Elogio de la corrupción
Días de ira (Law Abiding Citizen, 2009) es una suerte de exploitation -muy pero muy poco sutil- de la extraordinaria Batman- El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008) de Christopher Nolan. La carrera del anodino realizador F. Gary Gray no admite términos medios y a rasgos generales se divide en obras rutinarias como El negociador (The Negotiator, 1998) y La estafa maestra (The Italian Job, 2003) y otras en verdad penosas como Un hombre diferente (A Man Apart, 2003) o Tómalo con calma (Be Cool, 2005).
La historia sigue en paralelo el accionar de dos personajes supuestamente opuestos: Clyde Shelton (Gerard Butler), un terrorista que pretende atacar los cimientos del sistema judicial, y Nick Rice (Jamie Foxx), uno de los “abogados estrella” de la fiscalía. El primero es un pobre tipo que se quedó sin esposa e hija cuando dos delincuentes las asesinaron y el segundo es el principal responsable de que el peor de ellos sea liberado fruto de uno de esos típicos acuerdos que las aves de rapiña “consiguen” cuando no hay suficientes pruebas.
Ya se ha dicho en innumerables ocasiones, la película tiene un inicio auspicioso, un nudo francamente en picada y un final lamentable, de esos que traicionan todo lo planteado hasta el momento. Lo que comienza como un canto a la insurgencia pronto muta hacia el conservadurismo simplón para luego desembocar en un triste elogio de la corrupción, la mano dura y el “cheque en blanco”, tanto policial como legislativo (con un aterrador estado de sitio de por medio). La idiotez de la trama apenas si ofrece un par de sobresaltos huecos.
Ahora bien, el guión de Kurt Wimmer no es el único culpable. A esta altura queda claro que la cúspide de la trayectoria de Gray sigue siendo el video clip de Ms. Jackson de los OutKast… En el relato nos topamos con enormes agujeros negros: se han dejado de lado elementos centrales como la identidad del cómplice de Shelton o la del novio de la ayudante de Rice. Aquí definitivamente las productoras metieron mano recortando escenas y empantanando aún más las cosas, como si la contradicción ideológica no fuera suficiente.
También en la labor del elenco encontramos desniveles. Si bien Foxx trabaja en piloto automático por lo menos Butler aporta algo de intensidad –por supuesto dentro de sus limitaciones- y a fin de cuentas se redime de la vomitiva 300 (2006). Su personaje, aunado al tono realista de la primera mitad, genera y mantiene un cierto interés que desaparece de golpe con las increíbles derivaciones que dispara el desenlace. Ahí es cuando el verosímil se hace añicos a pura torpeza narrativa y vueltas de tuerca símil El juego del miedo (Saw).