El show de la tolerancia.
El cine francés de antaño supo dar joyitas inigualables, tan insuperables que se han hecho adaptaciones en varios idiomas de una misma obra (hasta versiones teatrales en la cartelera porteña), demostrando que el viejo mundo todavía tiene mucho para dar en materia de contar historias. El humor, la ironía, el sarcasmo, todo en su justa medida, es algo que a los franceses se les da muy bien. Lamentablemente el tiempo es tirano, y las producciones europeas han ido decayendo considerablemente, y una prueba de eso es Dios los cría y ellos…
La premisa podría considerarse simpática y hasta un poco sagaz: Nicolás (Fabrice Eboué, quien también dirige la cinta) es un productor musical en decadencia que necesita reflotar su negocio (presionado por su jefa) para no perder su puesto, además de lidiar con sus propios problemas personales. Para eso, se le ocurrirá la (¿brillante?) idea de armar un grupo de cantantes tan disparejo como creativo: un sacerdote, un rabino y un imán. Las dificultades empezarán a aparecer cuando las diferencias entre las colectividades comiencen a provocar asperezas entre los integrantes del trío, haciéndole la vida imposible al productor y ocasionando desastres que darán pie a casi todas las situaciones hilarantes de la película.
Siguiendo con la línea de lo dicho anteriormente, el humor es algo que a los franceses se les da muy bien, aunque por momentos encontremos un proyecto como éste, que no emula las grandes comedias de los viejos tiempos, pero al menos hace su mejor esfuerzo. Estamos ante una historia de enredos, ligera y desprejuiciada, a tal punto que algunos chistes que podrían considerarse antisemitas se hacen con la suficiente altura como para que nadie se sienta ofendido.
Por supuesto no es uno de los mejores guiones que se pueda encontrar, algunas situaciones son muy predecibles y pierden la gracia en el momento que se repiten, pero de alguna forma, el ritmo del relato nunca pierde su ligereza narrativa como para no estancarse en un personaje en particular, sino darle el espacio adecuado a cada uno.
Fabrice Eboué, siendo director y protagonista al mismo tiempo, es uno de los más deslucidos, pero a juzgar por el desempeño de los tres "religiosos", es una decisión acertada mantenerse al margen para no hacer decaer el relato en ningún momento. La música (un soundtrack hecho a la medida del film) también es un componente fundamental por su originalidad y su simpatía.
No se le puede pedir mucho a una película que no pretende ser más de lo que ofrece. Un entretenimiento ligero y sin culpas, donde temas que antes no se tocaban, ahora son abordados con desparpajo y picardía. Muy al estilo francés, todo en su justa medida.