Sueños y quimeras.
Así como cada país mantiene vivo su circuito autóctono de cine arty mediante los subsidios de turno y los festivales metropolitanos, las propuestas resultantes se ven obligadas a balancear -si es que pretenden sobrevivir a futuro- las temáticas de raigambre local con sus homólogas de perfil un poco más internacional, ya que a las cúpulas gubernamentales les encanta construir una imagen de “usina cultural” a ojos de sus socios comerciales transoceánicos. Ahora bien, este estado de cosas genera que el patrón estilístico del rubro y sus tópicos viren hacia un catálogo relativamente estable de convenciones a nivel del contenido, un terreno fecundo que abre tantas posibilidades creativas como las que cierra.
En sí no existen demasiadas diferencias entre la comarca festivalera y la mainstream en lo que respecta a la instancia de la concepción de los opus, el problema surge cuando los “autores” individuales de cada campo -léase, los cineastas- se manejan con criterios un tanto fundamentalistas y se muestran impermeables a las contribuciones de la otra parcela. Dólares de Arena (2014) constituye un buen ejemplo de los productos que suele generar esa ortodoxia que gira alrededor del acervo de los certámenes globales, hoy maximizada porque la película analiza dos de los leitmotivs del enclave arty, nada menos que la confluencia de culturas y su corolario de acento sórdido, el turismo explícitamente sexual.
Como no podía ser de otra forma, la historia está centrada en Noelí (Yanet Mojica), una joven impetuosa que se prostituye en las playas de Las Terrenas, en República Dominicana, principalmente entre los extranjeros que recaen en un paraíso tropical con todas las paradojas del caso (pobreza extrema, naturaleza avasallante, ambiente de “vale todo” y ricos que se regodean en su solipsismo y distancia controlada). Aquí sorprende el cliente más redituable de la señorita, Anne (Geraldine Chaplin), una francesa entrada en años que se ha enamorado de Noelí. Junto a su novio (interpretado por Ricardo Ariel Toribio), la chica planea convencer a Anne para que la lleve de viaje a París y así disfrutar de su dinero.
La obra de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán recorre las sendas tradicionales del esquema “amor imposible” y ofrece un retrato -tan cálido como lacónico- de los anhelos y las disparidades inherentes a la dialéctica de pareja, esquivando el exploitation social desde un melodrama sustentado mucho más en los vaivenes del triángulo afectivo que en los detalles contextuales vinculados a la miseria. A pesar de que este elemento conforma uno de los puntos más interesantes del convite, casi a la par del excelente desempeño de la mítica Chaplin, también impide el crecimiento de un film apenas prolijo, que siempre pone del lado de ella a las quimeras y del lado de Noelí a los sueños de un futuro prominente…