La tolerancia en cuotas.
Por regla general las denominadas “comedias populares francesas” funcionan muy bien en tierra gala, algunos países de Europa y debemos parar de contar. Para el resto del mundo resulta más que evidente que el subgénero suele quedarse corto en su pretensión de acoplar la sensibilidad romántica local con los engranajes más simplones de su homóloga norteamericana, una dinámica que en teoría promete pero en términos prácticos desemboca una y otra vez en opus fallidos que toman lo peor de cada uno de los extremos (pensemos en el humor chabacano e ideológicamente inerte de los estadounidenses y todos los clichés de la nación del “oh là là” alrededor de los vaivenes temperamentales de la alta burguesía).
Casi para compensar la andanada de propuestas anodinas de siempre y con una eficacia que contradice su pedigrí, hoy por suerte tenemos un pequeño film que dignifica al cine masivo del viejo continente y demuestra que con un poco de perspicacia la misma combinación de ingredientes puede llegar a generar un resultado bastante superior al promedio acostumbrado. El mérito de Dios mío, ¿qué hemos hecho? (Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?, 2014) es doble porque no sólo fue un éxito de taquilla en un mercado tan copado por Hollywood como el nuestro, sino también porque toca temas sumamente delicados por aquellas comarcas, léase el racismo, la petulancia y la alienación de las clases acomodadas.
La película en sí posee dos partes bien diferenciadas, con leitmotivs semejantes aunque independientes: la primera mitad está centrada en el proceso de “acondicionamiento” que atraviesa una estirpe tradicional católica, encabezada por Claude (Christian Clavier) y Marie Verneuil (Chantal Lauby), cuando tres de las cuatro hijas del matrimonio se casan con un árabe, un judío y un chino; el segundo capítulo se mete de lleno con la señorita restante, su intención de desposar a un africano y el rechazo de sus progenitores, quienes ven en la unión la puñalada final a las esperanzas de cobijar en el clan a un francesito de pura cepa. Así las cosas, la lógica del conflicto va mutando de familiar/ religiosa a cultural.
Sin dudas los mayores aciertos del convite, aún por encima de los diálogos filosos y el excelente desempeño de Clavier y Pascal N’Zonzi como el padre del prometido, pasan por la vitalidad irónica que enmarca la relación entre los personajes y la agilidad que impone el guionista y director Philippe de Chauveron en lo que respecta al desarrollo narrativo. El tono jocoso y liviano evita caer en las típicas estupideces o bravuconadas de tantos productos norteamericanos similares, lo que termina jugándole muy a favor a una obra sencilla y de corazón cándido que curiosamente decide analizar los límites de la paranoia de la derecha europea, frente a la cual propone una tolerancia escalonada, en módicas cuotas…