Con oído propio
Algunos cinéfilos o memoriosos encontrarán parecidos entre este largometraje y Alta fidelidad, aquel de Stephen Frears con John Cusack que se convirtió en objeto de culto. Por qué no decirlo: los hay. Pero este filme de Gabriel Nesci rebasa esa comparación y ofrece muchas cosas de cosecha propia, y algunas muy buenas.
Para empezar, esta no es la historia sentimental de un solo personaje (que también podría estar sacada de Graduados) sino la de cuatro amigos, cada cual con una personalidad muy bien marcada, en la cual los gustos musicales juegan un rol más o menos importante, y con un prontuario amoroso bien claro por detrás.
Damián (Gastón Pauls), el narrador, comienza el relato hablando de cuatro niños de barrio que despiertan a una etapa fundamental de sus vidas, cuando descubren los discos de vinilo y a las vecinas de barrio. Pasan los años y algunas cosas han cambiado, pero otras no. El que quería formar un grupo homenaje a Los Beatles (Ignacio Toselli), todavía insiste con eso. Luciano (Fernán Mirás) es locutor de radio y sigue enamorándose de mujeres imposibles. Damián también va de desengaño en desengaño. No puede olvidar a la supuesta mujer de su vida (Carolina Peleritti). Al parecer, sólo Facundo (Rafael Spregelburd) está en condiciones de asentar cabeza. Tiene pensado casarse con la productora del ciclo radial de Luciano (Maricel Álvarez).
Esa es la situación en un momento dado, pero todo sigue avanzando y las lealtades y fidelidades comienzan a confundirse, aparecen viejos vinilos de los años ochenta, nuevas personas como (Inés Efrón y Akemi Nakamura), una empleada de un bazar y una colombiana que le alquila un cuarto a la réplica de Lennon.
En sus mejores pasajes, la película de Gabriel Nesci revive algunas de las mejores características del cine argentino hecho en la capital del país (obviamente hay otro): el psicoanálisis como parte de la idiosincrasia urbana, tomado con humor; las situaciones absurdas; el costumbrismo simpático (representación de la vida cotidiana); la melancolía unida a la ternura.
Días de vinilo es una película con buen movimiento. Suma situaciones una detrás de otra y al abrirse su historia en un abanico encuentra siempre algo interesante, cómico, delirante o suavemente dramático para decir. Hay que elogiar también lo organizado que es el argumento, pues la línea guía va de un personaje o de una pareja a la otra, sin jamás confundir o errar el oportunismo.
Después de todo, Argentina tiene su propio oído. Y sus habitantes, ni hablar.