La metafísica de la sanación
En el universo cinematográfico agotado de los superhéroes, definitivamente Doctor Strange (2016) supera a los últimos bodrios de DC, léase Batman v Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016) y Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016), pero al mismo tiempo sigue recorriendo la senda monótona y deslucida de los productos previos de Marvel, en los que no existen rasgos autorales de ningún tipo y sólo prima una lógica serial que responde a una supuesta necesidad -craneada por los timoratos y tecnócratas del marketing, los que en buena medida están a cargo hoy por hoy de los estudios hollywoodenses- de cortar a todos los eslabones con la misma tijera. Con el séptimo arte reducido a un formato televisivo de explotación perezosa que renuncia a las novedades o a decir “algo”, los blockbusters actuales caen una y otra vez en la indiferencia.
Dicho de otro modo, lo realmente patético del asunto es que esta clase de films respeta a rajatabla -y desde un fundamentalismo de ribetes delirantes- un esquema cansador que lo único que hace es ofrecer un eterno bucle de la misma estructura narrativa, los mismos personajes y la misma desconexión total con cualquier elemento mínimamente vinculado con la praxis mundana (nadie reclama un retrato de la cotidianeidad, pero tanto escapismo hueco y arrogante habla tanto de la falta de ideas del mainstream norteamericano como de la actitud que se pretende vender al público bobalicón que consume y convalida sus productos). Así como los CGI suplantaron a los actores y las transgresiones políticas brillan por su ausencia, no es de extrañar que Scott Derrickson en Doctor Strange se haya tenido que amoldar a las exigencias del caso y termine entregando un trabajo anodino y derivativo.
El realizador y guionista, aquí totalmente desperdiciado/ pasteurizado, es un especialista en terror y su carrera hasta la fecha se dividía en dos opus dignos, El Exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005) y El Día que la Tierra se Detuvo (The Day the Earth Stood Still, 2008), y dos mucho más interesantes, Sinister (2012) y Líbranos del Mal (Deliver Us from Evil, 2014). Más que centrarnos en el eje del relato, en esencia un médico egocéntrico que se inicia en la hechicería como un mecanismo para recuperar la movilidad de sus manos, las cuales fueron “destruidas” en un accidente automovilístico, en esta ocasión conviene explicitar los componentes de la fórmula: el trasfondo es una mezcla del de Harry Potter (magia, pedagogía, secretos oscuros, villanos ancestrales, etc.) y el de la saga Iron Man (poder, soberbia, individualismo, apertura escalonada hacia el prójimo, etc.).
A decir verdad, la propuesta podría haber sido peor considerando los chistecitos bobos que Marvel gusta introducir de manera compulsiva en sus películas, no obstante Derrickson mantiene en todo momento un tono amable que no abusa de las tragedias ni tampoco cae en esa autoparodia tan común en el Hollywood de nuestros días. El desempeño del elenco es un gran punto a favor, con Benedict Cumberbatch a la cabeza como el personaje del título y un séquito de secundarios de calidad que levantan la vara (Mads Mikkelsen, Chiwetel Ejiofor, Tilda Swinton, Rachel McAdams y Michael Stuhlbarg). Aun así, la metafísica de la sanación y todos esos clichés dramáticos siguen aburriendo desde su inocuidad y aportan al déjà vu general que produce el film, a lo que se suman las recurrencias del apartado visual y el hecho de que las secuencias de acción le deben mucho a El Origen (Inception, 2010)…