El carnaval de Lina.
La encantadora Detrás de los Anteojos Blancos (Dietro gli Occhiali Bianchi, 2015) hace justicia con unos de los tesoros de la cinematografía italiana de la década del 70, las cuatro gloriosas obras maestras que Lina Wertmüller realizó junto a sus actores fetiche del período, Giancarlo Giannini y la hermosa Mariangela Melato, léase Mimí Metalúrgico (Mimì Metallurgico ferito nell’onore, 1972), Amor y Anarquía (Film d’amore e d’anarchia, ovvero ‘stamattina alle 10 in via dei Fiori nella nota casa di tolleranza…’, 1973), Insólito Destino (Travolti da un insolito destino nell’azzurro mare d’agosto, 1974) y Pasqualino Siete Bellezas (Pasqualino Settebellezze, 1975). A través de los recursos formales de los documentales expositivos, aunque reemplazando al clásico locutor en off “objetivo” por las palabras de la directora homenajeada, el film repasa una vida dedicada al frenesí creativo.
De hecho, en esta ópera prima de Valerio Ruiz, el asistente de Wertmüller durante los últimos años, prevalece una concepción del arte vinculada al anarquismo más lúdico, no en pos de destruir el orden social sino de desmontarlo para poner de relieve los aspectos más grotescos de las relaciones económicas, culturales, sexuales y políticas que caracterizan a nuestra sociedad occidental. La película se beneficia mucho de esta obsecuencia para con la retratada, ya que permite adentrarnos en la intimidad e ideología de Wertmüller, hoy eje de una multitud de testimonios por parte de su hermano Massimo, el propio Giannini, su primera productora Marina Cicogna y figuras como Martin Scorsese, Sophia Loren, Harvey Keitel, Rutger Hauer y Nastassja Kinski. Una faceta poco conocida fuera de Italia es la de letrista, en función de lo cual las rememoraciones de Rita Pavone resultan muy reveladoras.
El racconto que ofrece Ruiz es en verdad apasionante porque no deja tópico sin analizar y reconstruye todas las dimensiones de Wertmüller como artista, siempre colocando el acento en una amplitud que además incluye trabajos varios en teatro y ópera. El enfoque del realizador es bien pomposo -la música juguetona de Lucio Gregoretti siempre establece el tono de los comentarios y acompaña a la cineasta en sus recorridos por las locaciones de sus obras- porque pretende reproducir esa grandilocuencia retórica y visual que constituye la “marca registrada” del carnaval de Lina. El único instante en el que se le va un poco la mano con el mecanismo se da en la escena del regreso a la casona de verano de su esposo, Enrico Job, un talentoso dibujante, diseñador de producción, vestuarista y director artístico. Aún así, la propuesta mantiene en todo momento el interés y contagia su afán y entusiasmo.
Así las cosas, en Detrás de los Anteojos Blancos transitamos su infancia y comienzos en el teatro y el séptimo arte, su primer gran trabajo como asistente de Federico Fellini en 8½ (1963), su debut con I Basilischi (1963), el encuentro y la relación con Job (fallecido en 2008), la tetralogía de films con Giancarlo Giannini, la fama internacional y las nominaciones al Oscar por Pasqualino Siete Bellezas (la primera directora nominada en la historia del premio), los desniveles de sus películas siguientes y finalmente los pormenores de sus colaboraciones con Sophia Loren, desde el último tramo de los 70 hasta la década pasada. El opus de Ruiz funciona -de una manera prodigiosa- como una celebración de un cine que rebasaba exuberancia y profundidad porque ya venía enmarcado en una época en la que los límites de la comedia y el drama se difuminaban, fruto de una militancia por un mundo mejor que le faltaba el respeto a todo un catálogo de dogmas institucionalizados. El feminismo de cartón pintado de nuestros días, y el cine liviano y lelo también, deberían tomar nota de la magnitud de la obra de Wertmüller, una iconoclasta de lo más aguerrida…