Entre la apatía y la complicidad
De la mano de Dogman (2018) el director y guionista Matteo Garrone regresa a lo mejor de su carrera, por un lado unificando a aquellos personajes tan bizarros como cotidianos de El Embalsamador (L’Imbalsamatore, 2002) con el mundo criminal de la recordada Gomorra (2008), y por otro lado construyendo una reflexión muy cáustica e impiadosa sobre las nulas posibilidades de progreso que hoy ofrecen las grandes ciudades del capitalismo hambreador y tenebroso de nuestros días, enfatizando asimismo la doble vida que deben llevar muchos para sobrevivir y la pasividad del grueso de la población ante el ascenso de figuras desdeñables al poder en una actitud que emparda el “dejar hacer” de siempre con la colaboración abúlica para con el energúmeno fascistoide, caprichoso y voraz de turno. Apelando a los engranajes de la fábula camuflada para adultos, el italiano crea un film muy prudente que utiliza su crudeza de base para explicitar su mensaje y desparramar verdades.
La trama gira alrededor de Marcello (Marcello Fonte), un peluquero canino que tiene un pequeño negocio en la Magliana, uno de los barrios de Roma, y que para ganar algo de dinero extra trafica cocaína entre los miembros del hampa y la oligarquía comercial del lugar. Al mismo tiempo padre amoroso de su joven hija Alida (Alida Baldari Calabria) y gran defensor de los animales, a los que respeta y trata con cuidado y cariño, el protagonista gusta de participar en competencias de belleza de perros y hace lo que puede para quedar bien con los otros dueños semi mafiosos de locales, con quienes juega regularmente al fútbol, y con los exponentes delictivos más clásicos, entre los que se destaca un violento ex boxeador llamado Simone (Edoardo Pesce) que se siente el mandamás de la zona porque nadie tiene el coraje de parar sus arrebatos y antojos varios. Marcello es el principal dealer del zombificado Simone y suele acompañarlo en saqueos nocturnos a casas de ricachones.
Cuando el maleante tenga la simpática idea de hacer un agujero en la pared del negocio de Marcello para entrar a robar al local de al lado, perteneciente a un repugnante usurero que se especializa en la compra y venta de oro, Franco (Adamo Dionisi), el peluquero canino no podrá negarse y así terminará “pegado” al hecho y con una sentencia de un año de prisión, luego de la cual -y a su vuelta a la Magliana- descubrirá que se transformó en un paria a ojos de los comerciantes del barrio y que Simone lo ningunea negándole su parte del botín y para colmo paseándose con una moto lujosa que compró con la totalidad de lo sustraído: desesperado y también envalentonado por la estadía en la cárcel, el protagonista decidirá que es momento de abandonar la sumisión que marcó su vida hasta entonces. Garrone deja de lado el tono lúdico de la interesante Reality (2012) y la muy fallida El Cuento de los Cuentos (Il Racconto dei Racconti, 2015) para recuperar el nerviosismo apesadumbrado de la década pasada y así redondea un trabajo estupendo que va de lo singular a lo general implícito de manera maravillosa y con enorme seguridad, haciendo que la anécdota central se magnifique a medida que la tragedia y la sed de venganza se van extendiendo sin freno.
El desempeño de Pesce y en especial de Fonte, el cual con su solo rostro soporta minutos y minutos de metraje cargado de angustia, es extraordinario y saca a relucir lo mucho que necesita el cine contemporáneo de la sinceridad, brío y autenticidad que Garrone consigue en Dogman desde un minimalismo expresivo prodigioso que despoja a El Embalsamador de su trasfondo romántico y a Gomorra del laberinto de la corrupción mafiosa capitalista actual con el objetivo de remarcar el lamentable ciclo de explotación mutua al que están condenados los marginados, ese que a su vez responde a las necesidades de los oligarcas autóctonos y sus socios en las elites gubernamentales y empresariales. El anhelo de Marcello en pos de ganarse el respeto de su comunidad y en esencia vivir tranquilo para poder llevar de vez en cuando a su hija a bucear choca primero con la indiferencia corporativista de sus vecinos y segundo con un “monstruo humano” imparable que él mismo ayudó a crear, ese Simone que se mueve a sus anchas entre la apatía pusilánime de la Magliana y una complicidad silente, generalizada y culposa que mantiene a cada habitante menesteroso en la inequidad de siempre cual compartimento estanco y eterno…