos de los años ’70. Sí, probablemente se recuerde más a la primera adaptación cinematográfica de 1974 que a la propia novela. De hecho, ni siquiera comparten nombre y características de los personajes. Pero el espíritu principal ya estaba ahí, el aval a vengar la sangre.
Charles Bronson habrá hecho varios westerns antes, pero su nombre se asocia a un personaje: Paul Kersey, mejor conocido en Latinoamérica por el nombre de la película El vengador anónimo.
Cuatro secuelas que se extendieron hasta 1994, varias películas que la imitaron, y hasta alguna con el mismo Bronson repitiendo “el mismo papel” con otro nombre. El vengador anónimo es un emblema.
A 46 años de la novela y 44 de la primera película, Paul Kersey volvió a la pantalla grande. Por supuesto ya Bronson está enterrado, literalmente, y quien lo remplaza es otro astro que está gastando sus cartuchos de sobra: Bruce Willis.
Deseo de matar intenta ser una adaptación de la novela, tomando muchas cosas de la película del ’74, pero también aportado otras nuevas ¿Cómo se adaptan sus ideas reaccionarias al 2018?
Tiempo de matar
Quizás sí, quizás no, casi cincuenta años desde la historia original de Deseo de matar pueden convertir sus apostolados en anacrónicos ¿Cómo toma hoy la sociedad la idea de un hombre que sufre una desgracia familiar y sale a vengarse de modo más cruel? Más si la historia lo toma claramente como un justiciero.
Algunas noticias recientes pueden mostrar que la sociedad cambió menos de lo que creemos. Pero el guionista Joe Carnahan, especialista en policiales con un alto grado de entretenimiento, probablemente haya pensado que sí, que ya hoy en día las ideas que en los ’70 se naturalizaba como correctas serían más cuestionable. El camino que adopta para Deseo de matar es el de bajar el tono de la discusión.
Paul Kersey (Willis) es un cirujano que ama a su esposa Lucy (Elizabeth Shue, inoxidable) y a su hija Jordan (Camila Morrone). El guion se encarga de demostrarnos que es un hombre de bien, pacífico, de buenas ideas, y encima con el propósito fundamental de salvar vidas como cirujano ante todo. Es casi un ciudadano ejemplar (bueno, está eso de que le molesta que un trapito le limpie el parabrisa, pero es un detalle menor).
Pero la radio informa una y otra, y otra vez. La calle está cada vez más dura, el crimen no da respiro, las tasas delictivas y -para peor- de homicidio, aumentan descontroladamente. Esto es una lotería y un día te toca.
Cuando el día de su cumpleaños Paul debe atender una urgencia en el quirófano, a su casa entran una banda de criminales que terminan asesinando a Lucy y dejando en coma a Jordan.
Al principio Paul está abatido, no sabe qué hacer, intenta continuar con su vida pero ya no encuentra sentido. Para colmo de males, la pareja de policías que debe encontrar a los culpables es bastante inepta y no puede dar con una pista certera. Poco a poco Paul se va transformando, tanto penetra lo que ve y escucha que termina decidiendo tomar cartas en el asunto. Él mismo vengará a su familia y de paso va a limpiar las calles de otros criminales iguales o peores a los que lo destruyeron.
El argumento suena a bajada de línea directa y lo es, pero Carnahan y el director especialista en terror Eli Roth se encargan de llevar el asunto a otro terreno.
Sólo una agresión
El guion de Deseo de matar incurre en todo tipo de errores, machaca su idea de un modo burdo, hace exponer en palabras lo que puede entenderse por gestos, llena las situaciones de casualidades y hasta presenta personajes unidimensionales y con una pátina xenófoba bastante fuerte. Pero de todo este escollo sale airoso con un detalle: la autoconsciencia.
Kersey más que ser presentado como el ciudadano tradicional y justiciero por la tragedia que vivió, es casi llevado al plano de un superhéroe al estilo The Punisher o Judge Dredd. La sociedad pide por él, hasta lo imita, y se convierte en una suerte de celebridad oculta.
Con las escenas de acción y muerte ocurre algo similar; poseen un grado de violencia fuerte pero son presentadas con un porcentaje de gracia y hasta alguna crea un plan de hechos que nos recordará a la saga Destino final.
Willis parece haber comprendido el rumbo al que viraría el asunto y a él también se lo ve más relajado y divertido que en sus últimas películas directo al mercado de video.
Así, Deseo de matar se convierte en una película torpe aunque eficaz en lo que se propone: entretener.
Conclusión
Con ideas rancias y anacrónicas, varios agujeros argumentales indisimulables, y una pericia técnica que demuestra ser una producción más bien económica, Eli Roth y Joe Carnahan recurren en Deseo de matar a las viejas ideas que hicieron del estilo clase B algo popular: entretener a pesar de todo, poner la diversión como la mejor de las cartas, sabiendo que el espectador sabe lo que fue a buscar.