Desobediencia

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El fuego y las cenizas

El debut en el mercado anglosajón de Sebastián Lelio, el realizador y guionista chileno responsable de las interesantes Una Mujer Fantástica (2017) y Gloria (2013), combina dos temáticas paradigmáticas de los dramas identitarios de izquierda, léase el autoritarismo en una comunidad conservadora y hermética y la represión sexual de larga data en el contexto de un fundamentalismo religioso cuyo margen de tolerancia hacia lo diferente se ubica bien por debajo del cero. Desobediencia (Disobedience, 2017) examina la libertad de la que disponen los seres humanos para valerse por sí mismos y tomar decisiones en ese sentido cuando la sociedad en la que viven no hace más que coartar las posibilidades de desarrollar una cierta autonomía, cuestionar el mandato tradicional establecido o aunque sea apostar por un crecimiento de índole individual que escape a los barrotes tácitos consuetudinarios.

La premisa de base es sencilla y respeta la línea de las películas previas del director, muy cercana a lo que sería una versión lavada y accesible del cine de reflexión marxista y transgresión social de Rainer Werner Fassbinder: Ronit (Rachel Weisz) es una fotógrafa de gran éxito en Nueva York que un día recibe una llamada telefónica informándole que su padre Rav Krushka (Anton Lesser) falleció, nada menos que el rabino de una comunidad de judíos ortodoxos de Londres. La mujer de inmediato entra en crisis y decide asistir a los servicios fúnebres en Gran Bretaña, así descubrimos que antaño optó por abandonar el enclave religioso y que estaba distanciada de su progenitor. Pronto la marginación toca a su puerta de la mano de la autoridad actual, su tío Moshe Hartog (Allan Corduner), quien parece no haberle perdonado que haya apostatado y en especial la separación de su familia.

Ahora bien, la verdadera razón de tanto encono por parte del clan y los miembros del culto se reduce a una relación lésbica que Ronit mantuvo hace años con su amiga de la infancia/ adolescencia Esti (Rachel McAdams), la cual se terminó casando con el mejor amigo de ambas, Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), a su vez discípulo de Krushka y su “sucesor natural” en materia del rabinato. Alojada en la casa de la pareja Kuperman, la protagonista descubrirá que las cenizas pueden volver a arder y que la pasión entre las mujeres continúa despertando la intromisión demencial de la comunidad, pero esta vez una mayorcita Esti se planta frente a un vínculo sin amor y le pide a Dovid que la libere del compromiso de turno, lo que se complica todavía más porque está embarazada. El guión de Lelio y Rebecca Lenkiewicz subraya el aislamiento autoimpuesto de los judíos, los chismes horrendos de todo bastión amurallado, la persecución de la que son objeto los disidentes y la patética tozudez de individuos que aceptan preceptos arcaicos y contraproducentes -como el unirse en matrimonio para “curarse” de la homosexualidad- sólo porque una infinidad de bobos del pasado los vienen reproduciendo desde una perspectiva acrítica y por demás castradora.

Cayendo apenas por debajo de Gloria y Una Mujer Fantástica, la propuesta se las arregla para manejar bastante bien un minimalismo expresivo basado más en las actitudes de los personajes que en los diálogos en sí, siempre dejando espacio para un gran desempeño por parte del trío compuesto por Weisz, McAdams y la revelación Nivola, un actor con un largo derrotero en roles secundarios que pone al descubierto cuántos intérpretes andan dando vueltas por ahí sin ser aprovechados en papeles acordes a su talento. El erotismo y la precisión en la puesta en escena habituales de Lelio aquí también brillan de la mano de problemas psicológicos arrastrados desde hace mucho tiempo cuyo eje es una colectividad que a pura hipocresía nos habla de hombres y mujeres con voluntad propia aunque en términos prácticos restringe todo lo que puede el margen de acción de sus componentes individuales con el objetivo de que el más mínimo signo de cambio sea eliminado cuanto antes. Desobediencia invita precisamente a insubordinarse en pos de la construcción dedicada de uno mismo como un ente soberano capaz de formular sus propios juicios y juzgar el carácter regresivo de la coyuntura en la que nació, vive o le toca desempeñarse…