Trotando, trotando y trotando
Que una película tan mediocre como Desesperada (The Desperate Hour, 2021), dirigida por Phillip Noyce y escrita por Chris Sparling, llegue a las salas cinematográficas de Latinoamérica no debería sorprendernos porque desde la década del 90 casi siempre las distribuidoras locales privilegiaron los latiguillos comerciales más burdos por sobre la calidad de las realizaciones estrenadas, algo que no cambió para nada ni con la pandemia del covid-19 ni con la supremacía de los servicios de streaming en tanto nuevos canales de distribución hogareña que reemplazan a los formatos físicos, hablamos del DVD y el blu ray. En vez de tratar de diferenciarse -vía la adquisición de films valiosos o de autor o de géneros poco trabajados- de los tanques millonarios hollywoodenses que copan las salas y del enorme volumen de bazofias que encontramos en el catálogo de Netflix y en letrinas semejantes, los distribuidores latinoamericanos continúan comprando bodrios que según ellos garantizan un mínimo de asistencia popular mediante actores conocidos, en este caso Naomi Watts, y/ o alguna fórmula hiper trabajada y aceptada por todos, ahora el cliché del “thriller vertiginoso” sustentado en una catarata de llamadas telefónicas y mensajes varios.
Muy lejos de los mejores exponentes del formato en cuestión, espectro que abarca desde lo estadounidense hiper demagógico aunque disfrutable de Enlace Mortal (Phone Booth, 2002), de Joel Schumacher, y Celular (Cellular, 2004), de David R. Ellis, ambas escritas por el querido Larry Cohen, hasta la pata europea más verosímil de El Desconocido (2015), del español Dani de la Torre, y La Culpa (Den Skyldige, 2018), del sueco Gustav Möller, la primera sostenida en una gran actuación de Luis Tosar y la segunda en una equivalente de Jakob Cedergren, Desesperada cuenta con un metraje de apenas 84 minutos pero aun así aburre con su colección de conversaciones previsibles, flashbacks melosos/ lacrimógenos, situaciones repetidas y un background de cartón pintado para cada uno de los personajes, combo que no consigue corregir una Watts también productora que literalmente es lo único bueno de la película del australiano Noyce, quien empezó a dirigir en la frontera espiritual entre el ozploitation y la Nueva Ola Australiana de los 70 y 80 y por cierto no entrega una propuesta potable desde Cerca de la Libertad (Rabbit-Proof Fence, 2002) y El Americano (The Quiet American, 2002), lo que nos dejó con dos décadas eternas de convites fallidos.
El guión de Sparling, aquel de Enterrado (Buried, 2010), de Rodrigo Cortés, El Mar de Árboles (The Sea of Trees, 2015), opus de Gus Van Sant, y El Aviso (2018), de Daniel Calparsoro, empieza más o menos realista con una madre trotando una mañana cualquiera en las afueras del pueblo de Lakewood, Amy (Watts), viuda desde hace un año, debido a un accidente automovilístico en el que murió su marido, que tiene una hija pequeña, Emily (Sierra Maltby), y un vástago adolescente introvertido que sufre bullying en el colegio, Noah (Colton Gobbo), sin embargo el asunto de a poco se va yendo al soberano demonio cuando la escuela secundaria del lugar padece el ataque de un loquito desconocido, Noah se transforma en sospechoso de la policía y la misma Amy, una empleada del fisco, muta en una especie de superagente improvisada que empieza a investigar a la distancia, mientras está semi perdida en el medio del bosque o de rutas inhóspitas, la identidad del responsable para exonerar a su hijo y detener la masacre, sujeto que resulta ser Robert Ellis (Andrew Chown), un ex alumno del colegio anodino de turno y ex empleado del servicio de comida que también sufrió burlas y humillaciones y consideró que lo mejor sería fusilarlos a todos.
La historia en general es remanida a más no poder, la inventiva brilla por su ausencia, el celular de Amy parece contar con una batería infinita, los intentos de comentario social de última hora de Sparling están manejados con trazo muy grueso -sermón sobre las masacres estudiantiles símil Columbine en 1999 de por medio- y para colmo de males Noyce, como decíamos antes, ya perdió la chispa ochentosa de las disfrutables Terror a Bordo (Dead Calm, 1989) y Furia Ciega (Blind Fury, 1989), su homóloga de los thrillers de espionaje a lo Juego de Patriotas (Patriot Games, 1992) y Peligro Inminente (Clear and Present Danger, 1994) y hasta su acepción más grasienta del suspenso, aquella de Sliver (1993), El Santo (The Saint, 1997) y El Coleccionista de Huesos (The Bone Collector, 1999). Entre intercambios rutinarios con gente del 911, una amiga, un operario de un taller mecánico, un compañero laboral y esbirros de la policía que insólitamente la hacen interactuar con Ellis para que lo distraiga mientras los agentes de SWAT lo “dan de baja” definitivamente, la película resulta un verdadero despropósito que por lo menos nos deja tranquilos sobre el buen estado de salud de una Watts que pasados los 50 años adora trotar, trotar y trotar…